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sábado, julio 12, 2025

Brisa De Angulo, ícono contra la violencia sexual en América Latina, vuelve a encarar a su agresor: “La justicia sigue siendo revictimizante”

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La colombiana Brisa De Angulo busca justicia desde hace 23 años. Denunció en 2002 a Eduardo Gutiérrez, el primo que la violó durante ocho meses cuando era adolescente. Al principio, nadie le creyó. Su familia extendida le dio la espalda y la justicia de Bolivia, donde ocurrieron los hechos, puso todo tipo de obstáculos. Dos décadas después, un fallo histórico la ilusionó: la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó a Bolivia por haber fallado en investigar la violación y haberla revictimizado. De Angulo se convirtió en un ícono de la lucha contra la violencia sexual en América Latina. El agresor, sin embargo, sigue en libertad porque Colombia ha rechazado su extradición. Mientras tanto, mantiene el acoso contra su víctima: la ha denunciado por calumnias y la ha forzado a comparecer en Bogotá, así fuera para rechazar una conciliación.

La activista, que viajó a la capital colombiana esta semana para presentarse ante la Fiscalía, considera que la justicia latinoamericana aún carece de una perspectiva de género. “Ha mejorado muchísimo en la parte teórica, pero en la práctica continúa siendo extremadamente revictimizante”, comenta. Para ella, es inconcebible que la Corte Suprema de Colombia haya negado la extradición de Gutiérrez por un tratado de 1911 que exige que el delito no se encuentre prescrito en el país que recibe la solicitud —la decisión ahora está en estudio en la Corte Constitucional—. La citación por la demanda por calumnias, en tanto, le parece “una aberración”. “Entiendo que la Fiscalía tiene la obligación de citarme cuando hay una denuncia, pero él es un prófugo de la justicia. ¿Cómo pueden sentarlo a conciliar en la misma mesa con la víctima?”.

La primera reacción ante la notificación de la demanda fue de angustia. “Lloré muchísimo. Me sentí muy vulnerable y dije: ‘Yo no voy’. Me daba miedo verlo de nuevo”, comenta De Angulo. Sus hijos, con quienes vive en Estados Unidos, le pidieron que no se expusiera. Les preocupa su madre porque las represalias por haber llevado su caso a la justicia ya han sido muchas: De Angulo cuenta que la han amenazado en varias ocasiones. Añade que sus tíos y primos, provenientes de una familia acomodada del suroccidente de Colombia, aún protegen al agresor y dicen que ella miente.

Brisa De Angulo y José Enrique Escardó a la salida de la Casa de Justicia del barrio Mártires, en Bogotá, el 11 de julio de 2025. 

Después de esa primera reacción, vio la demanda como una oportunidad para avanzar en su activismo. “Si nos quedamos abajo de una ola, nos aplasta. Pero, si nos subimos arriba, puedo utilizar esa inercia para crear cambios sociales”, explica. Quiere que la denuncia de Gutiérrez sirva para visibilizar cómo el sistema judicial “se está volviendo cómplice de las venganzas contra las víctimas”. Decidió, entonces, acudir a Bogotá personalmente, organizar un plantón frente a la Fiscalía y mandar un mensaje de que no se dejará intimidar. “Cada vez que mi agresor me ataque por difamación, con más ganas voy a hablar”, subraya.

Ana Bejarano, columnista y abogada especializada en género, coincide en la gravedad del caso. “Si esto le pasa a un víctima como Brisa, que tiene detrás una sentencia de la Corte IDH, queda un mensaje de que le puede pasar a cualquier víctima y eso causa un efecto intimidatorio”, comenta por mensaje de texto. Asimismo, señala que es plausible que el caso, que no tendrá conciliación, siga su curso hasta llegar a juicio: “Es muy complejo para las víctimas de violencia sexual porque no suelen contar con mucho más que su testimonio. En general, el sistema funciona para que no se le crea a las víctimas”.

El plantón

En la mañana del viernes, De Angulo llega a una sede judicial del centro de Bogotá a bordo de un carro blindado. Se baja con un chaleco antibalas y declara a los medios de comunicación: “Me enfrento con la cabeza en alto porque no hice nada malo. Es un mensaje para todas las víctimas de que no tenemos por qué agachar cabeza. El agresor sexual, el prófugo, el criminal, es el que tiene que avergonzarse y meter la cola entre los rabos”. Sus palabras le hacen eco al famoso caso de Gisèle Pelicot, que enfrentó con dignidad a quienes la violaron, diciendo que la vergüenza tiene que cambiar de bando. Después, mientras De Angulo entra a la sede judicial, otros sobrevivientes de violencia sexual le dan ánimos. “¡Vamos Brisa! ¡No estás sola!”, dicen. Tras 15 minutos, sale de nuevo y cuenta que el agresor no se presentó.

“Acabamos de salir de una audiencia extremadamente horrible”, denuncia. Según explica, la fiscal la maltrató y apenas le dio explicaciones. Solo le informó que avanzaría con el proceso, aunque el denunciante no se hubiera presentado. “Me dijo que el caso se archiva si el querellante no se presenta. Pero que, en este caso, él mandó una carta en la que dice que no concilia”, relata. De Angulo, que se identifica como “una colombiana nacida en Estados Unidos”, expresa su frustración con su país. “Colombia hoy se convierte en mi tercer agresor”, luego de Gutiérrez y Bolivia, denuncia.

Brisa De Angulo durante su salida de la Casa de Justicia, en Bogotá.

Los otros sobrevivientes presentes le muestran su apoyo. José Enrique Escardó, de Perú, la abraza y luego cuenta que ella lo acompañó hace unos meses en el Vaticano cuando el papa Francisco disolvió el Sodalicio, la organización católica en la que fue abusado en los ochenta. “Es mi mejor amiga y no quería que estuviera sola”, comenta. También está allí Celeste Cisneros, de Argentina, quien referencia las investigaciones de De Angulo como neuropsicóloga: “Hace unos años, conocimos su trabajo sobre el impacto del trauma en la vida de los sobrevivientes. Nos ayudó a sanar, a poner en palabras lo que nos pasaba”.

Salvador Cacho, de México, cuenta que su caso es muy similar al de De Angulo. Su agresor fue un primo y también está libre: España, a donde escapó con la ayuda del abuelo de ambos, no lo extradita porque el delito ya prescribió. A diferencia de ella, que denunció a los pocos meses de los hechos y luego enfrentó un sinnúmero de obstáculos en la justicia, él se demoró más en empezar el proceso. “Cuando te están violando a los siete años, no entiendes lo que está pasando. En el 80% de los casos te lo hace alguien en quien tú crees, a quien le tienes cariño. Traicionan tu confianza y te rompen por dentro”, comenta.

Los padres

De Angulo ha viajado a Bogotá con sus padres, José Miguel De Angulo y Luz Stella Losada, que aún viven en Bolivia. Él cuenta que al principio le costó apoyar a su hija porque los abusos ocurrieron durante unos meses en los que Gutiérrez vivió con ellos en Cochabamba. “La primera fase fue de una gran culpabilidad. ¿Cómo no nos dimos cuenta? Por el contrario, le pedíamos ayuda [para cuidar a Brisa]”, relata. Como mecanismo de autodefensa, al principio optó por alejarse del tema. “No quería saber nada, me parecía repulsivo”, dice. Fue su esposa quien le insistió que debían apoyar a su hija y que, si no, se acababa el matrimonio. “Ahí vino otra etapa, de acompañarla con una gran dificultad. Cada acompañada era arrancarse pedazos de uno”, rememora él.

Tanto los padres como la hija señalan que la sociedad, a diferencia de la justicia, ha cambiado mucho en estos 20 años. “Ahora es una terapia ver cómo la gente nos escucha, nos pregunta. Eso no pasaba antes. A donde íbamos, era para recibir garrotazos”, afirma José Miguel, que se entusiasma cuando habla de la fundación que su hija tiene en Bolivia para apoyar a niñas y niños que sufrieron violencia sexual. Su hija coincide: “El sistema judicial se está quedando atrás, pero, así eso pase, la sociedad ya no se va a quedar atrás. No va a permitir que esto siga pasando y nosotras podemos mostrar que ya no estamos solas. Eso es una sensación muy sanadora”.

Brisa De Angulo con su madre Luz Stella Losada y su padre José Miguel De Angulo.

Redacción

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