De 10 peces analizados, 9 registran microplásticos en sus estómagos. Así se desprende de un estudio del Centro de Investigación Esquel de Montaña y Estepa Patagónica (Ciemep), que depende del Conicet y la Universidad de la Patagonia San Juan Bosco.
«Los resultados son más alarmantes de lo que esperábamos«, concluyó Cecilia Di Prinzio, doctora en Biología, investigadora del Ciemep.
Los plásticos de un solo uso, como las bolsas, las botellas y los envoltorios de alimentos, suelen descartarse tras su utilización y, al fragmentarse con la acción del ambiente, pueden ser transportados por los ríos y alcanzar zonas aguas abajo. Estos plásticos pueden contaminar aguas, peces y otros organismos, influyendo en la cadena trófica.
«Las cadenas tróficas representan cómo pasa la energía, en este caso contenida en el plástico, a organismos como bacterias, hongos o algas, y se propaga hasta peces o aves e incluso a los humanos», indicaron los investigadores.
Pero el estudio que inició este grupo hace tres años, a través del becario doctoral Sebastián Andrade, se topó con otra problemática: no solo el alto nivel de microplásticos en los peces sino la presencia de macroplásticos a lo largo de las costas y en los ríos, es decir, piezas plásticas de tamaño grande y fáciles de identificar y recolectar.

«El objetivo siempre fue saber si había diferencias en la abundancia, concentración, en el volumen y en el peso de los plásticos presentes en arroyos urbanos, y en sitios de referencia sin urbanización. Además, conocer cómo afecta esto a la comunidad de peces”, comentaron.
Di Prinzio agregó: «Vemos a nivel mundial que los plásticos tienen un gran impacto y nuestra idea empezó por ahí. Sacamos estómagos de peces para ver si había plásticos. Cuando hablamos de plásticos, los encontramos desde los envases, los envoltorios de alimentos, las fibras de ropa, botellas, una gran variedad de cosas. Pero lo que veíamos era que la problemática iba más allá de lo micro«.
Los investigadores optaron entonces por concientizar sobre la contaminación ante la abundancia de macroplásticos, aquello que se descarta. «Es una problemática que nos involucra a todos y muchas veces, no tomamos dimensión del impacto y no hacemos bien el reciclado. La idea es que la gente se pueda involucrar: pequeñas acciones son importantes», señaló.
Los investigadores evaluaron los ríos de Esquel y Trevelin, el Quemquemtreu, El Maitén, Corcovado y Río Pico. Se encontró que, en los tramos aguas debajo de los sectores urbanos hay mayor volumen de plásticos pero más livianos, lo que sugiere diferencias según el nivel de urbanización.

«Vimos que, en las zonas más puras de los ríos, encontrábamos restos como envoltorios de galletitas, entre otros, que nos daban la pauta de que la gente iba a recrearse; mientras que en las zonas más urbanas encontrábamos otro tipo de plásticos que nos daban la idea de que el lugar se usaba como descarte, como un basurero», detalló. También encontraron una relación directa con la cantidad de habitantes en la zona.
El impacto en la cadena trófica
La tesis doctoral de Andrade partió de analizar la presencia de microplásticos en la zona y el impacto en la cadena trófica.»El plástico se deposita en el sedimento o en el fondo de los ríos. Los invertebrados consumen ese plástico, a su vez, los peces consumen esos invertebrados y ese plástico queda en el estómago de los peces», puntualizó Di Prinzio. Y advirtió que hay otros estudios que buscan determinar si el plástico es absorbido por el músculo: «Si se concluyera que el pez lo absorbe por el músculo, al hombre que pesca y consume también le impacta a nivel sanitario».
Más allá del estudio, los investigadores se plantean qué hacer con los hallazgos. «Tenemos que preguntarnos qué hacemos con esto, cómo nos involucramos. El sistema de recolección de residuos funciona, el tema es: ¿qué hacemos nosotros en los lugares donde no hay recolección? El plástico tarda cientos de años en degradarse. Todo depende del tipo de plástico, pero hablamos de 100, 150 años: nos supera a nosotros en tiempo de vida«, dijo.