En principio es una respuesta saludable, pero el problema aparece cuando se mantiene en el tiempo y el sistema no logra apagarse; la exposición constante al cortisol deja huellas.
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Redacción El País
Un poco de estrés puede ser útil. Nos mantiene alerta, nos impulsa a rendir mejor y hasta puede salvarnos la vida en una situación de peligro. Pero cuando esa tensión se vuelve permanente, el cuerpo entra en una especie de “modo de emergencia” que nunca se apaga. Y eso, según la neurociencia, puede afectar casi todos los sistemas del organismo.
El estrés crónico no se manifiesta solo como cansancio o mal humor: tiene raíces profundas en el cerebro y en la química del cuerpo. Entender cómo actúa es el primer paso para controlarlo.
Ante cualquier amenaza —real o imaginaria— el cerebro enciende su señal de alarma a través del hipotálamo. Este ordena a las glándulas suprarrenales liberar adrenalina y cortisol, las hormonas encargadas de preparar al cuerpo para la clásica reacción de “lucha o huida”: el corazón se acelera, la presión sube y los músculos se tensan.
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En principio, es una respuesta saludable. El problema aparece cuando el estrés se mantiene en el tiempo —por preocupaciones laborales, conflictos familiares o dificultades económicas— y el sistema no logra apagarse. El cuerpo sigue liberando cortisol y esa exposición constante comienza a dejar huellas.
El exceso de cortisol puede alterar el funcionamiento e incluso la estructura del cerebro. Las zonas más afectadas son:
- El hipocampo, clave en la memoria y el aprendizaje, tiende a reducir su tamaño, lo que puede dificultar la concentración y la formación de nuevos recuerdos.
- La amígdala, encargada de procesar el miedo y otras emociones, se vuelve hiperactiva, aumentando la ansiedad y la irritabilidad.
- La corteza prefrontal, responsable del pensamiento lógico y el control de los impulsos, pierde eficiencia, lo que dificulta mantener la calma o tomar decisiones racionales.
El desajuste hormonal que provoca el estrés crónico no se queda en la mente. También repercute en funciones del organismo:
- Corazón y sistema circulatorio: la presión arterial y el ritmo cardíaco se mantienen elevados, lo que incrementa el riesgo de infarto o accidente cerebrovascular.
- Sistema inmunológico: el exceso de cortisol debilita las defensas, facilitando infecciones frecuentes o la reaparición de virus latentes, como el herpes.
- Digestión: el estrés altera la absorción de nutrientes y puede causar gastritis, reflujo o síndrome del intestino irritable.
- Piel y cabello: los desequilibrios hormonales pueden agravar el acné, la psoriasis o acelerar la caída del pelo.
- Sueño y energía: el estado de alerta constante impide descansar bien, generando agotamiento, falta de motivación y una sensación de cansancio perpetuo.
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Cómo reducir el estrés y volver al equilibrio
Aunque sus efectos pueden parecer devastadores, el cerebro conserva una gran capacidad de adaptación, conocida como neuroplasticidad. Esto significa que los daños del estrés crónico pueden mitigarse —e incluso revertirse— con hábitos saludables. Entre las estrategias más efectivas, los especialistas recomiendan:
- Practicar actividad física regular, que reduce los niveles de cortisol.
- Incorporar técnicas de respiración, meditación o relajación.
- Mantener una alimentación equilibrada y un horario de sueño estable.
- Limitar el consumo de cafeína y pantallas antes de dormir.
- Buscar apoyo emocional en familiares, amigos o profesionales de la salud mental.
El estrés forma parte de la vida, pero no debería dominarla. Aprender a reconocerlo y gestionarlo es, en última instancia, una manera de proteger al cerebro y al cuerpo de su propio sistema de defensa.
En base a El Tiempo/GDA
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