Buenos Aires amanece con una luz particular que encandila y se multiplica en el reflejo de los grandes edificios vidriados. Un fogonazo visual que te pone en tu lugar.
Clásica, algo loca y tan dramática -como dice la canción-, sus cornisas proyectan sombras puntiagudas que confunden lo nuevo con aquello que siempre ha estado ahí, en nuestra capital. Esa que está en Europa, pero podemos llegar en un vuelo de cabotaje.
La capital es extrovertida y, si el frío no es cruel, las ganas de caminar alcanzan para que seas seducido sin trucos. El bolsillo puede estar liviano pero la experiencia puede ser intensa como un café servido con destreza en la Confitería Saint Moritz. Es que la magia porteña se ejecuta a la vista de todos.
El Museo Nacional de Bellas Artes
El museo más importante del país espera paciente, con la dignidad de un foro democrático, a que ingreses en sus salas colmadas de visitantes humanos y tesoros residentes. Las grandes obras que la nación supo adquirir son las visiones del país y nos hablan en su condición de patrimonio colectivo. La entrada es gratuita, aunque se sugieren contribuciones con contundencia porteña. Está custodiado por una persona que, además de su calidez sin igual, guarda una curiosidad: el director, Andrés Duprat, es el guionista de «Bellas Artes», la serie que narra tragicómicamente la vida de un responsable de museo y que ha sido un boom en pantallas. La vida representando el arte, algo tan cruel como emocionante. Como las voces nacionales, como las piezas exhibidas en el MNBA.
Av. del Libertador 1473, de martes a domingos, de 11:00 a 19:30.
El Cuartito: el pueblo pide pizza
El hambre llama con lunfardo urbano y Buenos Aires responde con pizza. Como canta Alfredo Casero «pido pizza» y El Cuartito, la catedral del fainá aparece como la respuesta perfecta a esa necesidad ancestral. Estás en un bastión gastronómico que sirve camaradería en generosas porciones coronadas con una muzzarella humeante como incienso laico.
No importa la hora: siempre hay una cola de feligreses, algunos sentados en mesas, otros parados en la barra, pero todos embelesados con el aroma a masa y cebolla. Estas personas serán bendecidas por unos mozos expertos e integrados a una historia con más de 70 años.
El horno arroja, frenético, una gran cantidad de experiencia mística presentada en bandeja de lata, y servida por la ciudad que nunca duerme.
Talcahuano 937. Todos los días, de 12 a 2 de la mañana.
Caza deportiva por Corrientes
Con el estómago satisfecho y el ánimo elevado, llega la hora del safari intelectual. Las librerías de usados de Corrientes son la meca para los devotos de la palabra impresa. Entre torres tambaleantes de libros que desafían las leyes de la física y el buen gusto, se encuentran tesoros inesperados, ensayos descatalogados, novelas que creíamos extintas y la sencilla experiencia de manosear mil libros y olfatear su itinerario.
Cada librería tiene personalidad propia: algunas especializadas, otras ordenadas y muchas caóticas, pero hay consenso en que no tengan puertas. El límite entre el adentro y el afuera está administrado por unos hechiceros del saber escrito, que conocen la ubicación de sus habitantes con tanta precisión como inventiva para ficcionar referencias faltantes. Hacés minería literaria en tiempo real cuando cada compra es un rescate del olvido.
Florida: arqueología del glamour perdido
Florida está habitada por distinguidos fantasmas que miran con desconfianza a vendedores ambulantes y oferentes de dólar turista falando portuñol. Casi como un álbum nacional descolorido, aparece en primer plano Harrods, mientras que otros colosos se inclinan hacia los peatones sin ninguna altivez.
Unos ofrecen chucherías y otras brujas destrozan un tango, pero ya nadie huele rico al caminar por Florida. Los edificios artdecó observan desde arriba la misma arquitectura que integran, y sus vidrieras casi no exhiben sino que observan a esa maldita reconfiguración económica que lleva décadas sin terminar. Un poco de arqueología urbana imaginaria -más allá de las Galerías Pacífico- permite dibujar con el dedo la ubicación de viejas glorias comerciales ya desaparecidas. Los locales cerrados emanan un aliento frío, así como las tiendas de saldos con amenazas inverosímiles de cierre huelen a trampa, pero le dan una belleza nostálgica muy diferente al seguro caminar de aquellas señoras elegantes que décadas atrás pisaban sus baldosas con la decisión del pudiente.
Dadá: la bohemia desbordada
Cuando el atardecer tiñe de naranja las fachadas del microcentro y las oficinas liberan sus empleados, es hora de coronar la jornada en el Bistró Dadá. Justo a una cuadra de Florida, este reducto bohemio vive en permanente estado de feliz ebullición. Desde la siesta hay conversaciones marcadas por ese bullicio dulzón de la segunda copa en un desborde hacia la vereda, allí donde la vida porteña polemiza temas triviales.
El gin tonic se bebe al aire libre por necesidad –no hay lugar dentro– pero también por elección. Además, el frío se combate con un filosofar de intensidad ascendente, según pasan los tragos, abrigando alguna risa con ideas delirantes.
San Martín 941. De martes a sábado, de 12 a 02.
La ciudad ilusionista no exige inversiones desmedidas para encantar. Como los cocktails en el Dadá, o una porción de margherita llena de hilos de mozzarella en El Cuartito, o un Rodin en el MNBA, la magia de Buenos Aires radica en que le creas.