La noche del 23 al 24 de junio es la de San Juan, la más corta del año, la del solsticio de verano, cuando las celebraciones se arremolinan en torno a las hogueras. El fuego, siempre temido, se convierte durante esta noche de influjos dionisiacos en fuente de renovación: arrasa con lo accesorio y conservar lo esencial. El ritual alcanza su grandeza en las playas mediterráneas, bajo el aura de Sant Joan, entre música, danzas y ditirambos, al pie de los paseos marítimos, las heladerías, los restaurantes y, ¿qué ese extraño letrero que se ilumina?, alguna sucursal del Sabadell o del BBVA –en Catalunya hay por cierto más sucursales del BBVA que del Sabadell–.
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