En la ciudad, la tierra es lo ignorado; los amaneceres y atardeceres lo no percibido; el cielo, solo recordado en caso de mal tiempo. Pero frente a la urbe, el wichí nos recuerda la vida entre los árboles. Los ríos. Los animales. El secreto en el sol. La estrella. El viento en su canto. Entre soledades y desamparos, la sabiduría originaria habita el monte. Es monte.

Una joya de sensibilidad telúrica resuena en Un texto camino, El puente espejo, Ritualizar el tartamudeo, un decir y un escuchar compartido entre el wichí Caístulo y Zelko, publicado por Eterna Cadencia, dentro de su serie Pluriversos, uno de cuyos anhelos es «reanimar e innovar los conceptos para crear pluriversos: mundo donde nacen mundos”.
Zelko es Dani Zelko, poeta, editor, músico. En su obra genera publicaciones basadas en prácticas de escucha y experimentos con el lenguaje, como el que ensaya con Caístulo. Y sus “espejos” comparten un mismo reflejo, mientras uno habla y el otro escribe: «el espejo tuyo iba captando por escrito lo que mi espejo iba cantando», mientras el wichí asegura: «no tenemos que mirar el papel donde estamos escribiendo, estamos escribiendo en aire”.
Caístulo, Juan de Dios López, Juayuk, es cacique de la comunidad Territorios Originarios Wichí en el Gran Chaco, con su vida verde y ancestral, exuberante de formas y sonidos, con un monte como hogar, campos de monocultivo, iglesias, cerca de la triple frontera entre Argentina, Bolivia y Paraguay.
El don del leer
Al principiar la pandemia por covid-19, con casi 80 años, en el canto del cacique wichí vibraron los mensajes de «las madres» vivas entre los árboles, o en una fuerza reacia al límite y la palabra. Caístulo, este año, fundó en su comunidad una pequeña escuela. Aquí, el don del leer y el escribir le es enseñado a mujeres adultas.
En “Un texto camino”, primera parte del libro, emerge la espontaneidad y nitidez de un pensar ancestral. Entre humanos y animales existe una “llave”, “un canto, un mensaje”. La comunicación no es solo entre humanos, sino con los hermanos animales mediados por las “madres”: “yo me comunico con los animales /a través de una madre/ a través de las madres hablan los animales/ la madre/ lo que ustedes llaman el árbol/es mi antena…”.
La madre es madera, raíz, oscilar de las ramas. La lengua no solo habla por labios humanos sino por las “madres”, los árboles, música de una materia viva; y el llamado mundo físico habla por los vientos: “Y los vientos se unen / y se vuelven palabras y voces”. Así, el wichí recibe un “texto camino” para proteger el pensamiento, indisociable de las “madres”; su decir es fuente del sentido, no el humano que solo habla de sí mismo: “muchos escuchan a los humanos/y pocos escuchan a las madres/es más difícil de escuchar/ porque las madres/ no se quejan/no es la voz persona/ no presenta impotencia/ presenta sabiduría …”.

Por ese saber sensible se experimenta la gran comunidad entre árboles y tierra, nubes y agua y aves. Llega una tormenta y un ave anuncia “ustedes ya no son expertos”. No saben lo que creen saber; no saben quiénes son ustedes mismos; o las semillas, los animales, los árboles. Por eso, el humano no debe ser solo humano sino devenir otro animal, o un insecto, cuanto más pequeño mejor, para sacar todo lo que no sirve de las personas, para ya no solo tener y desear, sino ser un elemento de fuego o agua para hacer nacer “un cuerpo de otro tiempo/ un poquito más despierto …un elemento más en la tierra”.
En la segunda parte “El puente espejo”, la conciencia se desplaza a los mensajes recibidos y traducidos, “como en un espejo”, para entender y reflejar lo que somos, una inveterada conexión dentro de la trama del mundo, no el odio y la discordia. En los “espejos solares” se irradia “que piedra somos/que colores de piedra somos”. Al final, “nuestra fuerza es el espíritu /y el espíritu es la fuerza de las madres”.
Todo es hongo, al ordeñar la leche de la vaca y transformarla en queso, “el hongo está parado al lado tuyo/ respirando”. Y todo son músicas, sueños, conexiones, en el mundo percibido como gran resonancia espiritual y no depósitos móviles de objetos y personas.
Dentro de los cuatro vientos
Y la palabra «monte» reflejada en el espejo es “un espacio dentro de los cuatro vientos”. Allí resuena el mundo, allí está el cerebro, como un parte del monte que “quiere completarnos”. El blanco ve el espejo y solo se ve a sí mismo, pero lo que muestra el espejo es el único mundo conectado.

En la tercera parte “Ritualizar el tartamudeo”, el decir del wichí tartamudea cuando “hablo en nombres de España”; y el blanco también tendría que tartamudear su idioma para un mejor fluir de los mensajes en el acto de comunicarse. Así, tartamudeando “vamos nadando/hasta encontrarnos en el río/y que el espejo alumbre”.
Alumbramientos hay al escuchar el mundo vivo, en el monte, en el río, en la tierra que da lugar para nacer y morir, y para saber que el humano se cree centro, pero solo es una conexión entre el árbol y los animales despiertos. Y entre todos los vientos que dicen algo.
Un texto camino, El puente espejo, Ritualizar el tartamudeo, un decir y un escuchar, de Caístulo y Zelko (Eterna Cadencia).