Comienzo mi relato, acompañada de una suave canción de Sheryl Crow que repite «toma el sol», y me lleva inmediatamente al recuerdo de este particular establecimiento que me brindó frescos recuerdos.
¿Qué podemos cenar hoy que escape de la rutina? Esa fue la pregunta que desencadenó las ganas de algo más que sólo una cena diferente, sino también, de una ambientación que nos hable con sedosas palabras. Los recuerdos llegaban sin esfuerzo, vívidas imágenes del Lago del Fuerte de Tandil siempre circunspecto ante nuestros ojos, y rodeado de propuestas gastronómicas, pero ésta vez, yo me dejaría llevar una vez más por el cartel de Comé Cabrón que promete comida guapa en medio de un ambiente taciturno.
¿Los tacos continúan en el menú, no es así? De esta manera abrí la noche y mi apetito. El espacio dentro del restaurante invitaba a dejarse llevar como las olas del mar, desenfadadas. Verdes plantas artificiales colgaban de las amarillentas luces que iluminaban la decoración del lugar: tablas de surf, el original diseño de un gigante reloj con engranaje, y veleros de cara al ventanal que templaban la mirada.
El menú buscaba reconocer la existencia de todo tipo de paladares ofreciendo un variado menú
«Quisiéramos de entrada las rabas, luego los tacos de carne de cerdo desmechada y unas fajitas de ternera, por favor». Nuestra camarera se dirigía con profesionalismo y seriedad, se encontraba en todo momento atenta a las mesas. Intenté observar con disimulo el combate de tenedores de una familia con dos jóvenes hambrientos que se regocijaban con los platos elegidos y a sus padres con actitud distendida a causa de los confortables sillones de cuerina. La noche fría vio la llegada de las rabas que lucían así:
El color de las rabas era pálido, empero, se percibía en el bocado su crocancia, y con ellas, una salsita agria que le quedaban como anillo al dedo.
Mientras los reflejos de las luces sobre el agua del lago centelleaban, nuestra camarera se acercaba con una bandeja en cada mano, y las protagonistas de la noche portaban este aspecto:
Tanto las fajitas como los tacos, contenían verduritas detalladamente cortadas, y ambas carnes, brindaban sabor en cada mordisco. La crema sobre la fajita de ternera suavizaba el tono ante la imperante carne desmechada que largaba sus jugos, coqueta. Admito que, elijo comer el queso cheddar sólo en las papas fritas, de modo que encontrarlo en un taco, no es de mi preferencia. Ambas protagonistas estaban acompañadas por crocantes y finas papas que calmaban cualquier gula que tuviera el comensal.
No quería retirarme del lugar sin antes mirar la carta de postres. Decidimos entonces, deleitarnos con un Don Pedro y un flan mixto, nuestra camarera aclaró que la bomba de chocolate no estaba disponible en ese momento.
El Don Pedro era lo esperado, logró que mi compañero cantara por lo bajo, signo de que disfrutaba aquel postre. El flan mixto estaba acorralado por el dulce de leche y la crema, cubierto de un caramelo un tanto amargo, pero de suave textura.
Más allá de cualquier opinión sobre la comida, este establecimiento nos ofrece una experiencia, lo que no encuentro baladí. Se trata también de encontrarnos rodeados de detalles pensados por cada uno de los emprendedores gastronómicos que comprenden que es de vital importancia crear cada imagen, que luego nos llevamos como un recuerdo a casa. Cada vez que piense en la brisa, el agua y la apacibilidad, recordaré que hay un lugar junto a una de las bellezas de nuestra ciudad, esperando benévolo por sus comensales.
Si conocés un establecimiento gastronómico que quisieras recomendarme, contactame a mi Instagram @tandilagusto o a mi Facebook Noelia de Tandil à Gusto.
