¿Te acordas de cuando tenías ganas? No hablo de ganas de ordenar ni de cambiar el shampoo. Hablo de esas otras ganas, las que aparecían sin que las llamaras, las que te hacían sentir viva, deseante, conectada con tu cuerpo. Y si ahora estás leyendo esto con un bostezo a medio camino y pensando “¿qué ganas?”, te entiendo. Te juro que te entiendo. Porque cuando el cuerpo empieza a bajar el volumen sin avisar, todo cambia. La energía se esfuma, el deseo se apaga y una se queda mirando el techopreguntándose en qué momento dejó de sentirse ella misma.
No es falta de interés. Es un cuerpo que está pidiendo auxilio. Te presento a Laura. Tiene 52 años y, hasta hace poco, juraba que la menopausia no era un tema suyo. Ni calores, ni desajustes, ni cambios notorios, hasta que un día se apagó. Literal. A las ocho de la noche no le daba más el cuerpo ni para hablar.
Lo que antes era una agenda llena de planes, hoy era una lucha por llegar al final del día con lo justo. Y el deseo sexual desaparecido. “Si me das la cama, la elijo para dormir”, me contó. Y lo dijo sin culpa, pero con un dejo de tristeza que me quedó rebotando.
Lo que le pasaba a Laura no es raro. Muchas mujeres después de los 40 sentimos que el cuerpo ya no responde como antes. Esa sensación de andar con la batería en rojo, de necesitar elegir con pinzas qué hacemos y con quién porque no sobra ni energía ni ganas. Y lo más frustrante es que el deseo muchas veces está en la cabeza pero el cuerpo no responde. Esa desconexión entre mente y cuerpo duele más de lo que queremos admitir.
Combo no deseado
Después de los 40, el cuerpo entra en una nueva etapa. Las hormonas cambian, el sueño se vuelve más liviano o fragmentado, las emociones se desordenan y el sistema entero parece operar en modo ahorro. Lo que antes hacías sin pensar -trabajar, entrenar, sostener vínculos, incluso disfrutar- ahora te deja exhausta. Y no es que estés haciendo algo mal. Es que tu cuerpo está funcionando distinto.
Las glándulas suprarrenales, responsables de gestionar el cortisol, están colapsadas. El sueño no repara. Y la testosterona, que también influye en el deseo, puede estar tan baja que ni se detecta. Literalmente. No estás rota. Estás desregulada. Y eso se puede trabajar.
No, no es normal sentirse así. Pero es frecuente. Cuántas veces habrás escuchado eso de “es normal, son los años”, o “ya fue, no necesito sexo”, o incluso “capaz si me esforzara más”. No, no es así. No sos menos mujer por sentirte agotada. No es desinterés, no es falta de amor propio ni de voluntad. Es un desequilibrio hormonal real, que afecta tu energía, tu ánimo y también tu sexualidad. Pero como nadie nos avisa, muchas veces lo normalizamos. Nos decimos “y bueno, será así”, mientras seguimos acumulando responsabilidades y dejando el placer para después. Para más adelante. Para nunca.

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Enemigos
¿Y si te dijera que el azúcar y el café no son tus aliados? Cuando una está agotada, hace lo que puede. Y lo que puede muchas veces es vivir a café, picar algo dulce a media tarde, forzarse a rendir aunque el cuerpo pida tregua. Pero ese combo (cafeína, azúcar, estrés) no solo no ayuda: empeora todo.
La energía falsa que te da el azúcar se paga cara. Y la fatiga, en lugar de aliviarse, se multiplica. ¿Resultado? Cansancio acumulado, peor descanso, más irritabilidad, más desconexión con el cuerpo y, claro, menos deseo. Y así seguimos en un loop donde la libido no tiene ni medio chance de volver. La libido no se pierde. A veces solo se esconde atrás del cansancio.
Enmendar
Volver a vos también incluye volver al placer. La historia de Laura me conmovió. Porque su “me apago a las ocho” fue un espejo incómodo. Porque su frase “mi cabeza quiere pero mi cuerpo no responde” podría haber salido de mi boca, o de la tuya. Y porque me recordó algo que a veces se nos olvida: que el deseo también se entrena.
Que el disfrute no es solo en la cama. Que recuperar la libido empieza muchas veces por recuperar esos pequeños momentos que son solo para vos: una caminata al sol, un café sin apuro, un rato sin que nadie te pida nada. La energía es la base. Y sin energía, no hay deseo que aguante.