Por Miguel Espeche, La Nación / GDA
En la peluquería, en la tribuna, en Instagram o mirando la red carpet en la entrega de los Oscar, la cosa es criticar. La crítica, el poder hablar de los otros en términos negativos y apuntando a reales o supuestas falencias, debilidades o desatinos, es algo que parece tan natural y, sobre todo, permanente, que ya ni nos damos cuenta de su existencia.
Algunos análisis sesudos hablarán de control social a través de esa tendencia a enjuiciar a los otros, y esto es así porque no hay dudas de que el temor a la crítica cohesiona pero, sobre todo, comprime a la gente. Si hacemos foco en el deporte hipercrítico en el campo de la política, por ejemplo, vemos que allí la cuestión pasa por una especie de guerra de suma cero, lo que también es una forma de control social ya que la inteligencia queda de lado y la sociedad en su conjunto queda paralizada…pero a los gritos.
Más allá de lo anterior, debemos reconocer ese guilty pleasure (placer culposo) de andar criticando por ahí, que es patrimonio de casi todos. Aquel que no haya habitado el terreno del placer criticón que arroje la primera piedra.
Llueven los estudios que dicen que vivir generando ambientes más amables da mejores resultados en todos los campos. Psicólogos y educadores predican la conveniencia de señalar logros y virtudes tanto propios como ajenos, porque desde allí las cosas se desarrollan mucho mejor que cuando se critica poniendo siempre el dedo en las llagas, en los errores y en las debilidades del otro… o las de uno mismo. La crítica constante en clave de “te lo digo por tu bien” no va, lo dice la ciencia.
Como decíamos, muchas veces uno mismo cae en la volteada del hipercriticismo autoinfligido. Ahí es que vemos autoestimas por el piso, gente que preferiría ser otra persona y no quien es y temores de magnitud tal que toda creatividad y espontaneidad quedan relegadas por el temor a una sentencia negativa.

Foto: Freepik
Criticar tiene que ver con competir, y competir, con ser mejores que otros. Esto no estaría mal si no fuera por el lugar que en esta ecuación le corresponde a los “perdedores”. No en vano la palabra perdedor es usada como insulto, un mote que, así pronunciado, demuestra que perder y ser humillado son sinónimos.
Cuando criticamos somos ganadores o, mejor aún, no somos perdedores. El poder de criticar el vestido de la actriz que transita la alfombra roja mientras los flashes la encandilan es el de, por un ratito, ser el poderoso que puede sentir su superioridad. El placer que se siente es de descarga de la tensión acumulada en una vida en la que la amenaza de ser criticado es pan cotidiano y duele.
Perdedores y ganadores
Lo mismo ocurre cuando en el aula, en la oficina o en el barrio, alguien logra imponerse marcando éticas y estéticas adecuadas y queda a salvo de la impiadosa expulsión del Olimpo que significaría ser un loser. La palabra influencer es claro ejemplo para ilustrar la cuestión: señala el perímetro de lo deseable y adecuado, y los que están fuera de ese perímetro son merecedores de crítica por no reunir las condiciones ideales estipuladas.
Los ambientes hipercríticos generan siempre mucho dolor, pero el aspecto más cruel se da cuando el cuerpo está presente. Bien lo saben tantísimos que se miran en el espejo para criticarse o, por el contrario, cuando se miran también en el espejo, pero se alivian: han alcanzado esa “perfección” que nada tiene que ver con lo saludable o luminoso, sino que se trata de un blindaje estético. En esos casos, la belleza ideal es la armadura que defiende de ese fantasma criticón y cruel que patrulla buscando a quién clavarle sus colmillos.

Foto: Alina Schrwarcz / Netflix
Seguramente aquel dado a la crítica sabrá criticar lo que vamos exponiendo hasta aquí. Adelantándonos a esa manifestación diremos que no, no estamos sacándole tarjeta roja a la crítica como elemento de la vida de relación ya que no tenemos obligación de pensar bien de todo, especialmente de las cosas que están mal.
Podemos criticar, por cierto, o señalar desacuerdos, lo que es positivo si sabemos también señalar virtudes o valores. El criticón serial corrosivo se reconoce no tanto por lo que critica, sino por haber erradicado de su plan de vida la capacidad de elogiar, señalar valores o reconocer aspectos positivos en algo.
¿Servirá analizar el porqué de nuestro hipercriticismo? No lo sabemos, ya que quizá sea también una manera de criticarnos por ser criticones. Tal vez valga probar decir algo bueno de cada cosa. Entrenar un poco la mirada para ver la nobleza, el coraje, el entusiasmo o la búsqueda de amor tanto propia como ajena, como manera de salir del reflejo criticón.
Guardar la bala de plata de la crítica para las cosas serias, y dedicarse a aceptar lo que está fuera del perímetro de lo ideal (según nosotros) y vivir más tranquilos, dejando vivir.