Se habla mucho de que el mundo se ha teñido de ideas de derecha. Este mantra se repite una y otra vez desde las usinas conservadoras. Y es tanta la intensidad con la que se pregona este mensaje que también permea en otros espacios progresistas.
Sin embargo, esta tesis se desmorona con datos reales. Veamos el cuadro CELAG DATA y saquemos conclusiones acorde a la realidad. Es cierto que hay un auge de la derecha y extrema derecha en Europa (y Estados Unidos), pero no es cierto que esto suceda en América Latina.
La región latinoamericana sigue siendo una reserva ideológica a contracorriente.

El 56% de los países tienen gobiernos que comulgan con ideas de izquierda (sin contar a Perú, que ganó con un discurso antineoliberal, pero que a día de hoy es gobernado por Dina Boluarte en connivencia con el fujimorismo; y sin contar tampoco a Bolivia por la deriva de estos últimos años de Luis Arce y su Ejecutivo).
Este porcentaje asciende al 79 y 78% si lo calculamos en términos de población y PIB, respectivamente.
Habría que resaltar que las dos potencias económicas de la región, y las grandes en tamaño poblacional, México y Brasil, están gobernadas por partidos de izquierda (Morena y PT).

En Europa, en cambio, solo el 19% de los países tienen gobiernos de izquierda (España, Eslovenia, Lituania, Malta y Dinamarca), representando al 13% de la población y al 12% del PIB. El resto son gobiernos de derecha o con coaliciones con la derecha adentro.
Inclusive, si desagregamos algo más, nos encontramos que ya existe un 30% de países con la extrema derecha liderando o formando parte del Gobierno (Eslovaquia, Bélgica, Finlandia, Holanda, Suecia, Croacia, Hungría e Italia).
A nivel OCDE, la tendencia es similar a lo que ocurre en la Unión Europea, y muy distinta de América Latina. Solo un tercio de sus gobiernos son de izquierda, representando el 34% en términos de población y 22% en PIB. El resto de países tiene gobiernos con impronta ideológica de derecha (de los cuales, la mitad tiene la ultraderecha adentro).
En definitiva: no siempre se debe trasladar un marco epistémico de una región a otra como si nada. Lo que pasa en Europa (y también en Estados Unidos, y en la mayoría de países de la OCDE) cabalga por un sendero, y lo que acontece en América Latina, por otro. Sería un error garrafal asumir que es lo mismo.
