En los últimos años, la Ciudad de Buenos Aires viene registrando un descenso sostenido de la natalidad. Este fenómeno demográfico, que responde a cambios sociales y culturales más amplios, tiene un impacto directo en la matrícula de las escuelas primarias y se convierte en uno de los argumentos esgrimidos para justificar el cierre o la fusión de grados.
Menos nacimientos implican menos niños en edad escolar y, en algunos barrios, aulas con un número de estudiantes que se reduce año a año. Sin embargo, si bien la baja natalidad es un dato objetivo que condiciona la demanda, no debería traducirse automáticamente en una política de clausura de grados sin un debate más profundo. La pregunta central es cómo se administra esta realidad para que no derive en una reducción de derechos, sino en una reorganización más justa y equitativa del sistema educativo.
La decisión de cerrar grados en las escuelas primarias suele presentarse bajo el argumento de eficiencia, pero trae consigo consecuencias que van más allá de lo administrativo: compromete las trayectorias educativas de los estudiantes, las condiciones de trabajo docente y la vida cotidiana de las comunidades escolares. Mirar únicamente los números invisibiliza dimensiones esenciales, como la función social de la escuela, la posibilidad de sostener vínculos cercanos entre docentes y alumnos, y la necesidad de garantizar una oferta educativa territorialmente equilibrada en todos los barrios de la Ciudad.
En este marco, también resulta indispensable pensar en la organización de las jornadas escolares. La coexistencia de la jornada simple y la jornada completa responde a diferentes modos de vida familiar y a diversas formas de organización cotidiana. Para muchas familias, la jornada simple permite sostener dinámicas laborales, cuidado de hermanos menores o participación en actividades extra escolares. Para otras, la jornada completa representa una oportunidad de contar con un espacio escolar que brinde mayor tiempo pedagógico, acompañamiento y acceso a experiencias culturales que no siempre están disponibles en el hogar. Pensar políticas que articulen ambas propuestas —y no que las enfrenten— es clave para garantizar una escuela primaria que se adapte a las realidades familiares diversas, en lugar de imponer un modelo único que no contemple sus necesidades.
Frente a este panorama, resulta pertinente preguntarse: ¿para qué nos puede servir este escenario? La baja matrícula puede generar un terreno fértil tanto para cambios progresivos como para transformaciones regresivas. Desde una óptica de la justicia social y la planificación estratégica, se abre la posibilidad de promover una organización centrada en las instituciones y sus demandas, donde el aporte de los docentes esté al servicio de lo que la escuela y su comunidad requieren.
De esta forma, podemos pensar en un sistema integrado en el que las instituciones elijan a sus docentes en función de sus necesidades y desafíos, y no en uno donde el único elemento que se sopese sea la elección individual del maestro. El desafío consiste en transformar una medida que aparece como restrictiva en un punto de partida para debatir qué modelo de escuela primaria queremos construir en la Ciudad.
La oportunidad en la crisis
El cierre de grados puede servir como una oportunidad para redefinir criterios de asignación de recursos, ampliando la mirada más allá de la matrícula estricta e incorporando indicadores de vulnerabilidad social, de inclusión y de necesidades comunitarias. También puede convertirse en el motor para discutir la planificación educativa en clave participativa, incluyendo en el diagnóstico a docentes, familias y equipos directivos antes de tomar decisiones que afectan a todos.
A su vez, es necesario abrir el debate sobre la cantidad adecuada de alumnos por grado. Un número excesivo no solo sobrecarga a los docentes, dificultando la atención individualizada y el acompañamiento de las trayectorias, sino que incrementa las posibilidades de desigualdad dentro del aula. Sin embargo, un número demasiado reducido tampoco resulta deseable: puede empobrecer la propuesta pedagógica, limitar la diversidad de miradas y restringir el intercambio de puntos de vista que enriquece el aprendizaje colectivo. El desafío es encontrar un equilibrio que permita sostener el cuidado de cada estudiante sin perder la potencia que emerge de la pluralidad y el debate entre pares.
Asimismo, esta coyuntura invita a repensar qué factores explican la disminución de matrícula en algunos sectores. Muchas veces no se trata solo de una supuesta “falta de alumnos”, sino de condiciones materiales que expulsan a las familias: infraestructura deteriorada, problemas de transporte, oferta educativa limitada o percepciones negativas sobre la calidad de la enseñanza. Atender a esas dimensiones puede abrir el camino a políticas de redistribución que equilibren la oferta y fortalezcan la presencia de la escuela primaria pública en todos los barrios.
Una agenda de transformación positiva
El escenario actual de cierres de grados en la escuela primaria de la Ciudad de Buenos Aires no puede quedar reducido a un problema de gestión administrativa. Más bien, debería servir como punto de partida para construir una agenda de transformación positiva. Esa agenda podría incluir al menos tres ejes centrales.
1) Repensar la planificación escolar en clave de justicia social, de modo que las decisiones sobre la apertura o cierre de grados incorporen no solo criterios numéricos de matrícula, sino también factores como la vulnerabilidad social, la distribución territorial de la oferta educativa y las trayectorias de las comunidades escolares.
2) Garantizar condiciones pedagógicas adecuadas, estableciendo rangos de matrícula por grado que permitan la atención personalizada y el cuidado de cada trayectoria, pero que también aseguren un aula con suficiente diversidad para enriquecer los debates, las perspectivas y el aprendizaje entre pares.
3) Profundizar la participación de docentes, directivos y familias en la toma de decisiones, fortaleciendo la idea de la escuela como institución viva y no como simple unidad de gestión. Solo desde la construcción colectiva podrán ensayarse respuestas superadoras que fortalezcan la escuela pública.
Así, lejos de ser un cierre, este escenario puede convertirse en una oportunidad para discutir el modelo de escuela primaria que queremos en la Ciudad: una que cuide las trayectorias, garantice igualdad de oportunidades y mantenga su función como espacio de inclusión y de construcción democrática.