Rodrigo Bueno era auténtico, único y la fama nunca lo cambió. En eso coinciden todos aquellos que lo conocieron en la intimidad, creyeron en él desde un principio y lo acompañaron en las malas y en las buenas durante gran parte de su vida.
A pocos días de que se cumplan 25 años de su trágica muerte, revista GENTE entrevistó a sus mejores amigos, la Urraca y Cachi Pereyra, quienes lo recordaron con nostalgia y alegría.

Sus primeros años y juventud
Hijo de Eduardo Pichín Bueno, reconocido productor musical, y Beatriz Olave, compositora y ama de casa, llevaba el cuarteto en las venas y en el corazón.
Tal como se sabe, uno de sus primeros acercamientos con la música fue gracias a un tío que le regaló un micrófono de madera. “Así empezó”, le confía a revista GENTE su íntimo amigo Gustavo la Urraca Pereyra.

“Desde chiquito él andaba con los instrumentos… Su familia desparramaba talento y por supuesto que él también era un loco de la música… No le importaba jugar a la pelota, no le importaba otra cosa que cantar”, sostiene hoy la Urraca, quien además de amigo era vecino del fallecido cantante.
Y recuerda: “Aparte le decíamos que era una ojota porque no servía para ningún deporte. La música y los bailes eran su locura. En nuestra época existían las ‘americanas‘, los chicos llevábamos la bebida y las chicas la comida. Nos juntábamos todos los fines de semana, hacíamos las americanas y después vinieron los bailes. Ahí armó su grupo de música y empezamos a tocar en el garage de la casa de su abuela Yaya”.

«Rodrigo era un tipo con un corazón enorme, siempre fue igual. Él te daba hasta lo que no tenía. Su familia era de una posición económica un poco mejor que la de muchas de las que vivíamos en barrio San Martín. Y bueno, él tenía cosas que nosotros no teníamos y era desprendido de todo eso. A él le importaba nada lo material y nos daba todo», revela Pereyra en otro tramo de su entrevista con este medio.
Y añade: «Rodrigo no tenía problemas. Así como se sentaba a comer en la mesa de Mirtha Legrand te iba a comer un choripán con vos a la esquina de tu casa».

Rodrigo el artista
Además de su don de gente, Gustavo remarca el gran carisma que tenía el Potro con su público y arriba del escenario. «Porque más allá de las canciones y todo eso, él era un showman. Yo conozco gente que ha ido a verlo al Luna Park hasta cuatro o cinco veces y nunca veía el mismo show… Hay artistas que ya sabés con qué tema van a empezar, cómo van a terminar, qué tema van a cortar al medio, qué luz van a poner… Vos con Rodrigo no sabías eso. Era era una delicia verlo», asegura su amigo.
Y añade: «Todo lo que pasaba en sus shows era porque se le ocurría a Rodrigo en el momento. A veces ni nosotros sabíamos lo que iba a pasar… Era un tipo que tenía un manejo del escenario, del público increíble… Yo lo he visto hacer cosas arriba del escenario que decías ‘nooooo….’. Y terminaba todo eb una fiesta».

En esa misma línea, Gustavo asegura que el Potro vivió una vida llena de felicidad pese a los avatares de la vida. «Rodrigo fue muy feliz. Él sentía que tenía que hacer feliz a los demás y para eso él tenía que estar feliz. Obviamente que era un ser humano como cualquiera de nosotros y tenía sus cosas, ¿no? No era un marciano. Pero fue feliz y también hizo muy feliz a sus amigos y a la gente que quiso«, advierte Pereyra.

Aldo Cachi Pererya, hermano de la Urraca y otro íntimo amigo de Rodrigo, además de su asistente personal en sus últimos tiempos, lo recuerda de la misma forma.
Entre otras cosas, Cachi asistía al ídolo cordobés con «cerveza, la toallita, el ventiladorcito y el spray para echarle agua en la cara«. «Esas cosas le hacían falta y nada más porque Rodrigo era simple», recuerda el hombre.
Y añade: «Él era un personaje y una gran persona. Era muy humilde, muy. ¿Cómo lo puedo explicar? Era una persona rara, muy bondadosa, y de todo lo que él tenía no demostraba nada… Era un chabón especial».
«No he visto otra persona igual, otra persona así, que no le importe nada. O sea, que le importen sus afectos y nada más. Lo material no le importaba y la fama nunca lo cambió«, asegura Cachi.

Sobre su exposición y las largas jornadas de trabajo por sus presentaciones en los bailes, eventos a los que era invitado y programas de televisión, Cachi dice: «Cuando él llega a Buenos Aires, que era el bebote cordobés ya era famoso pero después del 2000 ya explotó y se lo notaba cansado. Capaz que llegábamos a las 9 de la mañana de hacer los shows y a las 2 de la tarde tenía que ir a hacer una nota y después otra y otra y a la noche los bailes de vuelta. Era agotador pero él era un privilegiado porque no se le notaba. O sea, se bajaba el escenario y se desplomaba, pero pisaba el primer escalón y era el potrillo, como le decíamos nosotros, el showman que siempre se vio».

Su imborrable recuerdo en El Corralón
«Él siempre pedía entraña, le encantaba y le gustaba la cerveza», recuerda Carolina Miguel, hija de Guillermo Miguel, el dueño del restaurante El Corralón, uno de los lugares preferidos del Potro cuando estaba en Buenos Aires.
Sobre el músico, ella también sostiene: «Acá siempre se arman filas para comer en la mesa en donde comió él porque Rodrigo sigue vigente. Sus fans vienen y me piden por favor que ponga La mano de Dios, la canción que le hizo a (Diego) Maradona, y sigue presente, no hubo ni habrá otro artista ni otra persona como él».

«Rodrigo terminaba de comer te pedía el micrófono, se subía a la silla en la que estaba sentado y se ponía a cantar, un carísima único tenía con eso te digo todo», añade emocionada.