Iban a ser los Oscars del resentimiento. Los Oscars de la calumnia y del odio. Los Oscars de Trump. El foco estaba puesto, más que en las películas y sus méritos, en Karla Sofía Gascón; si aparecería, cómo lo haría, si circularía por la alfombra roja y saludaría a Audiard, el director de Emilia Pérez que ella protagoniza. Gran película, hay que añadir. Una obra de una osadía formal cuyas posibilidades de galardón no deberían haberse visto empañadas por la bocaza de la española ni por su falta de sensibilidad, de hace años, hacia los más vulnerables de la sociedad.
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