La calle de las Mosques debe su nombre a los muchos insectos que aquí se arremolinaban en el siglo XV por la cercanía de los almacenes que abastecían a los mercados del Born y de Santa Caterina. Bautizada en 1441 (primera fecha en la que consta bajo esa denominación) y desconocida por la mayoría de los barceloneses, resulta ser la vía más estrecha de la ciudad, rasgo que la convirtió durante décadas -sino siglos- en un nido de mala vida. Hasta que el ayuntamiento decidió, en pleno esprint para que los Juegos del 92 pasaran la prueba del algodón, cerrarla y que solo pudieran acceder los residentes. En su interior, en el número 9, se levanta una finca de propiedad municipal que resulta ser un Bien Cultural de Interés Local, como lo es, para que puedan comparar, el Arc de Triomf o el Palacio Marcet, más conocido como el Cine Comedia, cerrado desde enero de 2024. Ante el riesgo de que colapse, el ayuntamiento tiene previstas unas obras para apuntalar la fachada. La intervención, licitada hace escasos días, no llega a los 100.000 euros, pero parece que bastará para evitar el disgusto -y un cierto ridículo- de perder un edificio (mejor dicho, la piel de lo que fue un edificio) que formó parte de la Real Fábrica de Moneda de la Corona de Aragón, también conocida como La Seca Real.
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Esta fábrica acuñó moneda de manera discontinua entre los siglos XV y XIX y la estructura objeto de esta mejora se construyó en el siglo XVIII, cuando se incorporó un escudo de piedra, coronado y decorado con volutas, que todavía es visible y que simboliza la importancia institucional del inmueble durante el periodo borbónico. La inspección de la finca, realizada por la empresa Cotca por encargo municipal, no deja mucho lugar a la duda: hay desprendimientos, fisuras, humedades y filtraciones. En resumen: “Estas condiciones representan un riesgo para la seguridad del entorno”. O lo que es lo mismo, si no se actúa con cierta premura, hay serio peligro de que la estructura se venga abajo. Y si por el camino alguien resulta herido, amén de la pérdida patrimonial, malas noticias para el Ayuntamiento de Barcelona en materia de responsabilidad civil.

Interior de la finca de la calle de las Mosques, a cielo descubierto y con los muros en un estado muy mejorable
Àlex Garcia
El concurso público convocado por el consistorio, con un valor de salida de unos 95.500 euros, incluye el siguiente mandato: “Saneamiento y protección de paramentos verticales, estabilización y refuerzo interior de las fachadas y sustitución de la solera existente (la estructura de hormigón del suelo)”. La empresa que se haga con el trabajo tendrá tres meses y medio para completar el proyecto, en el que se tendrán que usar herramientas poco invasivas para evitar que los muros cedan. La limpieza interior y exterior de la fachada, por ejemplo, deberá ejecutarse a mano y sin agua a presión.
La rehabilitación requerirá un trabajo más manual que mecánico, sin agua a presión para evitar que cedan los muros
Tampoco el entorno se presta para grandes acometidas, pues la calle tiene una anchura de 1,38 metros, lo que imposibilita la entrada de maquinaria de gran tamaño. Así las cosas, esta rehabilitación de urgencia, que no es más que el paso de la UCI a planta, tendrá que hacerse de una manera que se asemejará bastante a su construcción artesanal. Esta era tan solo una esquina del vasto espacio que ocupaba La Seca entre las calles Flassaders, Cirera, Seca y Mosques.

El lamentable estado en el que se encuentra este edificio que forma parte del patrimonio de la ciudad
Àlex Garcia
La historia dice que el siglo XV fue más que decente para Barcelona, adalid del comercio marítimo y urbe pionera entonces en la consolidación de instituciones como la Generalitat -empezaba a tomar forma su sede definitiva en Sant Jaume- o la Llotja de Mar, el corazón mercantil de la ciudad. Pero semejante empuje, y eso es algo que todavía sucede 600 años después, llevaba asidas ciertas externalidades, como el paupérrimo saneamiento de las calles. Una insalubridad que cuatro siglos más tarde terminaría por derribar las murallas y levantar el Eixample de Cerdá. Es en esa urbe sin planificación urbanística y algo pantanosa cuando nace la calle de les Mosques. Es decir, su estrechez no fue un capricho, sino más bien un accidente.
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La Seca, que proviene del término árabe sekka, que significa lugar en el que se fabrica moneda, cerró de manera definitiva en 1868. En estos más de 150 años se ha ido troceando. Albergó un taller de curtidos, un almacén de droguería e incluso una discoteca en los años 80. En 2011, tras una profunda transformación, la nave principal se recuperó para albergar dependencias de la Fundació Joan Brossa. Junto al 9 de las Mosques, por cierto, sobrevive la sociedad gastronómica vasca más antigua de la ciudad, Euskalzaleak. A la digestión tendrán que añadirle el ruido de las obras.