En el corazón de Mallorca, donde los mapas señalan el centro geográfico de la isla, un pequeño pueblo resiste el paso del tiempo. Lejos de las rutas más turísticas, Lloret de Vistalegre protege su identidad rural entre almendros, higueras y tradiciones centenarias. Y mantiene su esencia mediterránea.
Los habitantes lo conocen como Llorito. Aunque ya no dependa del municipio de Sineu, conserva esa familiaridad de los pueblos que se nombran con diminutivo y afecto. Sus calles, cortas y en pendiente, convergen en la plaza principal donde conviven historia y vida cotidiana.
Durante el verano, el sol puede ser intenso en esta parte del Pla de Mallorca. Pero también hay sombra, brisa y silencio. Aquí, los árboles no sólo son parte del paisaje: son memoria, abrigo y guía para quienes buscan otra forma de habitar la isla.

El paisaje rural y la arquitectura de piedra tostada convierten a Lloret en un lugar donde la calma lo es todo. La verdadera atracción no son las postales: es la forma de vida que se preserva sin necesidad de ningún otro estimulo.
Lloret de Vistalegre: el centro rural de Mallorca que escapa del turismo masivo
Lloret de Vistalegre se postula como el punto exacto del centro geográfico de Mallorca. La afirmación se sustenta en una inscripción en piedra, ubicada en el Pou de Llorac, un pozo público situado en el bosque de Sa Comuna. La inscripción reza en latín: “Hic Maioricae Medium”, es decir, “Este es el centro de Mallorca”.
El sitio está señalado con un mojón de piedra y paneles informativos. La iniciativa surgió de un trabajo conjunto entre vecinos e instituciones locales, más con vocación de identidad que de precisión cartográfica. Lo que buscaban no era solo marcar un lugar en el mapa, sino reafirmar el valor simbólico de su comunidad.

Aunque otros pueblos de la zona también reclaman el título de centro geográfico —como Sineu, Petra o Costitx—, Lloret ha logrado anclar esa percepción en la memoria local. No se trata de una competencia topográfica, sino de un modo de mirar el territorio desde lo propio y lo cotidiano.
La historia del pueblo tiene raíces que se hunden en tiempos anteriores a Las Cruzadas. En la época musulmana se llamaba Benigalip, y fue luego de la llegada de Jaume I cuando tomó el nombre de Llorito. El trazado urbano aún conserva vestigios de esa historia: la plaza elevada, el antiguo convento de los dominicos y las calles que parten como radios desde el centro.
Pero Lloret no vive solo de historia. El bosque de Sa Comuna, declarado espacio natural protegido en 1927, es uno de sus pulmones verdes. Con más de 130 hectáreas, es lugar de encuentro para romerías, celebraciones y caminatas entre pinos y encinas. Allí, la luz filtra suave y cada piedra parece haber escuchado muchas conversaciones.

Esa relación con la naturaleza no es decorativa: es vital. En Lloret, el paisaje forma parte de la vida cotidiana y del tejido cultural. Lejos de ser solo fondo para fotos, los campos de cultivo, los caminos de tierra y el bosque son espacios vividos y cuidados.
En una Mallorca que muchas veces aparece saturada por el turismo, pueblos como Lloret de Vistalegre ofrecen otra experiencia: la del tiempo lento, el saludo entre vecinos y la sombra generosa de una higuera en agosto. Una manera distinta de habitar la isla sin renunciar a la esencia del Mediterráneo.