Una forma de describir las épocas de cambio de la modernidad y esta posmodernidad pasa por las posiciones de conservadoras, reformistas y revolucionarias. Desde la revolución francesa con su lucha por la libertad, igualdad y fraternidad, pasando por la guerra de secesión de EEUU por la eliminación o no de la esclavitud, la resolución de la crisis del 30 en ese país, o lo que vivimos hoy con la crisis de la globalización y la introducción de la IA, todas tienen esa configuración de fuerzas.
La elección de estos casos –hay muchos otros- no es casual ya que sus consecuencias aún resuenan hoy en día en la medida en que afectaron y afectan a las mayorías populares y trabajadoras.
En la revolución francesa (1789) los sectores burgueses, campesinos, artesanos y obreros urbanos se rebelaron a los grupos privilegiados identificados con el clero y la nobleza.
Los conservadores eran obviamente como siempre los privilegiados, mientras que los burgueses se dividieron entre Jacobinos más radicales que buscaban una democracia y los Girondinos que proponían una monarquía constitucional. Mientras ambos exigían más participación, igualdad ante la ley y eliminación de los privilegios de la nobleza.
Por último los sectores populares de campesinos, artesanos y obreros urbanos que no estaban muy organizados tenían un sector más radicalizado –los sans-culottes- que llevaban la voz de estos sectores.
La historia cuenta que al inicio los más radicales, burgueses jacobinos y populares encabezados por los sans-culottes, encabezaron la revolución, mientras que en la segunda etapa los jacobinos lideraron, hasta que la reacción conservadora con Napoleón estableció primero el Consulado y luego el Imperio Napoleónico, aunque sin reestablecer los privilegios de la nobleza.
En la guerra de secesión (1861) el sur quería sostener la esclavitud por lo que eran los conservadores. En el norte donde había más industrias y menos plantaciones las opciones eran dos, una más moderada que proponía tratarlos con mayor humanidad –no separar familias, alimentación, vestimenta y vivienda digna- y otra que proponía directamente eliminarla, por lo que la primera era reformista y la segunda más radical y revolucionaria.
Abraham Lincoln por entonces presidente, decidió en forma revolucionaria por la eliminación, lo que se consolidó cuando el norte ganó la guerra, pero no resolvió la situación de pobreza y marginalidad de la población negra.
Durante la crisis de 1929-30, la recesión produjo el cierre de miles de empresas y 25% de desocupados. Los radicales –del partido comunista americano- proponían colectivizar las empresas y que el Estado los empleara, mientras que los reformistas proponían un seguro de desempleo, un salario mínimo que evitara una negociación directa entre los empleados y empleadores, además de sistemas de seguridad social –salud pública y jubilaciones- con protagonismo sindical.
Obviamente, Franklin D. Roosevelt adoptó una política moderada y reformista que John M. Keynes impulsó teóricamente a partir de la afirmación“la demanda produce oferta de bienes y servicios”, contradiciendo la teoría previa que afirmaba lo contario.
En estos días, algo de estos tres eventos se reitera con la primacía financiera de la economía global y fundamentalmente la introducción de la IA que podría reducir mucho la demanda de trabajo.
Así se plantean situaciones en las cuales los pueblos se pueden sublevar, por trabajos precarios, casi sin derechos y con bajas remuneraciones, mientras que un grupo de privilegiados ostentan impúdicamente su riqueza.
En esta situación hay sectores radicalizados y reformistas a uno y otro lado, y conservadores. O sea 5 sectores.
Los sectores conservadores, administradores de fondos y bancos de inversión –Black Rock, JP Morgan, Morgan Stanley, etc.-, buscan sostener el sistema manteniendo la movilidad del dinero, restricciones a la inmigración, mientras consideran “daños colaterales” los efectos económicos y sociales en el mundo del trabajo que “el mercado” ordenará con el tiempo.
Un sector moderado y reformista más cerca de los conservadores –Bill Gates y otros-, habida cuenta de las innegables consecuencias, propone algo más de impuestos a la grandes fortunas que financie una renta universal mínima y así se eviten las situaciones de pobreza extrema, mientras establecen sistemas de control social de base tecnológica.
Otro sector moderado y reformista, más cerca de cambios revolucionarios propone que el Estado asuma mayor intervención directa en la economía, la regulación de las relaciones laborales y los mercados concentrados obligando a las empresas más grandes a vender partes de sus operaciones que impidan el uso abusivo de posición dominante en situaciones monopólicas u oligopólicas.
También existen dos sectores revolucionarios, uno a la derecha –anarquistas, libertarios, etc.- que promueve la eliminación o minimización de la intervención del Estado –Milei, Musk, etc.- y otro radicalizado a la izquierda, que propone un regreso a una intervención directa del Estado con empresas propias, indirecta en empresas grandes con participación y control estatal, algunas de propiedad colectiva de los trabajadores también con control estatal, y una rigurosa regulación de los mercados al “estilo chino” con planes estratégicos.
La historia nos dice que las alternativas conservadoras no han triunfado más allá de algunas reyertas previas hasta que los hechos revolucionarios han explotado. También que las alternativas revolucionarias dejan solo algunos rastros perdurables, pero son las alternativas más moderadas y reformistas las que más temprano o más tarde se establecen como las que logran más consensos.
Todos los hechos revolucionarios son muy conflictivos y en el pasado han sido sangrientos si, como dice Arnold J. Toynbee, en cualquier cambio a escala civilizatoria “si no existen liderazgos que respondan a los desafíos creativamente y eviten que el nacionalismo, el militarismo y la tiranía de una minoría despótica produzcan su colapso”.
O sea, la historia favorece el éxito a mayor plazo de alternativas reformistas y moderadas, pero mientras eso ocurría, las posiciones revolucionarias produjeron mucho daño en donde la ausencia de liderazgos produce una radicalización revolucionaria.
Nada nuevo que no pueda asociarse a esta, nuestra realidad.