En los momentos de mayor angustia, lo que más necesitan los hijos no es un consejo ni una solución rápida, sino sentirse acompañados, contenidos y emocionalmente sostenidos. Y es justamente ahí cuando entran en juego los primeros auxilios emocionales.
Como explicó Liliana Tuñoque, psicoterapeuta de Clínica Internacional, tal como limpiamos y cubrimos una herida visible cuando los niños se caen, también necesitamos aprender a acompañarlos cuando lo que les duele no se ve. “Aunque no todos los padres son psicólogos, sí pueden aprender a identificar señales de alerta, responder de forma empática y calmar a sus hijos en los momentos más difíciles”, expresó Patricia Pinedo, psicóloga y especialista en educación familiar.
Cuando una persona —ya sea un niño o un adulto— atraviesa una crisis emocional, sus pensamientos, emociones y conductas pueden verse alterados, dando lugar a reacciones como tristeza profunda, ansiedad, frustración o pensamientos negativos. Según Paul Brocca, docente de psicología en la Universidad Científica del Sur, este estado dificulta tomar decisiones y adaptarse al entorno.
En esas circunstancias, los primeros auxilios emocionales actúan como un “kit de contención” que ofrece apoyo inmediato y protección. “Básicamente, no buscan resolver el problema de fondo, sino brindar calma y alivio en el momento más crítico”, mencionó Pinedo.
La psicóloga Alexandra Sabal, de la Clínica Ricardo Palma, destacó que, en el entorno familiar, estos primeros auxilios permiten a los padres acompañar y contener emocionalmente a sus hijos ante situaciones como la sobrecarga escolar, la presión social o cambios en el hogar. Una intervención oportuna puede evitar que ese malestar se convierta en un problema más serio, como la ansiedad crónica.
Por su parte, Emily Mudd, psicóloga pediátrica de Cleveland Clinic, refirió que brindar este tipo de apoyo implica estar presente con una actitud compasiva y sin juicios, validando las emociones del niño y escuchándolo activamente. “Al aplicar los primeros auxilios emocionales, los padres fortalecen el vínculo afectivo y crean un entorno seguro donde el niño aprende a reconocer y regular sus emociones”.

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¿Cómo saber si tu hijo atraviesa una crisis emocional?
Muchas veces, los niños no dicen “me siento triste” o “algo me preocupa”, ya que su malestar lo manifiestan a través de cambios en el comportamiento, el ánimo o incluso el cuerpo. Por eso, estar atentos a estas señales —aunque sean sutiles— es clave para brindarles apoyo a tiempo. Algunas de las señales más frecuentes son:
- Irritabilidad.
- Retraimiento.
- Llanto frecuente.
- Dificultades para dormir o pesadillas.
- Quejas físicas recurrentes, como dolor de cabeza o estómago.
Cuando el problema emocional es más profundo, podemos observar cambios prolongados en el apetito, el sueño, la higiene, aislamiento social, agresividad o expresiones de desesperanza, por lo que es momento de buscar apoyo profesional. Comentarios sobre no querer vivir, autolesiones o consumo de sustancias también requieren intervención inmediata.
Frases como “no llores” o “no es para tanto” pueden invalidar el sentir del niño. En su lugar, se sugiere ofrecer calma y escucharlo activamente. Cuando decimos “¡Pero si no es para tanto!”, olvidamos que el cerebro no puede procesar ni pensar con claridad cuando está en “modo emocional”. En esos momentos, lo más útil no es hablar, sino acompañar desde la calma, y esperar a que la tormenta emocional pase antes de iniciar cualquier conversación.
Asimismo, nuestra actitud emocional actúa como espejo: si nos alteramos, el niño también lo hará. Acercarse desde la calma trasmite seguridad. Algunas estrategias sencillas de regulación son:
- Respiración profunda (por ejemplo, inhalar contando hasta cuatro y exhalar contando hasta seis).
- Practicar mindfulness, enfocándose en los sentidos o en sonidos.
- Ir a un lugar tranquilo o cambiar de ambiente.
- Sentarse en silencio unos minutos
Cuando el niño esté más tranquilo, se recomienda conversar. El objetivo no es “sacar” información de inmediato, sino abrir la puerta al diálogo. Una vez que se sienta en calma, ayúdalo a ponerle nombre a lo que sintió y hablar sobre lo ocurrido sin juzgarlo. La resiliencia no se construye de un día para otro, sino que se cultiva a través de pequeñas acciones cotidianas que ofrecen seguridad emocional y enseñan habilidades para enfrentar desafíos.
Milenka Duarte, El Comercio/GDA