Los alcaldes de Barcelona de los últimos 15 años vuelven de las vacaciones de verano con las fuerzas renovadas y la inevitable inquietud sobre qué futuro deparará a su propuesta de presupuestos para el año siguiente. Hasta el 2011, el Ayuntamiento dispuso de mayorías más o menos estables que permitieron que las cuentas se aprobaran sin problemas. Pero llegó la atomización política, primero, y el procés, después, y lo que era un simple trámite se convirtió en un dolor de muelas para el gobierno de turno y en una arma de desgaste para la oposición. En estos tres lustros se han aprobado solo seis presupuestos por la vía ordinaria, mientras que cuatro han sido prorrogados (uno tuvo una importante modificación de crédito) y otros cuatro han requerido de una cuestión de confianza.
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Xavier Trias ganó las elecciones del 2011 y obtuvo 14 concejales, por 11 del PSC, nueve de PP, cinco de ICV-EUiA y dos de Units per Barcelona. En los primeros meses se especuló con la posible entrada de los populares en el gobierno, pero a principios del 2012, Alberto Fernández Díaz empezó a hablar de “deriva independentista” y acusó al pinyol de la antigua CDC del fracaso de la negociación. A pesar de ello, su grupo votó favorablemente a las cuentas del primer ejercicio convergente. Fue, de hecho, el origen de un mandato de aritmética variable, en el que CiU fue apoyándose en distintos actores, aunque el PP fue el socio prioritario.

Gerardo Pisarello y Ada Colau, en el 2018, durante el mandato en el que no se aprobó ni un solo presupuesto por la vía ordinaria
Ana Jiménez
De cara al 2013 se produjo la primera prórroga en 30 años. No hubo manera. Y eso que el concejal del PSC Jordi William-Carnes, en una tribuna publicada en diciembre del 2012 en este diario bajo el título Barcelona, presupuestos: sí, defendía lo siguiente: “Perder la confianza de los electores es fácil. Recuperarla puede tardar años, pero el camino es la credibilidad, la seriedad, la coherencia y el rigor. Lo primero es Barcelona. Las siglas, después”. Pues ganaron las siglas, y el 21 de ese mismo mes se firmó el decreto de prórroga. Con las cuentas del 2014, el alcalde Trias tuvo que desempolvar el artículo 197, bis de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General, en el que se detalla la cuestión de confianza, por la cual la oposición dispone de 30 días para pactar nuevo regidor. Al no conseguirse, el 2014 empezó con las cuentas aprobadas de manera automática.
Del 2015 al 2019
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Aquel grito a la responsabilidad de William-Carnes cristalizó de cara al 2015. A pesar de ser año electoral, cuando más puede doler exhibir la soledad del alcalde, el PSC, a cambio de rebajar la tarifa del transporte público, permitió que las cuentas vieran la luz. Jaume Collboni ya era candidato socialista, y aunque no era concejal, impuso su opinión a la de muchos compañeros que preferían seguir jugando al desgaste. Quizás por aquel gesto, los dos alcaldes han tenido siempre, a pesar del sorpasso del 2023, una buena relación. En política los detalles siempre son importantes, como el hecho de que Trias y Fernández Díaz estudiaran en el mismo colegio. De esta manera, CiU cerró mandato con un nivel inversor de 1.740 millones de euros. Pactaban los partidos de toda la vida, pero tras la puerta electoral esperaba una sorpresa: Ada Colau, ganadora de las elecciones de mayo del 2015.
Gerardo Pisarello es, hasta la fecha, el único teniente de alcalde de Economía que no ha logrado sacar adelante un solo presupuesto municipal por la vía ordinaria durante un mandato. Y eso que no empezó mal, puesto que a la prórroga del 2016 le siguió, en mayo de ese año, una modificación de las cuentas que desatascaba 275 millones para nuevas inversiones. Aquel acuerdo fue la antesala de la entrada del PSC en el gobierno; una unión fugaz, pues en noviembre del 2017, las bases de BComú echaron a los socialistas por apoyar la aplicación del decreto 155 en Catalunya.

La líder de ERC, Elisenda Alamany, junto al teniente de alcalde de Economía, Jordi Valls, en el pleno del pasado septiembre
Ana Jiménez
Los dos próximos ejercicios (2017 y 2018) se salvaron por cuestión de confianza, y los números del 2019 fueron una prórroga de los anteriores. Colau ni intentaba debatirlos, consciente de que no hallaría al otro lado a nadie dispuesto a facilitar su gobernabilidad. Tras las elecciones de mayo de ese año (ganadas por Ernest Maragall, que vio como Manuel Valls le daba la alcaldía a Colau), fuera por la responsabilidad a que obligaba la pandemia o por la flaqueza del procés, Barcelona encarriló cuatro años de cuentas aprobadas. “No es nuestro presupuesto, no el que hubiéramos hecho, pero queremos hacer una oposición constructiva”, dijo a finales de 2019 la líder de Junts Elsa Artadi. También ERC, con razones de sobra para zancadillear a Colau, puso su mejor perfil. El apoyo fue de más a menos, pero se mantuvo durante todo el mandato: de los 33 votos favorables para los números del 2020 a los 23 síes cosechados para las cuentas del 2023, las últimas que gestionó Colau.
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Collboni, con el gobierno más minoritario de la historia, se estrenó en 2024 con una cuestión de confianza a la que siguió una prórroga en 2025. Para el 2026, en sus terceros presupuestos, la cosa pinta mejor. Por ahora.