Argentina tiene una tradición populista. Son pocos los momentos históricos en los que el populismo no ha sido la columna vertebral de la política. Por supuesto, el peronismo es en gran medida responsable de ello.
Una de las características del populismo es que el nivel de discusión pública es bajo y superficial. Los políticos, en general, tienen un nivel muy bajo, al igual que los medios de comunicación. No hay debates serios y el nivel del discurso público es lamentable. Tantos años de populismo han deteriorado la calidad del debate.
Esta semana, Mauricio Macri dijo algo muy sensato. El resto de la clase política debería estar discutiendo lo mismo, pero la mayoría sigue en sus conversaciones de bajo nivel intelectual. Macri afirmó: “La falta de apego a lo institucional comienza a afectar el plan económico” y mencionó “la confianza” como el motor de la economía.
La frase es acertada y contraria al espíritu populista que predomina en la mayoría de los políticos, periodistas e intelectuales argentinos. Sobre estos temas debería haber un amplio debate público. Reducir la inflación es importante, pero el mundo está lleno de oportunidades de inversión. Las inversiones van hacia países con seguridad jurídica y calidad institucional. Si Argentina no experimenta un shock de inversiones, la reactivación no llegará nunca.
Algunas señales son preocupantes. Si el presidente toma decisiones de gobierno junto a su hermana, mientras los ministros dependen de caprichos, la confianza internacional será limitada. Hay más anuncios de empresas que abandonan el país (esta semana, Nissan) que de compañías que deciden instalarse en Argentina. Se pueden hacer muchos acuerdos con el FMI, pero si no hay inversiones reales, la situación económica no mejorará. La historia argentina está llena de acuerdos con el FMI y, aun así, el país es cada vez más pobre. Los países que crecen económicamente no necesitan del FMI.
Otro tema urgente que debería ocupar tanto al gobierno como a la oposición es la notable degradación de la política. El Congreso es uno de los lugares con mayor cantidad de impresentables en Argentina. Siempre hay excepciones, pero la cantidad de indigentes intelectuales que habitan el Congreso debe ser un récord mundial. No genera confianza a nivel internacional que quienes deben hacer las leyes sean, en su mayoría, personas con un nivel cognitivo tan bajo.
El oficialismo llenó sus listas de impresentables y los caudillos provinciales suelen incluir a los más dóciles, aquellos que no les harán sombra. Las imágenes del exsenador Kueider contando dólares explican claramente qué tipo de personas habitan el edificio de la calle Entre Ríos. Estas imágenes se ven en todo el mundo y, en general, espantan a quienes desean invertir. El mundo está lleno de oportunidades económicas como para elegir países donde se nombran jueces de la Corte por decreto, donde los legisladores parecen tarifar sus servicios o donde la hermana del presidente decide la permanencia de funcionarios. En la Argentina populista, todo esto se normaliza, pero el mundo observa con desconfianza estas fallas institucionales.
La notable Cayetana Álvarez de Toledo escribió una frase que encaja perfectamente con la necesidad argentina:
«Solo cuando los políticos digamos en público lo mismo que afirmamos en privado, solo cuando reconozcamos la degradación de nuestro oficio, solo cuando nos veamos retratados en el implacable espejo de los hechos, solo entonces seremos capaces de rescatar la democracia de las mandíbulas del populismo.»
La democracia es mucho más que el espectáculo populista que ofrece la clase dirigente en los medios. Los líderes republicanos tienen una tarea enorme por delante. El populismo debilita los cimientos de los países, pero la construcción de un orden democrático y republicano es un desafío trascendental.