
Netflix Latinoamérica sigue apostando por las ficciones de calidad, sobre todo en lo que se refiere a las adaptaciones, que nos llevan desde Cien años de soledad, a Pedro Páramo pasando por la reciente Las muertas.
Las maldiciones es una de esas propuestas que explora, sin concesiones, los mecanismos de manipulación, cinismo y doble moral que atraviesan la política argentina y sus repercusiones en el ámbito familiar.
La miniserie, dirigida por Daniel Burman y Martín Hodara, y protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Gustavo Bassani, se basa en la novela homónima de Claudia Piñeiro publicada en 2017, aunque introduce cambios sustanciales respecto al texto original.
Con una estructura dividida en tres actos —“La ley” (35 minutos), “Normal” (43 minutos) y “La maldición” (48 minutos)—, la obra suma un total de 126 minutos de duración, lo que la sitúa en el límite entre una miniserie breve y un largometraje extenso.
Desde el viernes 12 de septiembre, la producción está disponible en la plataforma de streaming, tras haber tenido su estreno mundial en la sección Gala Presentations del Festival de Toronto.
La narrativa se despliega en un contexto político ficticio, donde Fernando Rovira (interpretado por Sbaraglia), ex juez federal y actual gobernador de una provincia del norte argentino, enfrenta la inminente votación de una Ley de Aguas.
Esta legislación, de ser aprobada, podría bloquear inversiones extranjeras millonarias en la explotación de litio. Aunque Rovira se opone a la ley, su partido, Pragma, ha otorgado libertad de acción a sus legisladores, lo que obliga al gobernador y a su círculo de operadores a negociar con la oposición para evitar que el oficialismo quede expuesto como contrario al medio ambiente.

La trama política se entrelaza con una compleja red de relaciones familiares y personales. La verdadera propietaria de las tierras en disputa es Irene (Alejandra Flechner), madre de Rovira y figura dominante en la sombra, cuya frialdad queda patente en su advertencia a su hijo: “no me tiemblan las manos para arreglar tus cagadas”. Este vínculo materno-filial añade una capa de tensión y poder que trasciende la esfera pública.
El relato se inicia con el secuestro de Zoe (Francesca Varela), hija de Rovira, a manos de Román Sabaté (Bassani). El desarrollo posterior revela que Zoe es, en realidad, hija biológica de Román, resultado de un acuerdo poco convencional: ante la imposibilidad de Fernando y su esposa Lucrecia (Monna Antonópulos) de concebir (él es impotente), solicitan a Román, colaborador cercano, que engendre un hijo con Lucrecia. Tras una inicial negativa y un proceso de dudas, Román accede, lo que expone las dos dimensiones morales que atraviesan la serie: la familiar, marcada por la intimidad y la ambigüedad de los lazos de sangre y de hecho, y la política, donde el cinismo y la violencia se manifiestan sin disimulo.
La adaptación de Daniel Burman y su equipo de guionistas (Natacha Caravia, Martín Hodara, Andrés Gelos y Pablo Gelós) opta por eliminar casi por completo la faceta esotérica presente en la novela de Piñeiro, y traslada la acción desde la provincia de Buenos Aires a una región no identificada del norte argentino.
Además, el protagonista pasa de ser padre de un varón (Joaquín) en el libro a tener una hija en la serie, lo que modifica la dinámica familiar y los conflictos internos.
En el plano técnico, la miniserie destaca por su impecable factura visual, gracias al trabajo de los directores de fotografía Rodrigo Pulpeiro y Javier Juliá, y por una ambientación que oscila entre el thriller político, el drama familiar y una estética de western, especialmente visible en los escenarios áridos y los duelos finales.

La música de Hernán Segret y Nico Cota, junto con la edición de Eliane D. Katz y Andrea Kleinman, refuerzan la atmósfera tensa y opresiva que domina la narración.
El desarrollo de la historia, que transcurre entre un viernes y un lunes, utiliza el segundo capítulo como un extenso flashback que profundiza en los orígenes de los personajes y sus motivaciones.
La figura de Rovira se presenta como un exponente del poder manipulador y la hipocresía, mientras que su madre Irene encarna la verdadera maldad, secundada por personajes como Alberto Capardi (Osmar Núñez). En contraste, Román Sabaté aparece como el personaje más humano, sensible y vulnerable, aunque igualmente implicado en las negociaciones más oscuras, sobre quien se afirma: “nada peor que un resentido con información”.
Las maldiciones se consolida como un relato potente y eficaz sobre las prácticas más cuestionables de la política argentina y la contaminación ética que se extiende desde el poder hacia el conjunto de la sociedad, en un contexto donde la confianza en la moralidad de los líderes parece completamente erosionada.