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martes, marzo 4, 2025

Con 72 años Sonia Parada hizo cumbre en el techo de la Patagonia: una experiencia fascinante

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Sonia Parada en la cumbre de una montaña de casi 5000 metros (4709 msnm). Fotos: Raúl Rebolledo (@crater.expediciones)

Nació en el norte neuquino y pasó la infancia por esas tierras, trasladándose con su mamá, su papá, once hermanos y un montón de chivos de la invernada a la veranada. En la adolescencia dejó de hacer la tranhumancia, pero siguió por los caminos; y cuando la tercera edad asomaba comenzó a acelerar paso. Ya no caminaba, corría y después sintió la necesidad de trepar todos los cerros de su norte neuquino. Pero había uno que se presentaba como imposible. Lo miraba y, gigante, el Domuyo parecía inconquistable, pero Sonia Parada pudo coronar al rey.

Estaba en su chacra en La Salada, donde cría aves y la señal de celular no llega. Pidió unos días para charlar. Cuando regresó a su casa en Chos Malal, avisó que estaba lista. Atendió el teléfono con una energía contagiosa. Lo primero que dijo fue: “subí al techo de Patagonia, como dicen los demás”, y con 72 años, con cada palabra inspira.

“Siempre caminé, pero a los 57, mi hija mas chica se recibió y dije voy a ocuparme más de mi. Empecé a salir a caminar, luego hallé que era poco y empecé a trotar, luego hallé que era poco y empecé a correr, así que ahora hago hago carreras”, dice Sonia y sonríe.

Sonia y Raúl, uno de sus guías.

Cuenta que el domingo corrió 9 km en Manzano Amargo y ganó una carrera y que cuando más que corrió fue en el Trail del Viento en Andacollo. Antes de la pandemia fue por primera vez al campamento base del Domuyo y le dijo a Raúl Rebolledo, el guía, “no estamos tan lejos, no me faltan ganas de subir”.

Pero él le explicó que no estaba preparada, que no habían ido con esa idea. Estaban a 3100 de altura y el año pasado volvieron a un cerro que se llama Caracoles y tiene 3700. Ella decía “cada vez estoy más cerca Raúl”. Y en ese momento le contestaron, que si quería podía intentarlo.

Con las mujeres que habían ido, comenzaron a pensar en la posibilidad de hacer cumbre y en agosto, Raúl y Matías planeaban las subidas al Domuyo y les preguntaron quienes querían subir.

Sin dudarlo, Sonia se apuntó.


Vida activa «Yo no me puedo quedar quieta»


Siempre está en actividad y para organizarse, se lo comentó al cardiólogo que le dijo que estaba en condiciones, pero le alertó “no es fácil”. “No, creería que no, pero hay que pedirle permiso a Dios, la naturaleza y por supuesto al temido Domuyo, porque es un cerro muy celoso. Todo el mundo lo comenta, pero con el permiso de ellos, yo subiría”, recuerda.

Pensaba, y la meta de llegar, rebotaba en su cabeza sin parar. Por eso, cuando llegó el día, preparó la mochila con algo de abrigo, unas frutas, agua, unas medias, unos guantes abrigados. El 18 de enero, llegaron a Punta de camino, donde se dejan los vehículos y de ahí tenían cuatro o cinco horas de caminata al campamento base. Pero la primera jornada no sería, lo que se dice un día de bienvenida.

Les tocaron dos horas de tormenta de granizo. Caminaban entre truenos y piedras de hielo que caían del cielo. “En un momento, un relámpago cayó muy cerca de nosotros y después empezó a escarchillar, pero no sentía tanto frío, hasta que llegamos al campamento. Le digo que esos muchachos están muy bien equipados, era como estar en un hotel a esa altura, porque tienen dos domos”, cuenta.

Se sacaron la ropa mojada, tomaron algo calentito, comieron y se acostaron. Al otro día, la mañana los despertó con un clima helado, pero debían salir a hacer la aclimatación. El 19 subieron hasta 3600 msnm, y los guías les dijeron que lo mejor era acostarse temprano porque el que venía, sería un día de muchos esfuerzo.

“Nos acostamos, pero dormir es un decir porque uno esta con esa emoción de que va a hacer ese cerro, así que a las dos de la mañana nos despertaron y a las tres y media salimos”.

El tiempo los acompañó. Iban a ritmo firme y cuando llegaron a una parte que llaman La Montura, debían cruzar por un camino muy de precipicio. “Cuando lo vi me dio escalofríos”, dice Sonia. Le preguntó a Matías si iban a pasar por ahí, y él le contesto que sí, que se ponga los crampones.

“A usted le parece, me puse los crampones, nos ataron con una soga y a caminar se ha dicho. Había todo un glaciar abajo. Si se cae de ahí, uno no la cuenta. Pero estábamos en el burro y como se dice, teníamos que domarlo”, dice y se ríe.

Mientras subía, iba recopilando en sus recuerdos, los cerros por los que pasó, antes de llegar a este. El año pasado subió al Tromen a fines de abril. Su marido antes de salir le dijo que había temporal, que no vaya. Ella fue a preguntarle a Raúl si alguna vez se le había congelado una persona, y el le dijo que ella no se iba a congelar, y aunque tuvo mucho frío, hicieron cumbre. También fue a El Palao, Caicayén Malal, Cerro Negro, El Corona, enumera y la lista es infinita.

Hicieron casi la mitad del camino de noche y a las once de la mañana hicieron cumbre. “No lo podía creer, yo decía ‘¿Yo hice cumbre?’ Y ahí estaba con esa sensación que tocas el cielo con las manos. Estar en el techo de la Patagonia es muy lindo”, asegura.

Se sacaron unas fotos, disfrutaron un momento y luego comenzó la bajada. El descenso duró cinco horas, que para ella fueron más difíciles que la subida, porque era con más precaución. La hicieron de un tirón y cuando llegó a su casa no lo podía creer. “Pero querer es poder dicen”.

Ella es de un lugar privilegiado, al que ama y a veces piensa que por un lado es bueno que no sea fácil llegar a esos lugares. “Porque ¿sabe que?”, pregunta y sigue “siempre encontrás botellas, bolsas. La gente no cuida la naturaleza y es una pena”.

Sonia Parada sí lo sabe y por eso, el Domuyo la dejó pasar.


De criancera a montañista


Es hija de crianceros y hasta los 18 años anduvo en los arreos de la transhumancia. Cuenta que antes, 50 años atrás, se iba con los burros de carga, que llevaban la comida y la litera para dormir en los campos. Ahora, hay comodidades y poco se arrea porque van en jaulas.

“Cuando hago estas cosas uno se compra ropa térmica, antes no existía, y si existía ni sabía. Mis cinco hermanos son arrieros. Yo no lo hago más, pero creo que por esa infancia lo llevo en el alma, me gusta tanto caminar, la naturaleza, andar por la cordillera, las aguas cristalinas que se descuelgan de las vertientes”, relata.

Jura que de arriba de un cerro, puede ver cosas que nunca vería. Cuando la invitan a algún lado, es como ir a unas vacaciones, aunque acepta que al bajar le duelen las piernas.

Tiene cuatro hijos, que cada vez que les cuenta su próxima aventura, le dicen “otra vez mamá, mirá si te pasa algo”, pero ella va con cuidado, y su gran secreto es que nunca piensa que se va a caer.

“Creo que Dios me ayuda más lo que me merezco. A veces las personas se jubilan y dicen ‘¿Qué voy a hacer ahora?’ Y hay tanto para hacer mire. Esto de salir a conocer, tomar viento, aire, sol, nieve, mirar lagunas, es la cosa más linda que a uno le puede pasar. Si usted no lo conoce haga eso, no hay nada mas lindo”.

Fotos: Raúl Rebolledo (@crater.expediciones)

Redacción

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