La frase “la banalidad del mal” se inventó para los oficiales nazis que cumplían las órdenes de Hitler con la misma obediencia y ausencia de reflexión que el empleado de un banco cuyo jefe le instruye a negar un préstamo. Podríamos aplicar las célebres palabras de Hannah Arendt con similar acierto al piloto del avión que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945.
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