La polinización es el paso del polen de una flor a otra gracias a insectos, aves o el viento, y así nacen los frutos y semillas que se conocen.
Un equipo de científicos mostró que ese proceso depende no solo de la naturaleza sino también de los conocimientos y costumbres de las familias rurales en la Patagonia.
El trabajo se publicó en la revista Journal of Ethnobiology and Ethnomedicine y revela cómo en Villa Llanquín, Río Villegas y El Manso, en la provincia de Río Negro, las personas cuidan a abejas, moscardones, mariposas y otros bichos fundamentales para la producción y la biodiversidad local.
El hallazgo central expuso que la polinización no es solo cosa de bichos y flores, sino también de manos humanas, historias y prácticas cotidianas.
Las costumbres, creencias y saberes transmitidos en cada familia ayudan a decidir qué plantas prosperan y cómo se mantienen sanos los polinizadores. El 97 % de las personas encuestadas reconoció que este proceso es clave, y el 93 % afirmó que sin polinizadores la producción decaería fuerte.
El estudio fue realizado por Pablo Andrés Grimaldi, del Instituto de Tecnología de la Madera de la Universidad Nacional de Santiago del Estero, y Ana Ladio, del INIBIOMA/CONICET/Universidad Nacional del Comahue en Bariloche.
Los investigadores buscaron entender cómo las familias ven a los insectos y flores que polinizan, ya que casi no existían estudios que documentaran estos saberes o sus efectos reales en la diversidad del campo patagónico.
Gran parte de los trabajos científicos miraban el fenómeno desde la biología, pero dejaban afuera el papel de las tradiciones rurales para conservar especies útiles y paisajes ricos.
La caída de los polinizadores se vive como un problema real para quienes trabajan la tierra: menos abejas, mariposas y picaflores significan menos cosecha, menos flores y menos vida en la región.
Las prácticas locales como dejar crecer flores silvestres, evitar venenos y armar huertas con distintos cultivos ayudan a proteger la agrobiodiversidad.

Voces y prácticas del campo patagónico
Los investigadores Grimaldi y Ladio escucharon historias e hicieron observaciones en Villa Llanquín, Río Villegas y El Manso.
Allí, treinta familias agricultoras compartieron cómo nombran a los polinizadores: “abeja”, “taba”, “moscardón”, “mariposa”, “picaflor” y más. Se encontraron que se mencionan dieciséis nombres distintos para quince especies de importancia local.
El 97 % de quienes participaron destacó la importancia visible del proceso en la vida rural, cosechas y paisajes.
Un 93 % señaló que cuidar polinizadores es indispensable tanto para la comida como para la salud ambiental.
En palabras de los propios protagonistas: “La polinización es el cruce de polen que los insectos hacen de una flor a otra para que se reproduzca el fruto”. También dijeron: “Estos bichos hacen un intercambio”.
Las acciones resultan concretas. Un 67 % adoptó prácticas indirectas como dejar plantas nativas, rotar cultivos o evitar químicos; un 32 % realiza acciones directas como sembrar flores o preservar rincones silvestres donde los polinizadores encuentran alimento y refugio.
El nivel de conocimiento varía con la experiencia, cuántos años se lleva en la huerta y la cantidad de especies cultivadas. Observaron que a mayor diversidad y contacto con la tierra, más saberes aparecen y más formas de cuidar la polinización existen.
Costumbres, relatos de mayores y consejos transmitidos en familia compensan la ausencia de normas externas: esos saberes que pasan de una generación a la otra mantienen el equilibrio y la riqueza de insectos y cultivos en estos pueblos.

Qué defienden quienes cuidan la tierra
Tras hacer el trabajo de campo, Grimaldi y Ladio sostuvieron que visibilizar y fortalecer estos saberes rurales es tan importante como cualquier avance científico.
Recomendaron que las políticas ambientales incluyan la voz y experiencia de quienes viven y cultivan cerca de la naturaleza. Pidieron además que se realicen estudios similares en otras regiones, porque estas formas de conocimiento aportan soluciones para la conservación.
Dejaron en claro que su trabajo es solo un primer paso e invitan a comparar distintas realidades en otras partes del país y el continente. Creen que la producción sustentable necesita unir la mirada de la ciencia con la experiencia del campo.
Por qué son claves para el equilibrio ambiental
En el mundo existen más de 20.000 especies de abejas, pero también cumplen funciones de polinización mariposas, aves, murciélagos, escarabajos, hormigas y muchos otros animales. Los polinizadores resultan esenciales para la reproducción de cerca del 80 % de las especies de plantas con flor, lo que sostiene hábitats naturales y cultivos. En la Patagonia, abejas nativas, moscardones, mariposas y aves como el picaflor cumplen roles imprescindibles para huertas, pastizales y bosques andinos.
Sin embargo, los polinizadores enfrentan riesgos graves. El uso masivo de pesticidas afecta su salud y puede causarles la muerte directa. La expansión de las ciudades y la agricultura industrial reduce la cantidad de flores y la diversidad de plantas silvestres, quitándoles alimento y lugares para anidar. La fragmentación de los ambientes y la pérdida de bosques o pastizales impactan más aún en regiones frágiles como la Patagonia. Otra amenaza es la aparición de especies invasoras que compiten por recursos, e incluso propagan enfermedades que afectan a las abejas, las mariposas y a otros insectos. Además, el cambio climático modifica los ciclos de floración y altera la disponibilidad de alimento y agua. Todo esto pone en peligro no solo a los polinizadores, sino al equilibrio de los ecosistemas y la producción de alimentos en la región y el planeta.



