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miércoles, agosto 6, 2025

Buenos Aires: historia de una fundación maldita

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Antes de que Buenos Aires fuera Buenos Aires, fue una sombra húmeda, hambrienta y feroz. Y antes de que Juan de Garay trazara las primeras líneas de la ciudad hubo otra fundación, condenada al olvido, manchada de sangre y desdicha. Una ciudad abortada por la desgracia.

Corría el año 1535 cuando don Pedro de Mendoza llegó al Río de la Plata con intenciones fundacionales. A bordo venían no sólo soldados y clérigos, sino también intrigas, enfermedades venéreas, hambre, malentendidos y el expedicionario que se convertiría en el primer fantasma de Buenos Aires: Juan de Osorio.

Osorio, un experimentado hombre de armas, tenía carisma y liderazgo. Demasiado, tal vez, lo que provocó que en la nave capitana las habladurías crecieran como moho y se orquestara una campaña en su contra.

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Se dijo que planeaba un motín. Que aspiraba a reemplazar al propio Mendoza. Las versiones describen a Osorio como algo altanero, pero no traidor.

Sin embargo, el adelantado termina ejecutando a Osorio con sus propias manos. Tantas puñaladas que, cuentan, el alma se le salió del cuerpo antes de tocar el suelo.

Fue un crimen fundacional porque, desde entonces, todo salió mal. Los querandíes, amistosos al principio, se rebelaron con furia. Los españoles pasaron hambre, comieron cuero hervido, raíces, gatos. Y cuando los yaguaretés empezaron a rondar el campamento ya nadie hablaba de fundar una ciudad, sino de sobrevivir al infierno.

Pedro de Mendoza, devastado por la sífilis, embarcó rumbo a España. Murió en altamar. Su hermano, Diego de Mendoza, partió hacia Asunción con provisiones, pero su barco jamás llegó.

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Buenos Aires quedó desierta. La primera fundación, aquella de 1536, fue un fracaso. Un acto que parece condenado por un virtual karma histórico.

Hubo que esperar más de 40 años para que un tal Juan de Garay fundara por segunda vez la ciudad. Esta vez con otro pulso, otra visión, otra suerte.

Lo suyo podría ser considerado como un exorcismo cívico. Como si hubiera logrado espantar a los fantasmas del pasado, Garay reescribió la historia con tinta y coraje. Y quizás, dejó descansar en paz a Juan de Osorio, traicionado antes del alba de la ciudad.

ML

Redacción

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