El Ayuntamiento de Barcelona ha presentado el cartel de las fiestas de La Mercè. La Virgen es la copatrona de la ciudad junto a Santa Eulàlia. Es lógico que en los tiempos que acontecen la publicidad de esta efemérides no sea una alegoría religiosa, atendiendo a sus orígenes y raíces cristianas, y que, en aras de la neutralidad o de una administración aconfesional, el cartel se torne en un elemento de proyección cívica y barcelonesa. Sin embargo, es reprobable que su diseño lo sea de burla u ofensa.
Abogo por la libertad de expresión y de creatividad. Sin embargo, tiene unos límites legales para todos y de autoexigencia cuando se ejerce en el ámbito público. No han de ser entendidos como restricciones, sino como normas capitales de convivencia en el respeto a las creencias religiosas, a la orientación sexual, a la dignidad humana o a la adscripción ideológica.
Debería retirar el cartel de la Mercè y no sumarse al cártel de falsos progresistas
En la próxima edición del cartel de la Mercè es fácil identificar su fondo con un retablo gótico eclesial o a la mujer circense coronada que aparece con la Virgen. El resto de figurantes del póster se supone son personajes de las artes escénicas e ignoro si su no representación con antorchas excluye una alusión a aquellos anarco-comunistas que en nuestra guerra civil quemaban ermitas, iglesias, conventos o monasterios, el de Sijena incluido
El consistorio, léase Ada Colau, excluyó la Misa en la Basílica del programa oficial de la Mercè, aunque en su última celebración acudieran de nuevo las primeras autoridades. Retomar la Eucaristía, como una más de las múltiples actividades de ciudad sería una muestra de respeto y de reconocimiento a las creencias de muchos, a la historia datada desde 1.218, a la Orden Mercedaria y a su obra solidaria para con los más necesitados.
Las raíces cristianas de Barcelona son obvias. A quienes quieran desdeñarlas siempre podrán eliminar la Cruz de Sant Jordi del escudo y de la bandera de nuestra ciudad o suprimir del nomenclátor los nombres de ciertos distritos o barrios (Sant Andreu, Sant Martí, Sant Gervasi, Sants y tantos otros). Que le pregunten sino a los vecinos de las calles de Santa Ágata, Santa Rosa y Santa Magdalena que han visto perder su nombre tradicional por otros “civiles”. No es exagerado. Cabe recordar el intento municipal de promover una Navidad laica cuando no sustituir tan entrañables fiestas por las del solsticio de invierno e iluminaciones propias de Chinatown. Es reciente la expulsión del pesebre de la Plaza de Sant Jaume. Su coincidencia nominal con la onomástica del primer edil Collboni y lugar de su despacho municipal bien podría preservarse en el imaginario callejero como la Plaza del alcalde Jaume.
Entre los barceloneses el sentimiento católico, practicante o no, sigue siendo mayoritario. Sea cual sea tu religión, seas agnóstico, te consideres devoto de la Fe o adalid de la libertad, que no son incompatibles, es abrumadora la exigencia de respeto a las convicciones personales y para el Ayuntamiento su observancia es obligada. Debería retirar el cartel de la Mercè y no sumarse al cártel de falsos progresistas y de presuntos defensores una libertad mal entendida.
Que fácil es ensañarse con la creencia católica y que difícil o imposible es hacerlo con otras. Y es que demasiados creativos, diseñadores, humoristas, opinadores, políticos y demás son conscientes de si lo hicieran con la musulmana, sus adeptos más radicales, además de enfadarse, te podrían cortar el cuello. Que se lo pregunten a los caricaturistas de Alá de la revista Charlie Hebdo. Y es que burlarse de los católicos, que ponen la otra mejilla, es de cobardes y además resulta gratis.