Vie, 12 diciembre, 2025
32.2 C
Buenos Aires

Celina Rucci, a corazón abierto, habla de su lucha contra la leucemia, el rol de su marido y la vida lejos del país: “El amor verdadero se ve en las malas”

A sus 47 años, Celina Rucci volvió a Buenos Aires después de un tiempo viviendo en Nueva York, y lo hizo con energía renovada. Lejos de la exposición mediática de años anteriores, la actriz habla de los cambios que eligió para su vida y de cómo aprendió a convivir con los ritmos de una agenda que ya no la corre, tras haber haber recibido el diagnosticó de leucemia meloide aguda en mayo de 2020.

En una charla íntima con GENTE comparte cómo se siente en esta nueva etapa y da detalles de La mujer que le hablaba al techo, el libro que presentó hace pocos días.

-Estás reflejando, de alguna manera, lo que fue el momento bisagra de tu vida, ¿no?

-Sí, gracias. Lo primero que quiero decirte es que vos sos joven, y que ése es el público al que todos los que somos sobrevivientes gracias a un donante de médula queremos apuntar.

-Es algo de lo que no se habla tanto. Sabemos sobre la importancia de donar sangre, hay campañas, mucha difusión… pero la donación de médula no está tan instalada.

No. Y lo tragicómico es que me di cuenta cuando, este año, caminando con mi papá (vive en Río de Janeiro) por la playa, celebrando que estoy viva y que estamos juntos, me dijo muy seriamente: “Hija, ¿dónde tenés la cicatriz?”. Yo pensé: “¿De qué cicatriz me habla?”. Y me dice: “La cicatriz en la espalda”. Entonces comprendí que mi propio padre, que me acompañó muchísimo estos últimos cinco años, no sabía que el trasplante de médula ósea es como una transfusión de sangre: me lo pasaron por una vía. La persona que me donó fue y donó sangre. Ahí entendí además por qué en Argentina hay tan pocos donantes: mucha gente asocia “donación de médula” con algo invasivo, con una cirugía, con que te van a sacar un órgano o que tenés que estar muerto. ¡Y no es así!

-¿Y en tu caso cómo fue?

-A mí me donó una mujer francesa. Yo creía que en Argentina, siendo un país tan solidario, hablaríamos de millones de donantes. Pero de 46 millones de habitantes, hay menos de 300 mil. Por eso insisto en el mensaje: la médula ósea está dentro de los huesos del cuerpo y es la fábrica de la sangre (glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas). No existe otra forma de fabricarla. El trasplante significa que te insertan células madre obtenidas de la sangre de una persona compatible genéticamente. Y encontrar un “match” es muy difícil. Por eso, mientras más donantes seamos, más fácil es encontrar compatibilidad.

-La cantidad de donantes que mencionas es muy reducida, sumada al factor compatibilidad, entonces.

Nada. Y los potenciales donantes, porque debés tener entre 18 y 40 años, pesar más de 50 kilogramos y gozar de buena salud, muchísimos. No son requisitos imposibles.

-Son similares a los de donar sangre.

-Exacto. Para sangre creo que podés donar hasta los 46. En médula, como son células madre, mientras más joven sos, más fácil se injertan en quien las recibe. Yo calculé que 19 millones de argentinos cumplen las condiciones para ser donantes.

-¿Qué ayudaría a mejorar la situación?

Mirá, esta mujer francesa que me donó se inscribió en el registro mundial. Vos vas a cualquier centro de donación, decís “quiero inscribirme como donante de médula” y te toman una muestra. Un día le sonó el teléfono y le dijeron: “Hay alguien que te necesita”. Fue, donó sangre, esa sangre viajó desde Francia a Nueva York, donde yo estaba haciendo el tratamiento, y mientras yo rezaba en una camilla, porque no había plan B, me salvó la vida. Era eso o la muerte.

-¿Y cómo ves eso aplicado a la realidad argentina?

-El banco es mundial. Mi sueño es que haya millones de argentinos salvando vidas por el mundo. El donante no paga nada. Lo único que requiere es tiempo: 15 minutos. Y para alguien como yo, que estuvo a punto de quedarse sin tiempo, esos 15 minutos valen oro.

-¿Y por qué en el libro elegiste no ponerte en primera persona?

-Con este libro cuento una realidad ficcionada, una novela. No quería hacer autoayuda ni contar mi vida como si fuera única o especial. Pero sí dejar un mensaje. Siempre tuve conciencia social. En su momento luché contra los trastornos alimenticios porque yo era referente de belleza y veía chicas que querían dejar de comer para parecerse a mí. No quería cargar con que alguien se hiciera daño por eso. Ésta, creo, es mi última batalla, mi última misión.

El libro de Celina Rucci, publicado por Planeta.
El libro de Celina Rucci publicado por Planeta.

-¿Sentís que también cierra una etapa el hecho de ponerlo en palabras a través de un libro?

-Desgraciadamente no la voy a cerrar nunca. La gente me dice “ya está, sanaste, olvidate”. Primero, no me sané: esto no se cura para siempre. En cualquier momento puede volver. Y segundo, uno no se olvida de lo que vivió. Me encantaría, pero no puedo. Fue muy traumático para mí y para mis seres queridos. Cuando me quedé pelada… no es algo frívolo lo que te voy a mencionar: te mirás al espejo y ves a una persona enferma. Veía mechones caer como si fueran extensiones enteras en la ducha. La gente me decía “no te preocupes, el pelo crece”. Pero se me estaba cayendo ahora. Y dolía. Me encerré mucho. Todavía hoy tengo esa mala costumbre cuando me angustio.

-¿Por qué decís que hoy estás más vulnerable que antes?

-Porque la coraza que me construí toda la vida me la arrancaron de un golpe. No elegí estar así. Me acostumbré a verme vulnerable y aceptarlo me costó muchísimo. Ahora, comunicando lo del libro, a veces me dan ganas de llorar. Hago un esfuerzo enorme para no hacerlo. No sé si está bien o mal, pero es mi forma de ser.

-Tenías una coraza muy grande, siempre fuiste de las que daba batalla mediática, ¿cierto?

-Enorme. Venía de mi infancia. El que lea el libro tal vez entienda algunas cosas que pueden ser verdad o mentira, porque es una novela. Pero hay experiencias reales ahí adentro.

-¿Algunas situaciones del libro las viviste realmente?

-Eso se lo dejo al lector. A mí me gusta que una historia invite a investigar. Hay una frase que dice: “¿Qué pasa cuando lo imposible resulta ser lo más real?”. Jugué con eso.

-Abrí al azar el capítulo Pamela (por Pamela David). ¿Ella te acompañó mucho?

-Pamela es mi amiga del alma. Está relatado en tercera persona, pero hay frases que son exactamente lo que pasó. Cuando supe que tenía que hacerme el trasplante, ella dejó todo: trabajo, hijos, familia, y se tomó un avión para estar conmigo. A Pamela no le gusta viajar ni faltar a su trabajo, pero vino igual. Es muy creyente. Yo creo, pero estoy un poco peleada con la institución religiosa. Lo primero que le dije cuando entré a internarme fue: “Vos que sos creyente, rezá por mí”. Eso es totalmente real.ç

-¿Llegaste a pensar que no salías?

-Cuando entrás al hospital con una enfermedad así, no sabés si vas a salir. Tuve compañeros de internación que no volvieron a sus casas.

-Me acuerdo que durante toda esa etapa desapareciste del medio y que no hablaste de inmediato de lo que estabas viviendo...

-Yo lo conté públicamente recién cuando salí del riesgo. Porque tuve dos recaídas: una al principio, cuando me diagnosticaron a los 42, y otra al año y medio de estar en remisión, cuando en un control mensual volvieron a aparecer células cancerígenas. Ahí empezó el camino al trasplante. Es durísimo. Mientras estaba internada veía en la tele a Silvina Luna con muchos de los diagnósticos que yo también tenía: atrofia muscular, bajé 15 kilos y llegué a pesar 40, cualquier bacteria podía afectarme… Ver eso afuera era terrible. Y cuando falleció, sentí que la próxima podía ser yo. No le tengo miedo a la muerte, pero vivir tan cerca de ella es inevitablemente angustiante.

-¿Es vivir con un monstruo que te acompaña todos los días?

-Exacto. Cada vez que se acerca la fecha del control me invade la angustia. Me encierro, no quiero hablar con nadie, lloro. La gente sana no quiere escuchar sobre dolor, enfermedad o muerte. Parece que los enfermos tenemos que ser personas que inspiren a otras, sonreír, agradecer… Y sí, eso también, pero hay una parte que nadie quiere oír: la del sufrimiento. Y está bien decir que te duele.

-¿Y qué te pasa cada mes cuando te tenés que someter a eso?

-Se lo expliqué una vez a mi marido. Él está feliz de que yo me encuentre viva, entonces no entendía por qué me angustiaba antes de cada control. “Siento que vivo con una pistola apuntándome a la cabeza. No sé cuándo van a apretar el gatillo”, le dije. Ésa es mi sensación. Cada mes no sé si gatillan o no. Si me decís que un día me duermo y no despierto, bueno… pasó. Pero vivir con esa duda constante es muy angustiante. Por eso me expongo: si una sola persona decide inscribirse como donante, vale la pena cada lágrima.

-¿Qué cambió en vos internamente?

-No voy a romantizar nada. Yo no necesité enfermarme para vivir la vida; la viví siempre a mi manera. Quizás hoy soy más vulnerable. Tengo otro tiempo. No me apuro. No me enojo por tonteras. Veo las cosas con más tranquilidad.

-¿Esto también te alejó del medio?

-Sí. Más allá de que me fui por amor, en el momento de la enfermedad decidí no contarlo. No tenía buenas noticias para dar. En redes hacía magia para que no se notara que estaba con peluca o enferma. Muy poca gente lo sabía.

La historia de amor soñada de Celina Rucci

-Hablábamos de acompañar y, justo antes de hacer las fotos, mencionabas a tu marido, Federico Girardi. Vos tuviste la suerte, y digo suerte porque no siempre ocurre, de que él te acompañó y fue un pilar fundamental.

-Qué bueno que digas que a muchos no les pasa, porque te juro que cada mensaje que me llega confirma eso. En mis redes lo idolatran, lo tienen casi como un santo. Y es que de verdad mi marido es un orgullo argentino: rosarino y número como cirujano de columna y cuello en el mejor hospital de traumatología del mundo. Con su humildad, su paciencia y su humanidad, lo aman sus pacientes, sus compañeros… ¡y también mi Instagram! Muchas mujeres me escriben: «Qué suerte tenés. A mí me diagnosticaron cáncer de mama y a los dos meses mi marido me dejó». Tengo incluso amigas famosas a las que les pasó. Historias tremendas. Imaginate tener una vida armada, un matrimonio, y que ante algo tan duro tu compañero te abandone. Es una locura, pero pasa, pasa mucho.

-¿Cómo fue el amor en tiempos de pandemia?

-Yo me había ido para allá… y a los 20 días empezó la pandemia. Los dos solos, mirándonos la cara como diciendo: “Bueno, ¿y ahora qué?”. Una cosa es que él trabaje y yo vaya a ver Broadway o estudie; otra muy distinta es estar juntos las 24 horas, los siete días de la semana. Pero nos llevamos súper bien. Yo digo que tendría que ser obligatorio antes de casarte encerrarte tres meses con alguien, sin ver a nadie más. Ahí ves cómo es de verdad. Cada día nos fuimos enamorando más y entendiendo mejor. Somos grandes, ya sabemos lo que no queremos.

-Y en medio de todo eso apareció tu enfermedad.

-Claro. Me tocó enfermarme en otro país, sola, con otro idioma y sin mis afectos cerca. Un día a las 3 de la tarde me sacaron sangre y a las 7 estaba internada de urgencia. No tuve ni tiempo de procesarlo. Yo no sabía ni qué era la leucemia mieloide aguda. Y él estuvo ahí, al pie del cañón, de una manera tan incondicional que jamás voy a terminar de agradecérselo. Uno nunca sabe qué le depara la vida. Yo sé que él es el amor de mi vida y que lo va a seguir siendo. Porque aun si algún día me quisiera dejar, lo voy a amar eternamente. Porque esa frase de “en las buenas y en las malas” es real. Mis parejas anteriores sólo me acompañaron en las buenas. Él estuvo en las buenas… y en la verdadera mala. Y se portó como un señor. Es mi ángel. O yo soy su karma, no sé todavía (ríe).

La soñada boda de Celina y Federico se celebró en seprtiembre del año pasado en Grecia.
La soñada boda de Celina y Federico, celebrada durante septiembre del año pasado en Grecia.

-Y se casaron en Grecia. ¡Soñada fiesta que duró una semana!

-Sí. Y es algo que tampoco quise mostrar mucho porque me parecía tan íntimo… Yo siempre fui un poco rebelde: si todo el mundo muestra, yo no quiero; si nadie muestra, yo muestro. Desde chica fui así. Y en el libro se entiende por qué. La fiesta en Grecia, rodeada de nuestros amigos, fue un canto a la vida y a la alegría. Tendrías que haber visto cómo todos se unieron y celebraron con nosotros. Algo mágico, de verdad. Le deseo a todo el mundo vivir una experiencia así. No hace falta ir a Grecia, claro, pero nosotros pudimos y resultó soñado.

-¿Por qué eligieron ese lugar?

-Tenemos una casa de vacaciones en Skiathos y amamos esa isla. Es una casita sola en la montaña. Fue el primer lugar al que pude viajar después del trasplante, cuando ya me habían autorizado, aunque todavía no podía estar mucho en contacto con la gente. Me fui ahí, tomé sol… es un lugar muy especial para nosotros. Queríamos compartirlo con nuestra gente y que ellos lo conocieran. Las fotos y los videos no se parecen a nada que haya visto.

-¿Te imaginabas algo así?

-No. Yo antes de encontrar a Federico ya había perdido la fe en el amor. Me amaba mucho yo, y decía: “Si me toca quedarme sola, me quedo sola. Tengo mi trabajo, mis amigos”. El amor no me identificaba.

-… Y terminaste viajando y dejando todo por amor.

-Sí. Igual yo suelo patear tableros. En mi pico de popularidad un día dije “¿sabés qué?, no quiero más”. Me fui nueve meses, desaparecí. Después volví, sin ganas de hacer nada. Pero el arte tira… primero porque hay que pagar cuentas, y segundo porque lo llevo adentro desde los seis años.

Por qué Celina Rucci no volvería a trabajar en los medios

“Desde los seis años amo el teatro. Amé el medio, hice revista, ficción, luché contra la violencia hacia la mujer en Maltratadas. Fui rebelde en mi generación. Pero no es mi momento. Me gustan los desafíos. Y hoy, hacer lo que ya hace todo el mundo no me interesa”, dice a Revista GENTE.

“Si volviera, me planteé, sería para hacer algo distinto. Y acá estoy, volviendo con una novela que habla de esperanza, de amor, de donar vida. En tiempos en los que mucha gente vive pendiente de las redes, imaginate recibir un llamado diciendo: ‘Podés salvarle la vida a alguien’. Eso vale más que un millón de likes”, afirma.

-¿Cómo ves el medio desde la distancia?

-Siento que la agenda es siempre la misma, todo el año. Me aburre. Al principio era divertido; después ya no. Hay demasiado morbo con los divorcios, las peleas… hace tres años que hablamos de los mismos temas. Como espectadora, me cansa. Prefiero ver documentales de animales.

Fotos: Diego García
Retoque digital: Darío Alvarellos

Redacción

Fuente: Leer artículo original

Desde Vive multimedio digital de comunicación y webs de ciudades claves de Argentina y el mundo; difundimos y potenciamos autores y otros medios indistintos de comunicación. Asimismo generamos nuestras propias creaciones e investigaciones periodísticas para el servicio de los lectores.

Sugerimos leer la fuente y ampliar con el link de arriba para acceder al origen de la nota.

 

Santiago del Estero: descubrieron a un tucumano que vendía milanesas hechas con papel higiénico

Las Fiestas Patronales de la Virgen de Loreto, en Santiago del Estero, fueron este martes el escenario de un...

Impactante temporal en Santa Fe: tornados en el centro de la provincia volaron techos y arrancaron árboles de raíz

Tan intensos y devastadores como imprevisibles: así se desataron este jueves por el mediodía dos tornados en la zona...

Alerta sanitaria: Mendoza es la primera provincia en denunciar en la Justicia a padres que no vacunan a sus hijos

Ante la alerta sanitaria nacional por el rebrote de sarampión y las muertes de al menos siete niños por...
- Advertisement -spot_img

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí