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lunes, junio 30, 2025

Crónica del show de Lali en el Antel Arena: una noche consagratoria con la entrega y la libertad como banderas

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Lali en el Antel Arena, el 28 de junio de 2025.

Foto: Estefanía Leal / El País

En el último tramo del show en Uruguay, después de hacer «Soy«, una canción que se volvió himno de identidad y abrazo colectivo, Lali dirá que a veces no basta con subir una fotito a redes. Que hay momentos que piden tomar acción, comprometerse, hacer cosas: «Militar, militar la libertad, la libertad de ser. Esta palabra nos pertenece, nos pertenece a todos. No permitamos que nadie nos la saque». Su discurso no está hecho de aire, del brillo fucsia del abrigo de flecos que envuelve su cuerpo minúsculo. Su discurso se apoya en su obra —no al revés—, una obra que está siempre reinventándose, que parece haber pasado los últimos 20 años perfeccionándose para ser lo que hoy es: una herramienta de fuerza creativa, identidad y activismo al servicio de —quizás— la cantante más poderosa de Argentina.

Este sábado, con entradas agotadas, Lali volvió al Antel Arena para una noche consagratoria que alumbró una idea: le llevó toda una vida unir las partes, entender el juego, escribir sus reglas. Finalmente, tras cuatro discos de búsqueda y uno de transición, Lali pareció encontrar el camino.

No vayas a atender cuando el demonio llama sintetiza la picardía infantil de sus años con Cris Morena, el pop de discoteca de sus primeros álbumes A bailar y Soy, la carga erótica de Brava y Libra, la originalidad de Lali, la herencia argentina y el rock de los maestros, pero también la vida: las batallas ganadas y perdidas, los amores, las heridas, el coraje y hasta la tormenta cuando un presidente decide señalar a una estrella pop como enemiga. El resultado es un disco sólido, sí, pero sobre todo, un recital como un manifiesto, donde nada importa tanto como la libertad. «Nunca fui lo que querían de mí y no me importa«, ruge Lali en uno de sus últimos hits. «Siempre están los que estuvieron ahí, el resto sobra».

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Lali vino a presentar su nuevo disco, «No vayas a atender cuando el demonio llama».

Foto: Estefanía Leal / El País

El sábado, la cantante ofreció más de dos horas de entrega —»lo he dado todo», le dijo al público al final, «y creo que ustedes también»— en un show de altísima factura técnica, que superó con holgura el despliegue de su presentación anterior, hace dos inviernos en el Antel Arena. Afuera del recinto, un viento rabioso pegaba en la espalda como si quisiera atravesarla. Adentro, todo quería arder.

A través de 31 canciones pop con surcos rockeros, Lali presentó un disco que nació para ser éxito y cuyo poderío es evidente en el vivo. No solo por cómo contagian las canciones, por cómo invitan al pogo y al frenesí colectivo, sino por el lugar que ya ocupan en el concierto que se abre con dos estrenos, «Lokura» y «Sexy«, y se cierra con una seguidilla de la última cosecha: «Plástico«, «Fanático«, «Pendeja» y «No me importa«.

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El público agotó las entradas del recital con semanas de antelación.

Foto: Estefanía Leal / El País

Dividido en seis bloques —cada uno con cambio de vestuario propio— más el bis, el espectáculo se respalda en una vistosa planta de luces que define la estética de una elegancia clásica, a veces de recital, a veces de rave. Se apoya en una banda compacta y se eleva en un cuerpo de baile extraordinario, comandado por la coreógrafa y también bailarina Denise de la Roche. Lali sigue cada coreografía con precisión de bailarina de élite: nunca se le exige menos que a sus compañeros, nunca afloja los músculos, casi no respira. Su cuerpo, entrenado para este rigor, es un elemento maleable que cubre todos los espacios, articula el canto con la danza, protagoniza solos endemoniados, seduce y entretiene todo a la vez. Tiene un magnetismo a prueba de detractores, pero no es esa su principal arma: es todo lo que construye alrededor, con la conciencia de que en este juego no alcanza solo con el carisma, con el talento, con la voz.

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Lali interpretó 31 temas acompañada de un asombroso cuerpo de baile.

Foto: Estefanía Leal / El País

Cuando Lali dice que lo ha dado todo está diciendo, de alguna forma, que así se hacen las cosas. Con entrega, con compromiso, buscando la mejor versión, la más honesta, la más libre. Eso es lo que encuentra en ella su público: cuando suena «Soy» y un montón de manos empiezan a levantar banderas, pañuelos, abanicos con los colores LGBT y se hace evidente el orgullo de cada uno por ser quien se es, se entiende con claridad el lugar que ocupa hoy. El de una artista que no se calla, que no tiene por qué callarse, y que elige —desde su rincón, en su territorio— construir espacios para recordarnos, al final del día, qué es lo que de verdad importa.

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El show, dividido en seis bloques, fue un gran despliegue técnico.

Foto: Estefanía Leal / El País

Redacción

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