Pablo Rodríguez es científico y emprendedor. Referente en innovación e Inteligencia Artificial, explorando cómo la tecnología transforma la sociedad.
¿Qué se puede aprender en innovación y liderazgo de San Francisco?
Silicon Valley no es solo un lugar, es una mentalidad. Un ecosistema donde fallar no es una derrota, sino una interacción más en el camino del éxito. Aquí, la innovación no depende solo del talento, sino de una red que conecta inversores, universidades y emprendedores en un flujo continuo de experimentación y aprendizaje.
En San Francisco, la velocidad es clave. Un proyecto no espera años para validarse: se lanza rápido, se ajusta sobre la marcha y se adapta sin miedo. El acceso a financiación temprana permite que ideas audaces no mueran en el intento. Además, la conexión entre la academia y la industria es orgánica: los estudiantes trabajan en startups, las universidades crean spin-offs y el capital riesgo apuesta por tecnologías que aún están en el laboratorio.

Pablo Rodríguez
Barcelona Global
Pero lo más importante es la visión de impacto. La innovación en Silicon Valley no solo busca eficiencia o disrupción, sino transformar industrias enteras. Desde biotecnología hasta energías limpias, el foco está en construir, no solo en optimizar. En mi carrera, he trabajado en la intersección entre IA, innovación y ciencia, liderando proyectos en organizaciones globales y explorando cómo la tecnología puede resolver grandes desafíos sociales. Llegar hasta aquí no fue un camino evidente ni fácil. Desde mis primeros proyectos en IA hasta liderar iniciativas de innovación en algunas de las organizaciones más punteras del mundo, he visto cómo el conocimiento, el esfuerzo y la audacia pueden abrir puertas que antes parecían cerradas.
¿Cómo se podría trasladar y aplicar a Barcelona?
Barcelona ha demostrado que puede ser un hub tecnológico de referencia en Europa, con startups que han escalado globalmente. Pero ¿Cómo pasar de promesa a realidad? Hay que repensar la infraestructura de la innovación. No basta con talento y buenas ideas: necesitamos un ecosistema que las retenga y las impulse. Eso significa acelerar la conexión entre universidad y empresa, facilitar el acceso a capital riesgo en etapas tempranas y asumir riesgos sin penalizar el fracaso.
También hay que adoptar una visión de país. La innovación no surge de la casualidad, sino de sistemas bien diseñados que permiten la transferencia de conocimiento, el desarrollo de nuevas tecnologías y generan un impacto económico y social.
Más allá de la estructura del ecosistema, hay algo más profundo que debemos abordar: la relación entre tecnología y humanidad.
En mi viaje personal, he comprendido que la innovación no puede estar separada del bienestar humano y del propósito. No se trata solo de construir mejor IA, sino de preguntarnos para qué la construimos. No se trata solo de acelerar el desarrollo, sino de asegurarnos de que avanza en la dirección correcta. Si Barcelona quiere diferenciarse, debe liderar una visión más humana de la tecnología, donde la eficiencia y el progreso se equilibren con la ética, la sostenibilidad y el bienestar colectivo.
Barcelona tiene la oportunidad de liderar la innovación, pero sólo si asume el reto con ambición. En este mundo, la innovación no espera. O construimos el tren, o nos quedamos esperando en la estación, viendo cómo otros nos llevan al futuro.