Es curioso que la sensación de abandono e incerteza que muchos usuarios de Rodalies comparten en su día a día se convierta en un arropo casi maternal cuando unas obras obligan a cortar una línea durante un tiempo. Claro que no es lo mismo una zona acotada que 1.200 kilómetros de infraestructura ferroviaria. Pero llama la atención tanto mimo: señales con indicaciones cada metro y medio, pacientes informadores por todas partes, sonrientes conductores que parece que lleven a la clase de los esquirols al zoo. Los 16 meses con la R3 guillotinada para duplicar vías entre Parets y La Garriga (con un plan alternativo de transporte de 56 millones de euros, el más grande de la historia de Renfe) han empezado este martes, y qué duda cabe de que al operador ferroviario y al Govern les interesa mimar a los afectados, en concreto, a los que no se han pasado al bus interurbano, al coche compartido o al teletrabajo. “El problema del tren es que sabes cuándo entras pero no cuándo sales”, compartía este martes Júlia, en la estación de Fabra i Puig, a punto de subirse a un bus con destino a La Garriga para cuidar de sus dos nietos. El hambre y las ganas de comer; el deseo de los usuarios de llegar al destino y la necesidad de los gestores públicos de no calentar más las cosas en tiempos de traspaso de competencias y de críticas feroces al servicio.
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“¡Última llamada para los viajeros con destino a Vic!”, gritaba Elisabeth Escalante, una impetuosa joven encargada de canalizar a los usuarios. Inevitable recordar a los viejos avisadores de las terminales de tren, esos hombres, porque siempre eran hombres, que sin pantallas ni tecnología advertían de la salida de un convoy. Esta joven, tras formarse como sanitaria, trabajó durante más de 15 años con personas mayores en residencias. Un trabajo muy duro, explica. Tras ser madre, empezó a darse cuenta de que los horarios laborales, con mucho turno de noche, no eran compatibles con el cuidado de la criatura. Lo dejó. Pero se llevó la paciencia, la empatía, la voz firme, las frase cortas. Y así, esta coordinadora de autobuses de la empresa Izaro se ha convertido en la Jaume Collboni de la estación de autobuses de la Meridiana, que no lo parece pero es una de las más importante de una Barcelona a la que le urgen nuevas terminales de bus interurbano. Se supone que están en ello. La primera: bajo las entrañas de Maria Cristina, en la plaza de Espanya. Luego debería venir la de Diagonal, seguramente, en la Zona Universitària, donde muere el nuevo carril bus de la B-23.

Viajeros del tren, en la estación de buses de Fabra i Puig, este martes
Àlex Garcia
“Esto me encanta, la gente, el movimiento constante”. Y dar órdenes, porque no para de decirle a los chóferes que espabilen y es la persona a la que el resto de asistentes, de Renfe o de otras empresas, acuden cuando hay alguna duda. Además sabe silbar con los dedos, y eso es algo que impone respeto. Explica que la mañana ha ido bien, que en la hora punta ha habido algo más de follón, pero que, por lo general, los autobuses salen medio vacíos, situación que se replica en el otro lado del corte, en Centelles, Vic o La Garriga. Basta un rato para darse cuenta: suben o bajan seis, siete u ocho pasajeros; un taxi enorme y carísimo. En cuanto al tipo de viajeros, la situación de siempre, mucha diferencia entre los veteranos que ya conocían la situación y los neófitos a los que el corte ferroviario del tren les ha pillado en paños menores. Por suerte, los primeros abundan y los segundos son una desafortunada anécdota.
Resignación
“Yo voy sin prisa y no miro demasiado el reloj. Tampoco te lo puedes tomar de otra manera, porque si no te puede dar algo”
Júlia, la abuela camino de La Garriga, se enciende un cigarro antes de subirse al bus. Explica que viaja al pueblo varias veces a la semana para cuidar de sus dos nietos mientras su hija trabaja en Granollers y el yerno, en Barcelona. “A veces subo y bajo el mismo día, otras me quedo a dormir un par o tres de de días”. Lo hace encantada -”me dan la vida”- y admite que su caso no es paradigmático del enfado que pueda imperar. “Yo voy sin prisa y no miro demasiado el reloj. Tampoco te lo puedes tomar de otra manera, porque si no te puede dar algo. Sabes cuándo entras, no cuándo sales”. Vive en Sants, así que ha llegado a Fabra i Puig en metro. Admite que si tuviera un bus directo a La Garriga lo cogería. “Pero el que hay para en un montón de polígonos y no llegas nunca”. Ella se subía en Sants al tren, un poco de lectura, un poco de mirar por la ventana. Y a disfrutar de los chavales, de 6 y 9 años.
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Las caras de resignación ganan a las de cabreo. No en vano la línea R3 es la que más incidencias registra a consecuencia de su configuración única en toda la red: vía única de principio a fin, lo que significa que cualquier problema en el recorrido te anula todo el servicio. Adrià sube a Vic para una visita de trabajo. El coche se lo lleva cada día su mujer, así que él se apaña siempre con el tren. “Ya tengo la costumbre de calcular dos cosas: primero, el tiempo estimado de viaje, y luego el tiempo real. Si en teoría llegaría en una hora y media, le añado 45 minutos y sé que más o menos siempre iré bien”. Adrià o cómo hacer de la necesidad virtud.