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sábado, abril 26, 2025

Arturo Pérez Reverte: “La guerra civil no me interesa, para mí está resuelta en España»

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Arturo Pérez Reverte cumple 74 años en noviembre pero es una prueba latente de que la vitalidad está lejos de ser patrimonio de la juventud. Se mueve y gesticula con la misma agilidad que lo acompañaba en sus tiempos de corresponsal de guerra para la Televisión Española. “¿Salimos a la calle?”, pronuncia invitando al fotógrafo de Clarín a hacer unas tomas en el exterior del elegantísimo Hotel Alvear que lo aloja durante su estadía en Buenos Aires, ciudad en la cual se siente uno más, en el marco de la 49.° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

Autor de más de treinta novelas, entre las que se destacan la saga policial del detective Falcó y las aventuras del Capitán Alatriste, su última obra, titulada La isla de la mujer dormida (Alfaguara), transcurre durante la Guerra Civil Española –algo que le interesa más como telón de fondo– en una isla en el mar Egeo. El marino mercante Miguel Jordán Kyriazis es enviado por el bando sublevado para atacar de modo clandestino el tráfico naval que desde la Unión Soviética transporta ayuda militar para la República. Allí se desatará un intrincado triángulo amoroso entre el barón Katelios y su seductora esposa.

El escritor, que presentará esta novela junto a Jorge Fernández Díaz este sábado a las 16 en la Sala José Hernández y luego firmará ejemplares en el stand de Penguin Random House, rememora su niñez en el Mediterráneo cuando buceaba y encontraba ánforas romanas, comparte su manera de entender la literatura y analiza un presente que, confiesa, contempla con serenidad mientras siente que el mundo que lo formó va camino a desaparecer: “Ver el final de un mundo es más interesante que vivir el auge”.

Arturo Perez Reverte en Buenos Aires. Fotos: Ariel Grinberg.
Arturo Perez Reverte en Buenos Aires. Fotos: Ariel Grinberg.

–¿Cómo nace esta novela?

–La guerra civil no me interesa. Para mí está resuelta en España. Pero los políticos la han reavivado por razones tácticas. Es un buen escenario donde puedo situar algunas de mis historias. Quería contar una historia de piratas, de corsarios modernos. Podría haber elegido muchos escenarios pero este me pareció muy adecuado por razones complejas: Grecia, el Egeo, el Mediterráneo, que es mi mar.

–Varias veces ha comentado que le interesa tener contacto con los objetos, los lugares que aparecen en su literatura. ¿Lo ha hecho esta vez?

–Sí. La mejor parte de una novela no es escribirla, es imaginarla. Escribirla es la peor parte. Y corregirla ya es el infierno. La fase inicial es maravillosa: intentar que la realidad histórica se funda en el texto con tu imaginación, que cualquier lector que conozca ese mundo piense que la novela es perfectamente posible. Todo eso requiere un trabajo previo muy gratificante. Una novela significa leer un montón de libros que no había leído. Pasé seis meses yendo y viniendo a Estambul, a las islas del Egeo, Atenas, fue extraordinario. Para eso escribo novelas. Para mí una novela es un acto de felicidad. No soy un escritor del sufrimiento creativo, la agonía, el temor a la página en blanco. Soy un escritor feliz.

–La novela comienza con una cita de Joseph Conrad, un autor que menciona mucho.

–Lo leí por primera vez a los quince años. Leí La línea de sombra y me fascinó. Es un autor como Stendhal, Mann, Galdós, Borges, Roberto Arlt, Balzac, que me formaron como lector y después como escritor. Todavía recurro de vez en cuando tengo un problema que… de eso hablamos después. Lo que pasa es que a medida que vas viviendo, vas dejando atrás a muchos autores. No porque sea mejor sino que es como un limón que ya no te da más jugo. El único autor que envejece conmigo, al que todavía voy y descubro cosas que no había visto, me sorprende me hace pensar es Conrad. Es un viejo amigo, es el único del que tengo un retrato puesto en la pared de mi biblioteca.

–¿Cómo es su vínculo con el mar y con la aventura, algo tan presente en sus novelas?

–Nací en un puerto mediterráneo. Son 3.000 años de memoria. De pequeño, cuando buceaba, sacaba ánforas romanas del fondo del mar. Para mí eso es muy natural. Mi padre era inspector de petróleo, vivía en una refinería, navegaba en petroleros. Todos sus amigos eran marineros mercantes, capitanes y yo también tenía en mi familia varios tíos que eran marinos mercantes. Con lo cual el mundo del marino me es muy cercano desde niño. El mar es uno de los elementos que inmediatamente asocio más con la aventura. Los autores del mar, Melville, Stevenson, Conrad, me entran por ahí. Tiene que ver conmigo. Crecí en el mar y entre dos bibliotecas: la de mis padres y la de mis abuelos. Me hice periodista como medio para vivir esa aventura. Quería conocer chicas guapas, pelearme en burdeles en Bangkok. Lo que todos los chicos con doce años quieren. Después los chicos se resignan y se hacen personas razonables. Yo no me resigné. Nunca quise ser una persona razonable. Quise hacer realidad lo que soñaba de niño. Y ahora para mí escribir es la forma de seguir leyendo. Pero sigo siendo un lector. En mi lápida pondría: Pérez Reverte, lector. Y estaría muy orgulloso de eso.

–En esta novela incluyó muchos diálogos. ¿Cómo trabajó eso y por qué decidió narrar de ese modo?

–Un escritor que no evoluciona es un escritor anquilosado, viciado de sí mismo y a menudo se muere o se aburre. Un escritor razonable, profesional tiene lo que se llama instinto narrativo. Se da cuenta de cómo transcurre su obra y cómo los lectores la cogen. Con el tiempo, me he ido decantando más hacia novelas más dialogadas que descriptivas. Si consigo resolver entre dos personas hablando un concepto que me llevaría media página o una página desarrollar, prefiero la síntesis en el diálogo que el desarrollo de la página. No por comodidad ni por pereza. Primero porque sé que el lector ahora es más impaciente que antes. Y al lector no lo olvido nunca.

Arturo Perez Reverte en Buenos Aires. Fotos: Ariel Grinberg.Arturo Perez Reverte en Buenos Aires. Fotos: Ariel Grinberg.

–Si se recorren sus novelas, se encuentran diversos géneros, temáticas

–Algunos géneros han sido tildados de forma estúpida como baja literatura. Siempre me gusta, para joder, recordar a Soriano. Nunca lo conocí pero hablábamos por teléfono. Tu lees a Soriano y entiendes la Argentina. Era fundamental. Y a Soriano lo despreciaban. Su dolor, su amargura era que todos los mandarines de la literatura lo despreciaban. Es tan importante como Borges o Arlt. A veces una novela como El Halcón Maltés puede cambiar más vidas que el Ulises de Joyce. En la mesa caben todos. Mi ventaja es que empecé leyendo en una biblioteca muy amplia donde estaba todo, ecléctica. ¿Sabes qué pasó después cuando murió Soriano? Los gilipollas que lo despreciaban prologaron sus novelas.

–Mencionaba a Soriano y a otros autores argentinos. El tango también aparece en su obra (El tango de la guardia vieja). ¿Cuál es la huella de Buenos Aires y la literatura argentina en su vida y obra?

–Mucho. Yo vengo a Argentina en los setenta. Había librerías por todas partes. Recuerdo que la gente en la calle Florida se paraba a discutir de política, literatura, arte, fútbol. Quedé enamorado. Las mujeres guapísimas, la carne maravillosa. He venido como cuarenta veces ya. Conozco bien el país, lo bueno y lo malo, y lo quiero mucho. Cuando vengo a Argentina no soy extranjero, vengo a ver a mis primos. En cuanto a autores, había leído a Borges, Mujica Lainez y aquí descubrí a Roberto Arlt, Recuerdo haber pensado: ¿Quién es este hijo de puta? ¿Cómo nadie me ha hablado de este tío? Tampoco aquí hablaban de él. Era como un segundón. Borges para mí es fundamental Mi novela La tabla de Flandes está dedicada a él. También admiro a los grandes autores de tango. Hay una cosa que envidio: que sean capaces de contar en tres minutos de música y palabras algo para lo que yo necesitaría 500 páginas y no sería tan bueno para hacerlo. Mi argentinidad cultural se forjó con estos elementos.

–Ha dicho en una entrevista reciente que el mundo actual no le gusta. ¿Se siente un poco ajeno?

–Tengo 74 años. Me da igual. Nací en el 51, en una Europa con políticos de verdad. Había economía, cultura. Vengo a una Argentina que en aquel momento estaba entrando en la dictadura, pero todavía no la habían machacado. Extraordinaria, pujante, de una actividad intelectual extraordinaria. Soy educado por abuelos que nacen en el siglo XIX. Vengo de allí. Este no es mi mundo. No soy un marciano ni reniego de él. Vivo en él, intento adaptarme lo que puedo. Pero me di cuenta que mi mundo desaparece. Mi mundo está en extinción. Mueren las personas que lo componían, mueren los lugares. Asumo, como soy lector de historia, que el mundo es un lugar que cambia. Me enfrento a un problema: el mundo que amo desaparece, pero como he leído a Stefan Zweig, los clásicos latinos y griegos, se que los mundos desaparecen. Sé que es natural. El lamento por un mundo que desaparece lo compenso con la certeza de que la historia es así. Me tengo que ir yendo, apagando la luz para que sean otros los que se encarguen. Y sin dramatismo. Es un privilegio asistir al final de un mundo. Es una suerte. Poder ver el final de un mundo es más interesante que vivir el auge. Porque cuando tienes las lecturas y te permiten interpretarlo, es un privilegio fascinante.

  • Nació en Cartagena, España, en 1951. Fue reportero de guerra durante veintiún años y cubrió dieciocho conflictos armados para los diarios y la televisión.
  • Con más de veintisiete millones de libros vendidos en todo el mundo, traducido a cuarenta idiomas, muchas de sus obras han sido llevadas al cine y la televisión.
Arturo Perez Reverte en Buenos Aires. Fotos: Ariel Grinberg.Arturo Perez Reverte en Buenos Aires. Fotos: Ariel Grinberg.
  • Hoy comparte su vida entre la literatura, el mar y la navegación. Es miembro de la Real Academia Española y de la Asociación de Escritores de Marina de Francia.

Arturo Pérez-Reverte dialogará sobre su novela La isla de la mujer dormida con su gran amigo, el periodista y escritor Jorge Fernández Díaz el 26 de abril a las 16 en la sala José Hernández. Al finalizar la presentación, el autor firmará ejemplares a un máximo de 500 personas, para lo cual se entregará números a quienes estén en la sala.

Redacción

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