
Barcelona
Ni calma tensa ni amago de jaleo ni arrebato de pasión ni improvisada protesta para pedir el metro, un convenio colectivo más justo, la paz en Vallcarca o un Estado palestino sin genocidio. Sant Jaume ha empezado siguiendo el pregón de las fiestas de la Mercè como el bonito crisol de civilizaciones en el que se ha convertido Barcelona. Una postal mestiza y diversa, pero también algo desubicada y hueca de contenido. Difícil desempatar, pero tras una hora de paseo por la plaza, podría convenirse que el 70% de los asistentes eran turistas que pasaban por ahí a su casi hora de cenar. Lo demuestra el hecho que en la pantalla gigante tan reconocido ha sido el alcalde Jaume Collboni como Bev Craig, su colega de Manchester.
Que un peatón pudiera cruzar Sant Jaume sin agobios en pleno pregón es el mejor termómetro del éxito inicial de la convocatoria. “Sorry, what’s her name?”, preguntaba una mujer irlandesa de Cork, refiriéndose a la veterana y laureada actriz Emma Vilarasau, que este año abría la fiesta mayor. Recibió respuesta, pero resultó imposible mentarle una película que pudiera orientarla. Apetecía hablarle del personaje de Eulàlia Montsolís en la mítica serie de TV3 Nissaga de poder, pero no iba a servir de nada. “She’s a very good local actress”. Y con esto, la señora de Cork ya pudo ir tirando.
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Avanzaba el pregón y se generó un peculiar fenómeno de filtraje social. Los forasteros habían olido espectáculo gratis, pero al ver que ahí nadie regalaba nada e intuir folclore, empezaron a desfilar. Se quedaron los barceloneses. Y fueron llegando más. Hasta que ese 70% giró como un calcetín y ya eran franca mayoría los locales. ¿Cómo saberlo? Los unánimes aplausos del respetable tras la defensa del catalán por parte de Vilarasau o durante su emocionado recuerdo del nacimiento de su hijo en los primeros años 90. A eso de las 20.04 horas, ha quedado muy claro el cambio de paisaje cuando la actriz ha compartido su deseo de que Benjamin Netanyahu pague por sus crímenes en Gaza. Sant Jaume ha aplaudido sin estridencias, pero con ganas. Sí ha habido incluso gritos de júbilo, además de palmas, cuando ha zanjado su pregón animando a los ciudadanos a “no dejarse arrinconar y amargar por los turistas”. En Sant Jaume lo han aplicado al pie de la letra: la plaza ya era toda suya.
Dentro del Saló de Cent no cabía un alfiler. Es el día en el que el nutrido personal municipal de protocolo, amén del acto de investidura cada cuatro años, acaricia el infarto. Además de concejales, había políticos de todo corte (incluidos los retirados), empresarios, farándula, representantes de la sociedad civil. Y periodistas tomando notas, siempre en los lados; los últimos en salir en el caso de que arda el templo. Ha terminado el pregón y el séquito inaugural ha llegado desde la Virreina con gigantes y el águila de Barcelona. Les acompañaban las dos figuras cedidas por Manchester, a estas horas, de lo poco guiri que quedaba en la plaza de Sant Jaume.
En dos horas de evento no se ha escuchado una sola consigna, no se ha blandido una sola bandera. No ha habido gritos, lemas; no ha habido cánticos contra nada ni nadie. Como si esto fuera, de verdad, solo el inicio de una fiesta mayor. Mal acostumbrados venimos… Pero qué es mejor, ¿la Barcelona enfadada y enfrentada o la Barcelona, si quieren, más resignada y anestesiada?