Contemplar las flores es una de las costumbres más famosas de los japoneses. En primavera, muchos de ellos mantienen la antigua tradición de observar la naturaleza, en especial los cerezos en flor, como una manera relajante de decirle adiós al invierno.
Esta costumbre tiene un nombre: hanami, que proviene de la unión de las palabras hana, por flor, y mi, por mirar.
Según algunos historiadores, el origen de la tradición se remonta al siglo XVI, cuando Toyotomi Hideyoshi, celebró en el Templo Daigo-ji, en Kioto, uno de los primeros hanami.
Sin embargo, puede decirse que el hanami se popularizó durante el período Edo (entre los siglos XVII y XIX), cuando los japoneses comenzaron a reunirse al aire libre para contemplar las flores.

Ligada con la aparición de las primeras flores al llegar la primavera, a fines de marzo y comienzos de abril en el hemisferio norte, la fecha del hanami varía cada año. Desde que se abren las primeras flores hasta que los pétalos caen, como una suerte de nieve primaveral, pasan unas dos semanas.
Un artículo de National Geographic indica que “la festividad atrae a miles de viajeros, que aprovechan la ocasión para viajar a Japón y experimentar allí uno de los momentos más auténticos de su cultura”.
En el barrio de Nakameguro, en Tokio, el hanami cobra otra dimensión porque allí se celebra el Festival de los Cerezos. Al comenzar la primavera, el tramo de 3,8 km que recorre el río Meguro, bordeado de cerezos, se cubre con los pétalos de sus flores, que son arrastrados por el agua hasta la bahía de Tokio.
El tramo de 3,8 km que recorre el Meguro es el centro de una celebración que dura diez días y durante la cual los cerezos se abren hasta alcanzar su máximo esplendor. Luego, dejan caer sus pétalos sobre el agua que los arrastra.
Claro que solo unos pocos pueden viajar a Japón para participar del hanami. Entonces, la revista Vogue entrevistó a Jennifer Douville, directora de formación de Rituals, en España, quien dice que el hanami “habla de la posibilidad de volver a empezar cada día y de vivir el momento presente”. Ella propone tres maneras de practicarlo en el hogar para, así, llevar calma al “ruido mental”.
La primera consiste en prestar atención al jabón que usamos para lavarnos las manos. “Hay una tendencia generalizada a elegir este tipo de productos de cuidado personal, no de la manera pragmática en la que lo hacíamos antes, sino buscando una experiencia”, dice Douville. “Si aprovechamos un gesto tan común inconsciente, y le aplicamos nuestra filosofía, estaremos cuidando nuestra piel, pero también nuestro bienestar sin casi darnos cuenta”, explica la experta.

La segunda forma es un tipo de meditación (trataka) que implica observar la llama de una vela y resulta útil para trabajar la concentración. “Las velas son grandes aliadas para crear ambientes relajantes ya que el candor de la llama y su contemplación permitirá eliminar mucho ruido mental mientras el aroma será percibido por el cerebro de igual manera, induciéndonos a un relax más profundo y valioso”, dice Douville.
Finalmente, recomienda elegir notas de cerezo como un aroma relajante. “La memoria olfativa es muy poderosa, y si lo ligamos a este momento de relax, estaremos entrenando nuestra mente para responder a dicha demanda cuando lo perciba”, explica Douville. Las notas dulces, florales y lácteas como el cerezo reconectan con la infancia y provocan calma.