Los años pasan, los gobiernos cambian, las crisis se suceden y el eje argumental de las homilías del tedeum por el 25 de Mayo se repiten en la cíclica historia argentina. Como si los argentinos estuviéramos condenados a hacer siempre lo mismo. O, mejor, sus gobernantes, aunque con la complicidad de al menos parte de sus votantes. Sin aprender de la historia, ni crecer en la cultura cívica.
Hace exactamente 21 años en la misma ocasión el entonces cardenal Jorge Bergoglio advertía desde el púlpito delante del presidente Néstor Kirchner sobre la inconveniencia para la convivencia democrática y la búsqueda de acuerdos para salir adelante las actitudes de confrontación. Era una velada referencia al estilo elegido por el ex gobernador de Santa Cruz para acumular poder.
Con su esposa en la Presidencia, durante la crisis del campo, el matrimonio se convertiría en el instaurador de la grieta que perdura hasta hoy y que remeda otras como la antinomia peronismo-antiperonismo que nada bueno le reportaron al país. Pero, se sabe, la política argentina persiste en lo que no funciona y hace daño, aunque siempre encuentre justificaciones.
Mauricio Macri –todo hay que decirlo- también buscó sacar un rédito electoral de la grieta, pero no le fue bien. Hasta podría decirse que le salió el tiro por la culata al darle más visibilidad y protagonismo a Cristina Kirchner en el direccionamiento de su confrontación. Pero ella, astuta, encontró una forma de volver al poder, si quiera como vicepresidenta.
Como presidente, Alberto Fernández intentó inicialmente una actitud conciliadora en el inicio de la pandemia. Actitud, dicho sea de paso, que le valió una enorme consideración popular, revelando que la gente aprecia la convivencia política. Pero su mentora, Cristina, le recordó que no era por ahí porque podía beneficiar a los opositores y volvió sobre sus pasos.
Con su llegada a la Casa Rosada Javier Milei no solo continuó la grieta, sino que la potenció. Y le sumó el insulto, las malas palabras. Además de que se valió en buena medida para llegar de una ofensiva anti-política en las redes con un ejército de trolls que perdura y del que ningún crítico a su gobierno se salva sea político, periodista o lo que fuere.
Caía de maduro que el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, iba a insistir en la homilía del nuevo tedeum con el discurso anti-grieta de la Iglesia. Lo que sorprende es la contundencia con la que lo hizo por los depurados modos que tienen las altas jerarquías eclesiásticas y el fluido diálogo en discretas reuniones que se le atribuye con Milei.
Sus advertencias fueron elocuentes: “En la Argentina se está muriendo la fraternidad, se está muriendo la tolerancia, se está muriendo el respeto; y si se mueren esos valores, se muere un poco el futuro, se mueren las esperanzas de forjar una Argentina unida, una Patria de hermanos”, comenzó diciendo.
Alertó, además, contra “los que odian –palabra que repitió varias veces- y justifican su desprecio; el terrorismo de las redes, como decía el Papa Francisco. Hemos pasado todos los límites –subrayó-, la descalificación, la agresión constante, el destrato, la difamación, parecen moneda corriente”.
Sus señalamientos no se circunscribieron a las actitudes de confrontación, sino a situaciones críticas del país. “Nuestro país (…) sangra: tantos hermanos que sufren la marginalidad y la exclusión; tantos adolescentes y jóvenes víctimas del narcotráfico que en algunos barrios es un estado paralelo”.
No podía faltar una mención a la situación de los jubilados “que –dijo- merecen una vida digna, con acceso a los remedios y a la alimentación” y señalar que “muchos podrán ser los responsables de esta triste situación, pero la oportunidad que tenemos nosotros de resolverla es hoy”.
Con la mitad de la población que no fue a votar en las recientes elecciones legislativas en la Ciudad aludió al sentir de la ciudadanía: “Años de promesas incumplidas y estafas electorales nos hicieron perder las ganas de participar, porque pensamos: ‘otra vez lo mismo’, ‘nada va a cambiar’”.
Si algo faltaba para dar contexto al mensaje de García Cuerva fue el no saludo del presidente a su vicepresidenta, Victoria Villarruel, y que lo dejara con la mano tendida al jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri. Una evidente falta de educación y de respeto a la institucionalidad.
Su posterior tuit diciendo que “Roma no paga traidores” para justificar su actitud de no saludar al alcalde revela la lógica “amigo-enemigo” tan detestada por la Iglesia. Ni la celebración patria, ni el marco de la catedral con la tumba de San Martín incluida, lo hicieron volar alto.
No obstante, García Cuerva insistía en no bajar los brazos, reconocer “la necesidad de diálogo, de forjar la cultura del encuentro, de frenar urgentemente el odio. Démonos otra oportunidad, no podemos construir una Nación desde la guerra entre nosotros”.
Cómo ocurrió con Kirchner que se enojó con Bergoglio, ¿también Milei se enojará con García Cuerva y mudará la sede del tedeum al interior del país? Y lo más importante: ¿Alguna vez este mensaje que lleva más de dos décadas será escuchado?