En la edición del 7 de julio de 1922 de La Vanguardia se daba cuenta de la adquisición, por parte del Ayuntamiento de Barcelona, del “Parque Güell y del Bosque de Vallcarca por un precio de 3.200.000 pesetas”. Al cambio, unos 19.000 euros. La oposición de entonces no comulgó con el dispendio. Darius Rumeu i Freixa, segunda barón de Viver (sería alcalde entre 1925 y 1929) habló de “despilfarro” y de “mal negocio”, y aventuró que el valor del terreno “no compensaría los gastos de conservación”. La decisión se tomó en base a un informe elaborado por el paisajista municipal de la época, Nicolau Maria Rubió i Tudurí, que advertía de la escasez hídrica -”una sola fuente que suministra una pluma de agua”- y de la necesidad de expropiar otras fincas para garantizar el acceso por las distintas vertientes de la montaña. El cuidado del parque salía a unos ”40.000 duros anuales” (1.200 euros), razón por la cual el jardinero jefe recomendaba oponerse a la ratificación del acuerdo. Se compró igualmente, y 100 años más tarde, la finca diseñada por Gaudí genera ya más de 35 millones de euros (5.800 millones de pesetas) por la venta de entradas, y desde que se cerró a finales de 2013 ya ha recaudado más de 215 millones de euros.
El debate sobre el cierre perimetral del Park Güell se inició en 2009. Curiosamente, fue Imma Mayol, líder municipal de ICV-EUiA, quien planteó por primer vez la necesidad de regular el monumento. Pero no hubo acuerdo político hasta los tiempos del alcalde Xavier Trias, cuando al jardín entraban cada año cerca de nueve millones de personas, una situación insostenible. El control de acceso empezó a aplicarse el 25 de octubre del 2013, con las entradas a ocho euros (siete euros si se compraban de manera anticipada). Aquel día se vendieron 7.137 pases de un total de 7.500 disponibles. La previsión de la empresa municipal BSM era ingresar un millón de euros al año, un dinero que ayudaría a mantener y mejorar el estado del jardín. Pero se quedaron muy cortos.
El estreno
BSM calculó que en el primer año se ganaría un millón de euros. Al final del ejercicio fueron más de 14 millones ingresados
El primer ejercicio entero con el parque regulado (2014) se cerró, según consta en las cuentas anuales de BSM, con 2.598.732 visitantes (un 70% menos que antes del cierre perimetral de la zona monumental), de los cuales 5,5% entraron de manera gratuita (vecinos y resto de barceloneses). Ese pronóstico de la empresa municipal que gestiona el parque se quedó muy lejos de la realidad, puesto que en esos primeros 12 meses se ingresaron 14,4 millones de euros en concepto de venta de entradas. El crecimiento fue sostenido y sutil hasta el 2019, cuando se llegó a los 21,3 millones y 3,15 millones de visitantes, de los que solo el 4% corresponden a vecinos y barceloneses que solicitaron pases libres de pago.
 
             Apretones en el bus 24, con turistas camino del Park Güell, el pasado agosto
Àlex Garcia
La pandemia vació la ciudad de forasteros y hundió los ingresos (4,3 millones y 600.000 visitantes). En ese 2020 se aprovechó para ampliar la zona regulada, que hasta entonces se limitaba a la parte monumental, de 1,7 hectáreas. Pasaron a ser 12 hectáreas, de manera que el coto creció y se pudo controlar mejor la cantidad de gente que subía al parque del barrio de la Salut. Las ganancias empezaron a crecer como la espuma: 31,8 millones en el 2022, casi 34,7 millones de euros en el 2023 y 36,3 millones (y 4,8 millones de visitantes) en el 2024, récord absoluto desde que hay que pagar para pasear por el jardín. La cifra total desde 2014 asciende a 219.288.824 euros, y la de visitantes, a 33.305.111, dos veces la población de Países Bajos.
Todo este dinero se usa para acometer mejoras por toda la ciudad. Entre otras, BSM ha renovado el funicular del Tibidabo (la Cuca de Llum, que costó 19 millones de euros) y ha transformado el Port Olímpic. Para el futuro se espera el ”observatorio de la vida” del Zoo (Bioscope, 18 millones de inversión) y 39 millones en mejoras en el propio Park Güell y su entorno en los próximos cuatro años.





