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jueves, marzo 6, 2025

Caos, agobio y parálisis: dos horas en las que la Avenida Corrientes se transformó en un absoluto infierno

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«Tomá querido, comprate la botellita de agua». La señora le ofrece dos mil pesos al delivery que maneja una bicicleta y que está empapado por la transpiración. El maxi-kiosco, a oscuras, no tiene posnet y el muchacho no lleva efectivo. Sediento, acepta el gesto y le besa la mano por su gesto. «Hace dos horas que esto parece una escena de la película ‘El día después de mañana’. Es el descontrol absoluto», dice Pancho, encargado del local de la esquina de Corrientes y Billinghurst.

Tres de la tarde, la sensación térmica supera los 44 grados y a lo largo de la Avenida Corrientes, entre Pueyrredón y Medrano -franja que recorrió Clarín– hay un apagón absoluto, con todo lo que eso significa: sin semáforos y sin subtes (la línea B fue la última en restablecerse), el tránsito es un enjambre de vehículos inamovibles, y las paradas de los colectivos están colapsadas. Aparece la imagen de la película mencionada por Pancho, sobre todo el desgobierno que copa la zona de Abasto y Almagro.


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Las fotos del apagón: calor sofocante, sin subtes ni semáforos, las calles de Buenos Aires se transformaron en un caos

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Por supuesto que el clima irrespirable sobredimensiona el malestar general, que se percibe en el rostro de la gente, que no sabe qué hacer. «¿Tengo que ir hasta el Obelisco, pero no hay subtes y no me voy a tomar un colectivo, porque no llego más», dice Sandra, desde las escaleras del subte de la estación Medrano. «Me vino como un instante de parálisis. Te juro, porque tampoco tengo cómo volver a casa».

La pizzería Kentucky por dentro. A oscuras y sin clientes en el local de Av. Corrientes y Billinghurst.  Foto: Fernando de la Orden La pizzería Kentucky por dentro. A oscuras y sin clientes en el local de Av. Corrientes y Billinghurst. Foto: Fernando de la Orden

Las veredas están colmadas y hacía mucho que no se veían tantos grupos electrógenos por cuadra. Sin duda es uno de los invitados de lujo de la aciaga jornada del miércoles que tuvo dos apagones dejando a más de 600 mil usuarios del Amba sin electricidad. «Tenemos mucha medicación que necesita conservar la temperatura y cómo no tenemos idea hasta cuándo estaremos a oscuras, decidimos instalar el grupo electrógeno», comenta Brian, empleado de una farmacia de Corrientes y Salguero.

Cronista y fotógrafo caminan por la avenida y se advierte la impaciencia e intolerancia de la gente, especialmente de algunos comerciantes que no sólo se niegan a hablar y responden de mal modo, sino que tampoco permiten que se saquen fotos. «Salí de acá porque te rompo todo, imbécil». Casi de manera patotera, un encargado de una casa de ventiladores y aires acondicionados se puso cara a cara con los periodistas sólo por el hecho de entrar y consultar con otros empleados. Gracias a la mediación de un peatón testigo del encontronazo, la cosa no pasó a mayores.

La gente baja confiada pero como se advierte en el cartel, no funcionan las líneas B y E.  Foto: Fernando de la Orden /La gente baja confiada pero como se advierte en el cartel, no funcionan las líneas B y E. Foto: Fernando de la Orden /

Un señor mayor luce arrebatado por el calor, mientras espera el 128 en Corrientes y Salguero. «¿Cómo hago para subir? Mirá lo que es eso, parece ganado, nadie registra nada y no hay lugar arriba del ómnibus. Hace media hora que estoy esperando subirme, lo mejor va a ser que vaya cerca del subte y espere a que se normalice la línea B. Tengo tanta mala suerte que justo para hoy me dieron el turno médico», reniega el hombre.

En cada cada cuadra aparece una mini historia de vida, un pequeño drama (o no, según) de cómo el apagón y la ola de calor hicieron estragos la rutina prevista para este miércoles infernal. Cruzar avenida Corrientes es otra odisea, entre coches atravesados, colectivos en diagonal y la anarquía que produce que no anden los semáforos. «No puedo, estoy apurada, pero voy a buscar mi hijo al cole. Nos llamaron para que los que retiremos antes. No hay luz, creo que tampoco agua, y las aulas son calderas», dice una madre que va al trote.

Los empleados de Cremolatti no pueden vender helados hasta que vuelva luz. Los empleados de Cremolatti no pueden vender helados hasta que vuelva luz. «Tenemos miedo que se pierda la cadena de frío». Foto: Fernando de la Orden

Yendo hacia Valentín Gómez, por Bulnes, los empleados de la heladería Cremolatti, que están oscuras, detrás de un mostrador, no venden helados, no se les permite. «No podemos abrir los freezer porque tenemos miedo de echar a perder la cadena de frio y que tengamos que tirar la mercadería», dice Sorángeles, «Hace un mes estuvimos tres días sin luz, ¿sabés lo que fue eso? Más de veinte kilos de helados tuvimos que tirar a la basura. No queda otra que rezar y soportar este calor», dice dentro de un local sofocante. Entra una madre con dos chicos y así como entran el «no vendemos» es un mazazo a la ilusión.

Retomamos por Medrano cerca de las cuatro de la tarde y el retorno de la luz sorprende a algunos comerciantes que, sin embargo, no se confían. «Esto es como hacer un gol, antes de celebrar, tenés que esperar que el VAR lo convalide -desliza ingenioso-. Esperemos, no cantemos victoria», dice a la distancia Abel, un carnicero que despobló la heladera donde tenía los distintos cortes para ponerlos en el freezer. «Tenía que proteger la mercadería, es mucha plata. Voy a esperar un poco y ver si en la cuadra la luz vuelve en su totalidad».

Foto: Fernando de la Orden / Ciudad - Cortes luz en el barrio Abasto Almagro. Henry se abanica con un cuaderno su lavadero Bulnes y Corrientes FTP CLARIN DSC03532.jpg Z DelaOrdenFoto: Fernando de la Orden / Ciudad – Cortes luz en el barrio Abasto Almagro. Henry se abanica con un cuaderno su lavadero Bulnes y Corrientes FTP CLARIN DSC03532.jpg Z DelaOrden

En frente de la carnicería, el lavadero que atiende Harry no corre la misma suerte. «¿Por qué mi vecino tiene luz y yo no?», se pregunta con una envidia que no esconde y abanicándose con un cuaderno. «Esto es peor que el apagón que hubo en Chile días atrás, no puedo creer lo que está pasando. ¿Esto no es político?», comparte su inquietud.

El centro, otra postal del infierno

Paralelamente a la recorrida por Almagro y Abasto, otra cronista de Clarín deambula por el centro porteño. En Constitución, la escena es un contraste marcado. Los pasajeros que salen de los trenes con aire acondicionado lo hacen con alivio, secos, como si hubieran cruzado un umbral de bienestar momentáneo. Pero quienes viajan en los trenes viejos, sin aire y con ventanillas abiertas, bajan sofocados, mojados de pies a cabeza

El caos intransitable en pleno Obelisco.  Foto Juano Tesone El caos intransitable en pleno Obelisco. Foto Juano Tesone

Viajar desde Constitución hasta el Obelisco, sin subte y sin semáforos se transforma en una prueba que parece no terminar nunca, mientras el sol pica y no da tregua. En el centro porteño, el panorama no es mejor. Recién a la altura de Avenida de Mayo y 9 de Julio un solo agente de tránsito intenta ordenar los caóticos carriles. Con los semáforos apagados, la gente cruza como puede, algunos levantando la mano en un intento desesperado por frenar a los autos que avanzan sin reglas claras.

A unas cuadras, sobre Avenida de Mayo, dos camiones de bomberos intentan avanzar entre los autos que no tienen espacio para correrse. Ocurre que cerca de las 15 entre las calles Carlos Pellegrini y Juan Domingo Perón se produjo un escape de gas que tomó contacto con cables de media tensión y produjo explosiones: una persona sufrió quemaduras en su rostro y tuvo que ser trasladado al Hospital Argerich.

Los bomberos maniobran entre el caos para socorrer a una persona herida por una explosión. Foto: Juano TesoneLos bomberos maniobran entre el caos para socorrer a una persona herida por una explosión. Foto: Juano Tesone

Las personas en situación de calle buscan refugio donde pueden. Cada puerta que se abre de cada negocio con aire acondicionado es un respiro fugaz. A altura del Obelisco, el embotellamiento es un enredo de bocinas y maniobras arriesgadas. Sin agentes de tránsito a la vista, los autos avanzan en cualquier hueco disponible, mientras los peatones aprovechan el más mínimo respiro vehicular para cruzar corriendo. Es una anarquía calurosa donde cada uno intenta sortear el desorden como puede.

Los locales con aire acondicionado se transforman en refugios improvisados. En una cadena de cafetería reconocida, un empleado se resigna: “Vienen, se quedan en la puerta o en las mesas sin pedir nada, y los entiendo, pero nos llenamos de gente que no compra ni un café o ni una tostada”. La desesperación por un poco de frescura se impone a las normas de consumo.

Un vendedor ambulante sale de la boca del subte B que por el momento está inactivo y se desahoga con Clarín: “Tuve que caminar por la vía hasta la próxima estación para seguir vendiendo. Es un horno, esto es asqueroso, pero ya nos dijeron que los apagones en verano iban a ser así. Una vergüenza. La gente paga el boleto que está carísimo y se tiene que fumar esto”, lanza con bronca, Lucas Medina, mientras acomoda su mercadería de lapiceras y libretas que lleva en su hombro.

Cerca de las 15:15, vuelven a funcionar los semáforos de 9 de Julio. Primero titilan, como dudando, y luego encienden su luz roja con firmeza, luego la amarilla y unos minutos después, la verde. Algunos automovilistas aplauden irónicamente, otros simplemente resoplan. Dos horas de espera parecen haber llegado a su fin, pero el desorden sigue. Las filas en las paradas son largas, la ciudad aún no recupera su ritmo.

PS

Redacción

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