Dos grandes salas pintadas de verde oscuro, apenas alumbradas por un puñado de luces punzantes, revelan las obras de Josefina Labourt allí reunidas, una joven artista que desde desde hace años indaga en las complejidades de la corporalidad y el lenguaje, por medio de materiales y técnicas como el óleo, la resina, la cartapesta y el collage, exponiendo partes de cuerpos y dejando al descubierto evidencias sutiles y un tanto espeluznantes, como el uso de pelo humano, cascaras de huevo o corteza de árbol para realizar sus piezas.
Cada instancia de La vigilia de los harapos en la sala J del Centro Cultural Recoleta está plagada de extrañeza, misterio e incomodidad que crea una relación tensa entre esas corporalidades recreadas y la presencia de quienes habitan la muestra, un recurso que Labourt entiende a la perfección.
Las imágenes y la oscuridad
Entre la intensidad de las imágenes y la oscuridad, el tiempo se deforma así como las certezas de que el mundo exterior tal como lo se lo conoce, siga allí. En esta instancias no queda otra opción que entregarse a un arte imposible de ignorar.
«El años pasado cuando Javier Villa –curador de la muestra– me convocó, estaba realizando una investigación acerca de la materialidad en la tridimención, estudiando a diferentes artistas argentinos, entre los que se encontraba casualmente Norberto Gómez. Fue entonces que descubrí uno de sus catálogo con obras que resonaban mucho en cuanto al manejo de los materiales y el imaginario del cuerpo. Me generó mucha alegría descubrir estos puntos en común» explica Labourt, que a partir de esos estudios y una visita al taller del artista fallecido en el año 2021, comenzó a trabajar con estructuras concretas de figuras humanas influenciada por el trabajo de Gómez.

Labourt, que asegura que tiene una formación más extensa como pintora que como escultora, entendió el proceso como un desafío y una responsabilidad, permitiéndose ir más allá de los formatos reconcibles en su obra.
En la muestra también se asoma un lado menos reconocible de Gómez como es el dibujo, con una serie de los años 70 que devela un estudio profundo de las formas y el volumen, la materialidad y los detalles la extensa y singular producción de uno de los escultores más importantes de nuestro país.

Gritos y silencios, fragmentos, costillas, piel, rostros que apenas se divisan, columnas vertebrales y el estudio de la anatomía evidencian el recorrido de una artista contemporánea que entendió que frente a la posibilidad de espejar su hacer con el de un antecesor podía ser una oportunidad para indagar en nueva formas y adentrarse en lo más profundo del cuerpo humano.
Piezas vivas
Del otro lado, en la Sala C, se encuentra Un perfume de amor, sangre y nervios, donde Laura Códega despliega un cuerpo de obra realizado desde el año 2010 en un espacio pintado íntegramente de rosa, donde se emana el olor de los materiales que usa. Las piezas están vivas.
Entre videos, objetos, pinturas y grabados, revisita narrativas históricas, dispuesta a desafiar las formas hegemónicas a través de representaciones de escenas bélicas, batallas campales y escenarios del apocalipsis que podrían encontrar su origen en relecturas bíblicas, imaginarios medievales, pinturas rupestres e incluso las imponentes imágenes de los muralistas mexicanos (en especial las de Gabriel Orozco) bajo la visión de Códega, que desafía lo preestablecido de una manera personalísima con un twist, escapando a la obediencia de las técnicas ya que Códega elije hacer grabados sobre cuero, pinturas con banana y esculturas con objetos cotidianos y de desecho.

El resultado no son imágenes cómodas sino que las misma incluyen escenarios galopantes, miradas contundentes, personajes caricaturescos y un tanto grotescos. «Sus obras portan una doble agencia forjada en esa relación especulativa entre los temas y las materialidades, como batallas épicas pintadas con limón y brea, dramas históricos en calabazas o rituales antropofágicos sobre cueros de vaca» explica Carla Barbero, curadora de la muestra.
Es así como se hace presente un mono–obispo amenazado con una docena de espadas, una lucha entre un soldado esqueleto dispuesto a enfrentarse a un ejército de serpientes, casas en llamas, máscaras y rostros infinitos.

Hay más preguntas que respuestas en la primera muestra que Códega desarrolla de manera individual en una institución, redimiendo más de dos decadas de mirar, leer, debatir y desafiar los relatos acartonados y las visiones neutrales en busca de algo más potente.
En este caso el cruce que se genera es con los Artistas del Pueblo por medio de dos de sus representantes, Abraham Vigo (1893–1957) y Adolfo Bellocq (1899 –1972), que en muchos momentos de nuestra historia fueron desplazados u olvidados por no obedecer a las doctrinas de la academia tradicional de principio del siglo XX, eligiendo exponer la vida cotidiana y la realidad de la fuerza trabajadora en su arte por medio de la técnica del grabado para priorizar su sensibilidad social y las visiones políticas cercanas al anarquismo.

Relatos con una estética mordaz y brutal. «Como un puente transhistórico, la producción de Códega conversa con una genealogía de imágenes que han operado históricamente al margen del canon del arte argentino y sin embargo influyen en el imaginario con la fuerza de un rumor» concluye Barbero.
Un perfume de amor, sangre y nervios en la sala C. La vigilia de los harapos en la sala J. Ambas de martes a domingos en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930).