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lunes, septiembre 1, 2025

Baltasar Brum: suicidio, eutanasia (II)

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Álvaro Ahunchain | Montevideo
@|Juan Pedro Arocena vuelve a concederme el honor de polemizar sobre mi postura contraria a la ley de eutanasia. En esta oportunidad me parece de orden responderle desde esta sección y no desde mis espacios de opinión habituales. Puede ser que cuando comparé la condena al suicidio de Baltasar Brum en 1933 con el beneplácito que provoca este supuesto “derecho” a quitarse la vida, no me haya expresado bien. O tal vez lo hice, pero dando pie a una interpretación errónea de mis dichos. Lo cierto es que no me manifesté a favor de que el gran dirigente batllista se haya suicidado: dejé en claro la tremenda gravedad de este asunto en nuestra sociedad, inmejorablemente expuesta por Hugo Burel en su libro “La calle del sacrificio”. Más bien intenté cuestionar que hoy haya primado la interpretación del dictador Gabriel Terra, que calificó la inmolación de Brum como “un trágico extravío”, contrapuesta a la adhesión que convoca una norma que da respaldo legal a quien decide dejar de vivir por un “sufrimiento insoportable”, un concepto subjetivo que da lugar a múltiples interpretaciones y abre puertas a otros tantos desvíos.

Arocena cita a Carlos Alberto Montaner, que tomó esa decisión y la ejecutó en España. No creo que la opción personal que haya asumido un intelectual distinguido como Montaner sea razón suficiente para transgredir legalmente el esencial derecho a la vida. Si no, inferiríamos que las autoeliminaciones de grandes escritores como Mariano José de Larra, Stefan Zweig, Virginia Woolf, Horacio Quiroga, Ernest Hemingway, Cesare Pavese, Sylvia Plath y Yukio Mishima constituirían modelos de conducta que valdría la pena imitar.

Sigo creyendo que el suicidio puede ser una decisión inevitable, pero que es responsabilidad del Estado la generación de políticas públicas que lo prevengan del mejor modo posible. Y en lo que hace a la eutanasia, es muy claro que si el país no ha sido capaz de dar acceso a los cuidados paliativos a toda la población, mal puede legalizar el homicidio como única forma de “alivio” del sufriente. Ya sé que esta última solución es más barata y rentable para el sistema de salud, pero no todo debería medirse por costos económicos en este mundo “más digno, más próspero y más libre” de que habla Arocena.

Me acusa de querer erigirme en “árbitro pretendidamente más calificado que se siente autorizado para pasar por encima del individuo”. La verdad es que no soy nada de eso: la prueba está en que antes de fin de año seremos, gracias al voto unánime del Frente Amplio y otros sueltos de la Coalición, uno de los pocos países del mundo que avasallará legalmente el derecho a la vida, sin asegurar una alternativa de muerte digna mediante una ley de cuidados paliativos que aún no ha sido reglamentada. Si lo que pretende Arocena, para dejar de calificarme así, es que calle mi opinión sobre este mamarracho legal, no tendrá suerte.

Mi contradictor defiende la libertad individual sin límites, y me pregunto si la misma es válida para quien quiere trabajar en condición de esclavitud o se niega a vacunarse o a mandar a sus hijos a la escuela, o compra armas de fuego en el supermercado o practica a sus hijas ablación genital o las obliga a casarse con adultos. Felizmente Occidente ha evolucionado en la consagración de derechos que protegen esa libertad individual; el de todo ser sufriente es a recibir medicación que alivie su dolor, incluso sacándolo de ambiente. No una inyección letal.

Hasta ahí puedo debatir gustoso con el señor Arocena; lo desagradable es que se mete con mi actividad reciente como integrante del equipo de Cultura del MEC de la administración pasada, donde me acusa de “direccionar la cultura en medios de difusión estatales que se financian con los impuestos que todos pagamos, incluso aquellos que tenemos una dirección cultural opuesta”. No tengo idea de a qué se refiere; posiblemente verá mal que con una muy acotada inversión de recursos públicos yo haya promovido publicaciones de autores nacionales, espectáculos y talleres de artes escénicas recorriendo todo el país y participación de artistas uruguayos en festivales y giras internacionales, seleccionados no por sus ideas políticas sino a través de convocatorias abiertas y con jurados independientes. Me critica a mí pero coincide con el partido que hoy vota la eutanasia en forma unánime, el mismo que dilapidó un cuarto de millón de dólares en traer a Lali Espósito.

Y bueno, amigo, lo lamento: hay quienes creemos en el valor de la cultura y de la dignidad de la vida humana.

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Redacción

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