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viernes, mayo 9, 2025

Cincuenta segundos con la Mona Lisa: el enigma de la fascinación eterna

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La Gioconda mide sólo 79 por 53 centímetros. En el Museo del Louvre de París, donde se exhibe, estiman que tratan de verla más de 20 mil personas por día.

Esto supone que cada visitante cuenta con un promedio (generoso) de 50 segundos para mirar el celebérrimo cuadro de Leonardo Da Vinci a unos 4,5 metros de distancia y tratar de sacar fotos, entre empujones y codazos.

En este marco, y el de reformas del Louvre, el Gobierno de Francia decidió que La Gioconda, emblema del arte occidental, se expondrá en un espacio propio del complejo y que se cobrará una entrada aparte. Por ahora, no hay más detalles.

Aun sabiendo de las esperas (calculan que llegar hasta esta pintura requiere cerca de 2 horas), el amontonamiento y la presión de los cuidadores de la sala para que se circule rápido, 7 de cada diez visitantes van al Louvre decididos a desfilar ante la Mona Lisa, siempre según el museo.

Ya desde comienzos del siglo dieciséis, cuando Leonardo Da Vinci empezó a pintar La Gioconda, fue adorada y 5 siglos después sigue siendo inspiración de creadores variados, de artistas a publicistas.

Leonardo Da Vinci la llevó en 1516 a Francia, cuando el rey Francisco I se convirtió en su mecenas. Así que La Gioconda se sumó a las colecciones reales que pasaron a ser patrimonio público tras la Revolución Francesa.

Mona Lisa. Foto: EFE
Mona Lisa. Foto: EFE

A la hora de explicar su popularidad inquebrantable, se suele hablar del enigma de la sonrisa de la Mona Lisa. Mejor es ver el bosque, es decir, la combinación de sus gestos. Cómo La Gioconda te mira fijo (si te dejan mirarla) mientras esboza la ¿sonrisa?

¿Cuántas emociones caben en esa actitud? O mejor, ¿no será que Leonardo Da Vinci nos hipnotiza con la ambigüedad en el corazón de una pintura realista pionera? ¿Hay algo más humano que las dudas y los equívocos?

Buscada: la sonrisa robada

El robo de la Mona Lisa fue clave en su difusión planetaria. Fue el 20 de agosto de 1911. Salió en los diarios del planeta.

Fenómeno Gioconda. Foto: archivoFenómeno Gioconda. Foto: archivo

La historia es conocida. Los investigadores esperaron en vano el pedido de una recompensa e interrogaron hasta a Picasso.

Pero recién dos años después, cuando Vicenzo Peruggia, vidriero que había trabajado en el Louvre, quiso vender la Mona Lisa a la Galleria degli Uffizi de Florencia el caso empezó a cerrar.

El regreso al Louvre. ArchivoEl regreso al Louvre. Archivo

Detrás del robo de La Gioconda estaban un «marqués» argentino (Valfierno, sobre el que Martín Caparrós escribió una novela que se devora y que ganó el Premio Planeta) y también, Yves Chaudron, gran pintor y falsificador.

Antes de volver a París, la Mona Lisa estuvo de gira por Florencia, Roma y Milán. Hasta entonces, la gente también hizo filas para ver el hueco donde había colgado en el Louvre.

¿Si se llegaron a vender muchas falsificaciones? Final abierto.

El magnetismo ¿eterno?

Es claro que nadie tiene tiempo de pensar en algo de esto delante de la Mona Lisa, entre la multitud.

Menos, de enfocar en la técnica del sfumato (suavizar los contornos) de Leonardo Da Vinci, en sus estudios sobre óptica y profundidad y en las veces que el artista retocó la obra a lo largo de años, como si siempre pudiera darnos algo nuevo.

Cincuenta segundos no alcanzan. Pero, en la era de la fugacidad, la Mona Lisa provoca una curiosidad perdurable. Su profunda humanidad volvió a encontrar refugio, ahora, frente al scrolleo y su aparentemente infinita capacidad de distraernos.

JS

Redacción

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