En redes, titulares y charlas de sobremesa, muchas veces escuchamos que si comemos menos, nuestro estómago “se achicará” y así será más fácil bajar de peso.
Pero, ¿qué hay de cierto en eso? ¿Realmente se puede reducir el tamaño del estómago sin pasar por el quirófano?
La respuesta corta es: no, el tamaño real del estómago no cambia con dieta ni hábitos saludables. El órgano en sí, según explica Healthline, es muy elástico: se expande cuando comemos y se contrae al vaciarse, pero siempre vuelve a su forma original. Para que su tamaño se modifique de manera permanente, hace falta una cirugía bariátrica.
Entonces, ¿de dónde viene esa sensación de que «comiendo menos se achica el estómago»? En realidad, lo que sí se puede modificar, y de manera bastante efectiva, es la forma en que nuestro cuerpo regula el apetito y la saciedad.
Muchas veces se escucha decir que si comemos menos, el estómago se achica. Sin embargo, esta creencia no es del todo cierta. En realidad, el tamaño del estómago no puede reducirse de forma natural, pero sí puede modificarse la manera en que responde a la saciedad y al hambre.
Esto significa que, con el tiempo y una alimentación consciente, el cuerpo puede adaptarse a sentirse satisfecho con porciones más pequeñas.
Una de las claves de este proceso está en el nervio vago, que transmite señales desde el sistema digestivo hacia el cerebro. Este nervio cumple un rol fundamental al comunicar cuándo se ha comido suficiente. Adoptar hábitos como comer lentamente, masticar bien y prestar atención a las señales internas favorece una mejor conexión entre cuerpo y mente, y ayuda a evitar excesos.

De hecho, diversos estudios respaldan este fenómeno de adaptación. Una investigación sobre la elasticidad gástrica demostró que el tamaño funcional del estómago puede reducirse hasta un 36% tras seguir una dieta hipocalórica de 1.000 calorías diarias durante un mes.
No se trata de una disminución estructural definitiva, sino de una respuesta funcional que permite experimentar saciedad con menores cantidades de comida.
También se ha observado que la pérdida de peso puede influir en la forma en que el estómago se expande para recibir alimento. Este proceso está regulado por neuronas que se encuentran dentro y alrededor del estómago.
Cuando se baja de peso, se reduce la capacidad elástica del estómago y se logra un mejor equilibrio entre dos hormonas clave: la grelina, que estimula el apetito, y la leptina, que promueve la sensación de saciedad.

Aunque estas adaptaciones pueden generar la percepción de que el estómago se achicó, en realidad no implican una reducción física permanente del órgano, sino una modificación de su respuesta funcional y hormonal.
Ahora bien, si lo que se busca es aliviar la sensación de hinchazón o pesadez abdominal, algunos ajustes simples pueden ser eficaces en el corto plazo. Según el portal El Confidencial, hay medidas que pueden hacer una diferencia notable en solo 24 horas:
- Beber agua o té en lugar de bebidas alcohólicas o gaseosas, para favorecer la eliminación de líquidos retenidos.
- Evitar mascar chicle, ya que este hábito provoca la entrada de aire al sistema digestivo y contribuye a la hinchazón.
- Comer con calma, masticando bien y con la boca cerrada, lo que mejora la digestión y reduce la acumulación de aire en el abdomen.
- Consumir alimentos ricos en potasio, como la banana, que ayudan a regular los líquidos corporales.
- Caminar al menos 15 minutos después de cada comida, una práctica que estimula la digestión y moviliza gases acumulados.
- Limitar el consumo de grasas saturadas y azúcares artificiales, que pueden alterar la microbiota intestinal y generar inflamación.

En todo este proceso, la grelina juega un rol central. Esta hormona, conocida como “la hormona del hambre”, suele aumentar cuando se pierde peso, como un mecanismo del cuerpo para conservar energía. Sin embargo, se puede mantener regulada con algunas estrategias:
- Comer cada pocas horas para evitar picos de hambre intensos.
- Priorizar proteínas magras y grasas saludables como las que se encuentran en las nueces, el aguacate o el aceite de oliva.
- Esperar unos minutos antes de responder a un antojo, para diferenciar el hambre real del impulso emocional.
- Mantenerse bien hidratado a lo largo del día.
Ante dificultades persistentes para manejar el apetito o implementar estos cambios, lo recomendable es buscar acompañamiento profesional. Porque la clave no está en comer menos, sino en aprender a comer mejor.