El sueño de Lula no se está cumpliendo.
En un momento pareció que su rebote sería muy fuerte, con algo de venganza, pero también con mucha energía. Lula pasaría al frente, internamente, con todo el poder de una reivindicación político-personal y, además, volvería a la campaña internacional para poner al Brasil a jugar en primera, viejísima aspiración de las élites brasileñas desde la época del Barón de Río Branco.
Pero, nada de eso ha sucedido, ni en lo interno, ni en política internacional.
Un reciente artículo de Bloomberg, pinta un cuadro bastante sombrío:
“…Lula se está desmoronando… la mayoría (de la opinión pública brasileña) desaprueba al presidente, cuya popularidad se sitúa cerca de los niveles más bajo de su mandato, los inversores están empezando a apostar por su derrota… frente a un rival de la derecha.”
“…retomó su intento de ejercer la influencia de Brasil a nivel internacional… Pero el estatus global de Brasil, ha estado vinculado a su capacidad para cumplir su esquiva promesa económica.”
El artículo es anterior a la mano que Trump le dio a la popularidad de Lula con su imperialismo arancelario. Pero es un fenómeno pasajero.
Le faltó decir a Bloomberg que, en su apuro por salir en la estampita, Lula recorrió las capitales de países con conflictos, acumulando fotos con tirios y troyanos, al tiempo de darle manija a los Brics para que muten a mariposa multicolor en el jardín geopolítico, cuando sus dos integrantes más poderosos están enfrascados en piñatas durísimas e inciertas.
Tampoco a nivel regional ha trazado Brasil una política de liderazgo con contenidos geopolíticos claros y aceptables. De hecho, parece estar de espaldas a la región, a lo sumo subiéndose ocasionalmente al carro del Mercosur y con escaso calor.
Como es obvio, todo esto pega sobre nuestro país.
Ya Herrera insistía sobre la necesidad de tener presente nuestra ubicación geográfica a la hora de buscar las líneas de acción para una política exterior. Algo tan relevante para un país chico.
Estamos en un momento muy difícil en cuanto a nuestra política exterior.
Por un lado, del punto de vista interno, no se ve que exista una reflexión, ilustrada y profunda, acerca de cuáles son los valores de fondo y los intereses gravitantes que deban informar la construcción de una política exterior.
Eso, en medio de una realidad de turbulencias e incertidumbres, frente a las cuales las instituciones de gobernanza mundial (ONU, OMC, etc.) han pasado a transformarse en espectadores o, a lo sumo, en comentaristas.
¿Hacia dónde mirar?
¿Cuáles podrían ser nuestros apoyos?
Desde ya que no es momento (si alguna vez lo fue), de retomar la zoncera de los alineamientos ideológicos, (cada vez más confundidos). Tampoco seguir con los viejos lugares comunes, ni con los clásicos informes diplomáticos con retrogustos metternichianos, ni, menos, la versión pedestre del diplomático como agente de comercio.
Volver a definir cuáles son nuestros intereses y, a partir de allí, escudriñar la realidad geopolítica para ver dónde podemos apoyarnos.
Acerca de lo primero, mucho hay para meditar y deliberar (y releer algunos clásicos, como Herrera), hay nociones básicas a re-encarar: nuestra soberanía (mirando mucho a la Argentina), nuestra ubicación geopolítica (para ello es básico contar con información relevante, sobre todo en áreas técnicas) y nuestros intereses económicos y comerciales – que van mucho más allá de la colocación de bienes y servicios. Nuestra Cancillería debería ser una fuente importantísima de información y contactos para ubicar nuestra realidad (por ej. en materia de educación), en el mundo.
Una vez tengamos claro los objetivos, hay que analizar cómo procurarlos.
Volvamos al Brasil (no da un artículo para dibujar todo el panorama).
La designación de un nuevo embajador (que va a sustituir a uno de los mejores funcionarios del servicio exterior que he conocido), es una oportunidad para repensar algunos aspectos, o por lo menos énfasis, de nuestra relación con Brasil, apuntando a fortalecer contactos con centros de poder que tengan potenciales afinidades de interés, como es todo el sector agroexportador brasilero, y, también, reforzando la presencia ya no consular sino diplomático-comercial en lugares como San Pablo y Porto Alegre (capital del “gavetao”, instrumento tradicional de la política exterior brasileña).
El Brasil institucional seguirá sin llevarnos el apunte. Debemos tratar de despertarlo desde adentro.
El mundo está embarullado y la región apenas balconea. Tenemos que agudizar la imaginación y redoblar los esfuerzos.