En el museo Malba se ha construido un espacio de paredes y piso violeta un tanto uterino y laberíntico, sin principio ni final aparente, donde surgen grandes pinturas cargadisimas de información, color y pinceladas borrosas. Son instancias, objetos, momentos e imágenes que se ensanchan, se deforman o se derriten como un chicle que se pega a la suela de un zapato un día de verano.
Estas obras parecen decir mucho y a la vez nada, ya que la intención de Carrie Bencardino en El desentierro del diablo, su primera muestra institucional que cuenta con la curaduría cercana de Carlos Gutiérrez, es abrir más que coartar por medio de posturas y pensamientos preestablecidos.
La muestra ganó una inesperada notoriedad no tanto por la obra de su protagonista sino por la denuncia publicada en redes sociales por Gustavo Cabral, conocido como Ciruelo, según la cual Bencardino habría plagiado uno de sus dragones. «Visitando el MALBA me encontré con una pintura expuesta que me resultó muy parecida a una pintura mia de 2005 llamada Dragon Caller», escribió.
Mi gran referente
Inmediatamente la publicación ganó 60 mil apoyos y casi cinco mil comentarios. Uno de esos era, precisamente de Carrie Bencardino que anotó: «Te cito siempre como mi gran referente al hablar de esa obra. Mi muestra gira en gran parte en torno a las imágenes que más me influenciaron cuando era adolescente y me empezaba a interesar el arte».

Y luego agregó: «Unx nunca piensa que las personas que admira pueden ser terribles fantasmas pero bueno, lecciones que se van aprendiendo».
La polémica sigue y sigue, pero ¿cómo es la muestra en sí misma, cuando se apagan los gritos, cuando se desconectan las cotorrísticas redes sociales?
Dos figuras semi escultóricas de pómulos marcados, pelo corto y una estética a lo Annie Lennox de los años 80, con maquillaje exagerado y prendas de animal print, esperan pacientes a que algo o alguien llegue, en compañía de un cielo profundo desde el cual se asoma una nube con forma de rata –que parece anticipar pero no intimidar– mientras resguardan un valiosos tesoro.
Potentes y atrapantes, se hacen notar desde cada piso y ángulo del museo Malba. Si alguien intenta esconderse, será encontrado. Así, a medida que las escaleras mecánicas permiten que la gente pueda elevarse, esos cuerpos invitan a descender sin develar lo que se esconde en el subsuelo.

El relato propuesto no es obvio y tampoco parece tener un principio o fin determinado sino que es un entramado donde una aparente virgen de lágrimas exageradas y ojos grandes convive con un dragón, un video donde se habla de Frida Kahlo, el surrealismo y las confusiones que surgen frente a esta corriente o figuras de la historia del arte complejas y hoy en día debatible, como la de Diego Rivera y el machismo escondido detrás del muralismo mexicano, un sillón violeta gigante, una lámpara o un gran sombrero con pluma.
El glam, lo kitsch, lo gótico pero por sobre todo el pensamiento mágico y la potencia del inconsciente encuentran su lugar entre estas pinturas que abren portales hacia algo mucho más poderoso que lo terrenal y este complejo presente que nos toca atravesar, repleto de matices y vericuetos.
Crisis de la imaginación
«Cuando el museo me convocó, me encontraba cerrando mi última muestra individual en la galería Piedras, un proyecto que fue muy desafiante por lo que me costaba pensar que más tenía para decir. Frente a la posibilidad de que las ideas pudieran agotarse, apareció en mi un reconocimiento de la crisis de la imaginación, que entendí como un síntoma de nuestra época ya sea por lo avasallante del contexto o por estar inmersos en las nuevas tecnologías, donde todo parece estar prediseñado de forma tal que incluso las ideas se vuelven algoritmos», comparte Carrie Bencardino.

Lo que siguió fue un proceso de auto–investigación, donde hizo una revisión personal y minuciosa para identificar cuáles fueron sus fuentes primarias, esas imágenes que encendieron la chispa y su interés por el arte.
Sumergiéndose en un historial creativo y rastreando referencias de la adolescencia, donde aparecen espacios del under o la contracultura colectiva como destaca Gutiérrez en el texto curatorial, y un mix entre visiones fantásticas, ilustraciones de libros que le gustaban y muchos guiños más, algunas obvias y otras que necesitan otro tipo de decodificación.
Desde la curaduría fue preciso entender cómo hacerle lugar a estas experimentaciones y referencias, permitiendo que pudieran convivir sin obligarlas a coincidir en una sola línea narrativa, por lo que se pensó en un espacio híbrido y fluido que habilitara la coexistencia.

«Podría ser un casino, un bar, un teatro o un club por lo que la propuesta es una invitación para sumergirse en una experiencia inmersiva», cuenta Gutiérrez. ¿Cómo andamiar ideas e imágenes sin definirlas? Ese fue el gran objetivo, logrado por cierto.
Sobre esto Gutiérrez explica: «La noción de fluidez es un elemento constante en la producción de Bencardino: tanto en su identidad no binaria como en la forma en que manipula la materia pictórica, escapando de los detalles definidos y con una carga material ligera avivada por trazos gestuales».
En clave onírica
Las obras surgen de la misma manera que podrían aparecer en los sueños: en clave onírica, donde la yuxtaposición de sentidos está avalada y nada es lo que parece a simple vista. Como todo lo que Bencardino ha creado en los últimos años, hay muchas capas de piel y una profunda búsqueda visual, estética y filosófica que no se quiebra frente a la obediencia y se mantiene fiel al lugar del cual emerge. Universos alternativos, honestos y periféricos.

«Cada obra invita a desconfiar de las imágenes para pensar más allá de la literalidad de lo que se ve y dejar que se fuguen e ingresen en el terreno de lo ambiguo. Un tipo de pensamiento que va más allá, donde el inconsciente posibilita otras maneras de pensar», sostiene con firmeza y abre el debate frente a la noción de que la mente, y sobre todo el inconsciente, son de los pocos espacios que aún mantienen su libertad.
«Que no han sido colonizados y aún son ingobernables». Estos trabajos se convierten en un himno y un llamado a no dejar de prestar atención, así como una invitación a que cada uno revise cuales son esas imágenes que no se olvidan, que cambiaron el rumbo y marcaron la manera de ver. La obra de Bencardino es un ensayo para repensar el mundo y sumergirse en las utopías, a pesar de que algunos crean que esto no es más que una idea imposible.
El desentierro del diablo, de Carrie Bencardino hasta el 13 de octubre en la sala 1, nivel -1 del Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415).