En una entrevista íntima con GENTE, desde su casa de Nordelta y lejos de los aeropuertos que marcaron su vida por más de dos décadas, Diego “El Peque” Schwartzman abre la puerta a su nueva etapa: la vida de casado.
A poco tiempo de haber dado el “sí, quiero” junto a Eugenia De Martino, el extenista argentino habla a sin filtro de la convivencia, la dinámica doméstica y ese costado romántico que —según él mismo admite— siempre lo acompañó, incluso en sus días de máxima exigencia en el circuito profesional.
Acompañado por el mate, que ya forma parte del ritual matutino que comparte con Euge, el ex número 8 del mundo se sinceró sobre la transformación emocional que significó dejar la vida nómade del deporte y apostar por una rutina que ocurre, por primera vez, en un mismo lugar. “Ella está muy contenta de poder estar más tiempo acá… somos muy familieros, y el casamiento terminó de unir a las dos familias”, cuenta, con una mezcla de orgullo y alivio.
La intimidad de la convivencia: orden, risottos y mates a la mañana
Schwartzman no duda un segundo cuando se le pregunga por la cocina: “En casa cocino yo”, afirma, casi con resignación divertida. «Euge no cocina. Nada, nada. Hace cada tanto algunos pancakes de esos proteicos que están de moda, pero después no. Si alguien tiene que cocinar, soy yo», detalla.
Sobre esa línea, tras consultarle al ex tenista por su plato estrella, El Peque contesta sin rodeos: el risotto. «Me gusta mucho hacer risotto, hago de distintos tipos. Justo no me tocó hacer en ‘MasterChef’ ¡Se lo perdieron! Y después me sale muy bien la crema de hongos con carne, pollo o algunas verduras; me sale muy rico».
En cuanto a los rituales que comparten como pareja, Diego menciona el mate a la mañana: “Es lo más básico, pero es lo que más disfrutamos juntos. Estar tirados en el sillón, compartiendo momentos. Callados o riéndonos”.
Asimismo, El Peque remarca que ambos han incorporado ciertas actividades para acompañarse mutuamente en momentos de ocio: «Euge era muy básica con la comida, muy ‘argenta’ digamos: comía milanesa, puré, pasta y no mucho más. Ahora está empezando a compartir muchos más gustos que yo fui adquiriendo con el tiempo entre mis viajes. Y poder ir a comer a lugares de comidas más del mundo, juntos, está espectacular. En cuanto a ella, le gusta el vino, y yo no soy tanto del alcohol, pero ahora estoy aprendiendo a compartir esa copa de vino».
La convivencia, claro, también tiene sus roces. Y ahí aparece el costado más simpático del ex tenista: “Yo soy el ordenado y el organizado; ella es la desordenada y desorganizada”, suelta entre risas. De hecho, admite que su TOC del orden la puede volver loca: “Cuando empieza a dejar cosas por la casa, yo voy atrás. Soy ese que pasa y ya limpió todo”.
—¿Quién hace enojar más veces al otro?
—Creo que un poco los dos. Ella puede levantarse de muy buen humor y a la tarde no se sabe muy bien por qué, pero está más de mal humor. Y yo prácticamente no tengo mal humor nunca. Estoy siempre en un seis, siete puntos todos los días. Entonces, eso a veces me choca un poco, pero después creo que yo la pongo mucho más de mal humor con la organización. Cuando empieza a dejar cosas por la casa, yo voy atrás. De hecho, me suele mandar esos videos de Instagram o TikTok de que te hacés el café, te lo dejás, y vas a buscar algo a la heladera, y pasa uno por atrás y ya guardó el café y ya lo limpió… Yo soy ese. (se ríe). Es un toc que tengo, que a veces no es bueno, a veces sí, y ando por la casa moviendo las cosas y ordenándolas, y a veces no las encuentra.
—¿Qué hacés para desenojarla? ¿Ya tenés algún truco?
—Le digo que sea más ordenada, ¡y ya está! Más organizada y se termina (risas).
Ese contraste —que él define como un clásico “los opuestos se atraen”— convive con la cotidianeidad simple que disfrutan: aprender a compartir una copa de vino, descubrir nuevos sabores y volver a habitar el hogar después de años saltando de aeropuerto en aeropuerto.
El lado romántico del Peque: «Me gusta verla feliz»
Si hay algo que sorprende escuchar en boca del Peque Schwartzman, es lo mucho que le importa la felicidad del otro. Su lado romántico aparece sin esfuerzo cuando habla de los pequeños gestos que tiene con su esposa Euge todos los días.
«Yo soy mucho de los detalles. Lo que hago siempre es, cuando estoy en un lugar, si sé que nos encontramos en un rato, paro en algún lugar, y a ella que le encanta el chipá, de camino siempre le compro un chipá, o siempre le llevo un café con leche. Todos los días. De hecho, en el casamiento me lo dijo. No son cosas materiales, son cosas que a ella le gustan: un café con leche cuando está llegando a casa o lo que sea. Me gusta cuando yo me levanto más temprano que ella (ella arranca un poquito más tarde), y que llegue acá a la mañana y tiene su café con leche ahí preparado. Me divierte. Me gusta ver a la gente de buen humor», cuenta sobre su vida como pareja.
—¿Y ella es detallista?
—Euge es muy regalera, muy regalera. Yo no soy regalero, soy eso, detallista. Pero ella te sorprende siempre con buenos regalos.
—¿Te acordás de algún regalo con el que te haya sorprendido?
—Para mí son boludeces, pero bueno, relacionado a la cocina, ahora que estábamos hablando de MasterChef, ahora que estoy acá me gusta mucho cocinar, y todo lo que son los gadgets de la cocina y el café. A mí me gusta mucho el café, así que me fue regalando distintas cafeteras en el último tiempo. Y nada, mates, ese tipo de cosas que a mí me gustan mucho.
Pero más allá de anécdotas, hay algo que el Peque define como “lo mejor” de su esposa: su capacidad de acompañar en todas las etapas, incluso en las más duras del deporte. “Es una compañera espectacular”, repite, consciente del esfuerzo que implica seguir a un atleta alrededor del mundo.
El futuro que le espera a Diego Schwartzman: «Me muero por tener una hija»
Los dos vienen de familias grandes, y eso —según él— se refleja en sus conversaciones sobre agrandar la suya propia. “Tenemos ganas. Yo me muero por tener una hija”, confiesa. Pero también reconoce que respetan los tiempos y el deseo de Euge, que trabaja con el cuerpo y proyecta esta nueva etapa de manera consciente.
Por ahora, la prioridad es disfrutar este primer año sin aviones. “No queremos viajar más”, admite, después de haber tomado entre 40 y 50 vuelos por año durante toda su carrera. La luna de miel perfecta podría ser una aventura por Argentina, quizá en motor home, o un destino más “familiar” como España. Pero todo, por primera vez, sin apuro.
Lo que sí parece claro es que esta versión de Diego —doméstica, relajada, enamorada— llegó para quedarse. Entre risottos, mates y cafés con leche a la mañana, el Peque deja entrever que la vida de casado le sienta mucho mejor de lo que esperaba. Y que su nueva rutina, lejos de las canchas, tiene un encanto propio: el de hacer feliz a la persona que eligió para compartirla.
