Por Gabriel Alejandro López
Twitter: @cololopez74
El 24 de enero de 1945 nació en la ciudad bonaerense de Arrecifes, “en el campo”, uno que estaba predestinado a recorrer el mundo. Lo hizo en las rutas del fútbol argentino, para Estudiantes de La Plata, viajó en aviones en giras donde lo eligió el director técnico Osvaldo Zubeldía, y hoy sigue vivenciando distintos idiomas y destinos en su trabajo como capitán de barcos, en cruceros.
De muy chico se radicó en Quilmes, sufrió la pérdida de su madre a los tres años en un accidente de tránsito. Tuvo una enfermedad que lo dejó con parálisis de los seis a los diez. Y le quedó cerca una ciudad que parecía llamarlo a cumplir todos sus sueños, La Plata. A los trece años, en 1958, llegó a Estudiantes, en una época en la que la Primera no conseguía pasar la mitad de la tabla y la hinchada albirroja poblaba las tribunas de riguroso traje y algún sombrero que aún sobrevivía. Con su gran estatura ya dio que hablar en la Novena División, como arquero, puesto en el que se perfeccionó hasta ser tenido en cuenta para la Primera en una época dorada, donde lo taparon siempre algunos talentosos, adelantados y con virtudes distintas a las suyas.
Ese ser humano se llama Horacio Espinosa, quien hoy llega a los 78 carnavales, un sembrador del bien, el mejor y acaso único legado que brindan los deportes. «El Bebe» Espinosa fue protagonista de una década del sesenta en la que jugar en Estudiantes pasó a ser prestigio, no solo por los resultados sino por las enseñazas para la vida. Practicó cinco deportes y tuvo una vocación: «atajar», como decía en su momento «siempre para Estudianes».
-¿De dónde nació el apodo siendo tan grandote?
-Cuando a la clase 44 se le va el arquero, de apellido Sanguinetti, dicen de poner al de la división inferior que era yo. Ibamos a Vélez y dijeron ‘lo ponemos al Bebe, porque yo era el más chico, ahí quedó. Jugué en la denominada “Sexta de Oro”, un equipo que fue campeón invicto en 1962 y se floreó en todas las divisiones. Formaba así: Espinosa; Molina y Malbernat; Romero, Menacho, Pachamé; Osate, Mercerat, Bedogni, Flores y Verón. Mi primer partido en Primera fue en 1 y 57, con 16 años Saúl Ongaro me puso ante Gremio de Porto Alegre, y mucho antes de conocer a Miguel Ignomiriello, quien fue mi gran maestro. Cuando se enteró que venía todos los días desde Quilmes, me dijo ‘usted no viaja más’ y me consiguió la pensión, en la calle 5”.
En su cumpleaños, al “Bebe” Espinosa le llegan como regalos las palabras de Carlos Pachamé, (jugador del multicampeón dirigido por Zubeldía) lleva “gratísimos recuerdos de nuestra juventud, lo quiero mucho y estoy deseando cuándo podrá ser posible un encuentro para darle un abrazo. Fue un gran compañero y jugador, desde los inicios de la campaña con Miguel Ignomiriello, compartimos las difíciles y los momentos de mucha alegría. Sé que está en un barco como capitán. Un gran motivador el amigo Bebe”.
Hugo Mateos (capitán de la emblemática «Tercera que Mata» en 1965 y suplente de Bilardo en 1967) lo definió “un compañerazo de esos que se necesitan siempre. Cuando salimos campeones en la Tercera el Bebe atajó en las últimas fechas, y el día del título se colgó del travesaño y no se quería bajar más. Después se metió como tercer arquero en Primera. Quería muchísimo al club, era un hincha más y hacía hasta de masajista”.
Gabriel Flores (del grupo multicampeón, también arquero) brindó su testimonio desde el alma: «El Bebe Espinosa es uno más de los campeones del mundo. En una gira fabulosa por Europa hizo de utilero. ¡Arquero y compañero ejemplar, inolvidable!”. Y en el corazón de la vieja hinchada hay uno que lo vio transitar el club, don Julio Campante, quien afirma: «Era de jugarse por los compañeros».
Fuerte, cual hierro que parece imposible de torcer en sus convicciones, Espinosa causó gran asombro y el archivo nos da la pauta de cómo vivía.
El periodista Osvaldo Papaleo nos remontó a su niñez en un repotaje publicado en enero de 1966. “No se limita a custodiar los tres palos de la tercera campeona sino que se extienden a la enseñanza de la gimnasia para asmáticos o la reeducación de algunos niños espásticos. Por ello fue nombrado hace más de dos años hijo adoptivo de todas las madres albirrojas».
Sin embargo, Papaleo elige remontarnos a la niñez de ese deportista, «a sus años difíciles de niño paralítico cuando el panorama no se presentaba tan rosado y era necesario el esfuerzo que el mismo Espinosa se encarga de transmitir. “Es verdad, solamente con amor propio y ganas de llegar superé esta parálisis total que me afectó desde los seis años a los diez. Mis primeros pasos fueron en la silla de ruedas y los consejos del profesor Alfredo Simonson, el que fuera preparador físico de Racing en 1950, me sacaron a flote. Me dolía ver a los demás jugar y correr, entonces me decidí y vea ahora, ¡arquero del campeón! A los 13 años jugué en la primera de básquet de Quilmes. Por eso siempre me va a ver entre los disminuidos, tratando de que salgan del paso, mi triunfo es de ellos para que sepan lo que puede la voluntad”.
Su mente resalta detalles y siempre se muestra sonriente. “Nunca usé computadora, lo tengo todo en la memoria. Soy astemio. Nunca fumé, nunca tomé bebidas alcohólicas, solo bebo agua”. Se le pregunta por figuras con las que compartió el sueño de vestir el buzo con la número Uno del plantel superior, ese que le perteneció cinco años a quien llegó del campeón de Primera D, Sacachispas. “Alberto Poletti vino de grande —junto a Manera—, ellos no hicieron todas las inferiores con nosotros. Poletti atajó el primer año de la Tercera que Mata y después lo subió Zubeldía». A buen entendedor, la frase “vino de grande” define bien que el 1 del campeón mundial no arrancó desde la etapa infantil.
Y en el ping pong, aparecen otros guardavallas. «Juan Oleiynicky, El Ruso, vivía en Berisso”.
“Gabriel Flores, con el que hoy nos decimos hermanos de la vida. En aquel momento Echecopar era un hermano».
-¿Más arqueros de la época que recuerde?
–Jorge Garbarini, que después llegará a ser de la Comisión Directiva. En la Tercera histórica estaban Armando Lozano y Santiago Duarte. El paraguayo Duarte integró una selección de su país y recuerdo que se fue de Estudiantes porque extrañaba. Llegó Antonio Camargo, un cordobés que estaba con contrato profesional. Tambén de Córdoba había un chico Bozzoletti. Y El Gordo Manuel Castilla, que fue suplente mío.
Otros custodios de la valla albirroja, en los albores de los años sesenta, tuvieron particulares historias: “Ricardo Valenzuela, que dejó el fútbol para estudiar medicina. Había un ucraniano que atajó en Primera, Vladimiro Tarknawski. ¿Sabes qué pasa…? ¡Estudiantes tuvo una fábrica de arqueros! Después podes hablar de Pezzano, Baley, Leone…”.
Y eso que el «Bebe» no nombró a Errea, un adelantado para el puesto.
-Indudablemente, una década en Estudiantes que no solo te ha marcado a vos Horacio, son varias las revoluciones futbolísticas producto de un trabajo en todos los niveles.
-Representé a Estudiantes en seis deportes. En ajedrez llegué a ser primer tablero. Preparé un equipo de básquet infantil que le ganó una final a Gimnasia en 1964. Mientras hacía la colimba, fui campeón en atletismo. Ignomiriello me hizo correr en la maratón del diario Gaceta porque sabía que estaba recontra preparado; por las calles de La Plata, me tocó correr junto a un monstruo de la época, Osvaldo Suárez, que fue tapa de El Gráfico. Ignomiriello me decía ‘vamos, Bebe, a impresionar, préndase en el pelotón. Me le puse atrás a Suárez y lo tuve siempre cerca hasta que en los 200 metros hizo un sprint. Trabajé de seguridad en los bailes de Estudiantes; de guardavidas en las vacaciones de verano. Con la natación también me fui puliendo en el club, porque después fui guardavidas de río y mar en Mar del Plata.
-Su físico era como el de un súper dotado
– Yo era la liebre del profesor Jorge Kistenmacher. ¿Sabés que significa ser la liebre en el grupo? El que lo lleva adelante, en mi caso era insólito porque iba al frente siendo un arquero de 95 kilos, y los llevaba a la rastra a veinticinco jugadores. Héctor Zapa me gritaba, ‘eh, Bebe, me querés matar’. Si veníamos de un partido duro, el profe Kistenmacher me decía en el Bosque: hoy tire 60%, sino al 100%. Héctor Zapa (recordado crack) decía ‘hasta acá llegamos’, se empacaba como un chico y paraba todo el plantel. El profesor Kistenmacher lo convencía: ‘Héctor, usted sabe que yo fui atleta olímpico?’ Sí, en la familia tenemos fotos suyas. Bueno, entonces usted va a completar las diez vueltas conmigo y así va a tener el recuerdo de que estuvo entrenado con un atleta olímpico’.
“Espinosa era un flaco alto y fuerte, que colaboraba en todo” cuenta Ruben Koroch, secretario del Fútbol Profesional.
Osvaldo Zubeldía sabía de su influencia positiva en todos los compañeros. Aunque no llegara a estar sentado en la cancha como probable sustituto de Poletti, “Osvaldo me quería siempre en el grupo”. Y de aquellos muchachos que hacían jugadas maravillosas, Juan Ramón Verón en alguna de sus salidas graciosas le puso un sobrenombre del que Bebe no se olvida. «¡La Bruja me bautizó como El Pez Volador!».
En 1966 Estudiantes fue campeón en la Reserva. Los once base: Espinosa; Spadaro y Aguirre Suárez; Manera, Pachamé y Avelino; Lombardi, Escos, Bedogni, Mercerat y Cavoli. Guardavalla suplente: Lozano.
Un torneo muy disputado con Boca, el escolta. En la primera rueda, lo venció 2 a 1 en La Plata, y en la ronda de las revanchas venció en La Bombonera, de noche, por 2 a 0, atajando el “Bebe” un penal al “Muñeco” Madurga a los 8 minutos del segundo tiempo.
Ese año Zubeldía lo empezó a llevar al banco de relevos de la Primera. En la retina hay un clásico en el Bosque con terreno fangoso, un triunfo en el preliminar 2 a 0 (ver síntesis del diario El Día), y el “Bebe” luego de cuidar el cero los noventa minutos, se sentó en el banco (solo se permitía un cambio y era el arquero). Durante tres fechas el titular fue Oleynicky mientras Poletti se recuperaba de un luxación del hombro derecho.
Al siguiente torneo, Metropolitano de 1967, Espinosa siguió siendo protagonista a su manera, en el equipo superior que marchó con fuerza y espíritu de lucha hacia la consagración. La noche previa a la final del domingo 6 de agosto contra Racing, en el viejo estadio Gasómetro, se dio una charla del cuerpo técnico en el hotel Nogaró de Capital. El doctor Roberto Marelli afirmaba que la arenga previa iba a ser muy importante y definieron en una elección democrática quién daría las palabras a los once. Fueron poniendo un papelito cada uno adentro de un sombrero, y el candidato ganador fue Espinosa. No solo tenía la impronta ganadora para hacerlo, sino que hacía un tiempo Ignomiriello lo había inscripto en un curso de oratoria que se dictó en el Colegio de Abogados.
«Marelli me señaló un párrafo del libro de José Ingenieros, Las Fuerzas Morales. Cuando terminé seguí yo con la arenga y todavía me parece escuchar al referí Guillermo Nimo golpeando la puerta del vestuario ‘¡vamos, a la cancha, Estudiantes!», rebosa de pasión la voz de quien vio el partido otra vez junto a Zubeldía, pero esta vez de impecable traje, la tarde que un club chico de la Argentina iba a ganar un torneo oficial de la era profesional. Con trabajo y humildad se demostró que no había magia, ni milagros. Fue una actuación descomunal, con la goleada 3 a 0 al equipo de José Pizzuti, que ese año ganará la Copa Libertadores y la Intercontinental. El «Bebe» se metió de inmediato al terreno para dar la vuelta olímpica con su compañero Juan Echecopar.
-Echecopar fue un amigo entrañable
-Juancito viene con 16 años a la Sexta división. Estudiantes parecía que no lo iba a retener y que Juan regresaría a su club primitivo, Tráfico Old Boys. Pero el club les propone ir a Pergamino y jugar un amistoso con la Primera y que la recaudación que quede para el local y así pagar lo que restaba del pase. Me llevan a mí, que era de Quinta, voy con el titular Oleynicky, y las figuras Madero, Cheves, y dos pibes que recién subían, Pachamé y Malbernat. La anécdota es la de Madero, que me explicó en el hotel ‘Bebe, hay que recaudar esta noche. Acompañame a la radio que vas a hablar vos. Tomamos un taxi y al entrar a la radio preguntó por el gerente, con esa calidad que tenía Madero. ‘Escuche, señor, tenemos que llenar la cancha hoy para pagar el pase del joven Juan Echecopar. ¿Me lo deja hablar a este muchacho…? Me dan el micrófono y la hice de goma (risas), porque siempre hacía los discursos. ¿Cómo puede ser que Pergamino pueda ignorar a un hijo pródigo, a un hijo nacido en sus entrañas? ¡Todos a la cancha esta noche! Juancito Echecopar tiene que jugar en La Plata. El estadio se llenó, y lo llevamos de vuelta en el micro.
Otra vivencia con Echecopar, revestida de cierto misterio por lo que se lee en aquella «pluma» de Papaleo (seguidor acérrimo en la actualidad del Pincha): «Echecopar debía integrar la tercera frente a Gimnasia y sentía un agudo dolor en la rodilla. La tarde anterior al match el delantero reposaba en su pieza cuando llegó Espinosa que exhibía una larga barba como consecuencia de haber pasado una semana en el convento los monjes trapenses ubicado en Tandil (“Hago retiros espirituales porque me vuelvo a encontrar a mí mismo”). Sin realizar mayores anuncios el guardameta comenzó a realizar algunos pases de rara magia, posiblemente ayudado por su aspecto y al rato Echecopar volvía a sentir fuerte la rodilla afectada. Este hecho le valió la fama de brujo que él mismo se encarga de disipar: “Me tuve fe y nada más. Le faltaba creer que no tenía nada y yo le infundí seguridad. Los que dicen que me gusta el espiritismo son locos. Tengo ascendencia sobre algunos y nada más”. Pasado el tiempo, le preguntamos qué fue lo que le hizo a su compañero y aseguró: «Le había pasado un fluido Spineda, un antiinflamatorio, de esos que se usaban con los caballos de carrera».
Espinosa tiene recuerdos de los uniformes de Ignomiriello, con quien teníamos que estar impecables: traje, corbata, zapatos lustrados y cabello prolijo». Todo arrancaba en la pensión de la calle 5 entre 58 y 59, donde Bebe compartía una misma habitación con dos integrantes del campeón de la Libertadores de América, el pergaminense Echecopar y el correntino Rodolfo Fucceneco.
Otra de su etapa en el servicio militar obligatorio, en el Batallón 601 de City Bell. “El oficial mayor era socio de Estudiantes, nos metía en la oficina donde tienen los elementos de entrenamiento, cerraban la puerta y me pateaban con los borceguíes puestos, jajaja. ¡Están autorizados, vayan a entrenar a la ciudad! Y Néstor Demarta, compañero de Estudiantes, se iba conmigo”.
El apellido Demarta es otra caricia al alma del Bebe. Néstor Demarta tenía un hermano menor, Carlos, quien era sordo de nacimiento.
«Un día vamos a ver un partido de barrio en Villa Elvira y había un 5 que la rompía. De pronto viene una mujer, la mamá de los Demarta. “Mi hijo me habla todo el día, lo invito a comer tallarines. Terminé por llevarlo a probarse y quedó Carlos también”.
En 1967 fue parte de la delegación que salió a jugar por Europa. “Zubeldia me llevaba a todos lados, era como si fuera el guardaespaldas de él. En Portugal, en las playas de Carcavello, en una conferencia con periodistas europeos, lo vi manejando la situación como si jugara al ajedrez con ellos. Por algo lo llamaban el Zorro, astuto, muy inteligente. Como anduve en la natación y hacía saltos ornamentales, Zubeldía me permitió subir a la plataforma de la pileta de natación del hotel. Los demás estaban todos agotados porque jugábamos tres veces por semana, el único despierto era yo. Me conocía de memoria la plataforma de la pileta de Estudiantes, pero subía y notaba que no llegaba nunca arriba, cuando lo hice, la vi chiquitita y pensé… acá le erro a la pileta. Demoré, pero hice una mortal y medio. ‘¿Que le pasó Bebe que tardó tanto?’ me preguntó Zubeldía. Sabe que pasa… Estaba programando la estrategia del salto (risas).
La cereza del postre para su carrera deportiva fue el título de América y el del mundo conquistado en Inglaterra. Si bien no estuvo en la lista de buena fe, su imagen quedó inmortalizada en el recibimiento popular al llegar a La Plata y recorrer con la Copa Intercontinental el césped del estadio “Jorge Luis Hirschi”. Aparece en primera fila con Zubeldía, Mangano y Malbernat, el gran capitán.
Un sueño de verano se llamó Boca Juniors. Entrenó unos meses cuando Antonio “Tarzán” Roma hacía la rehabilitación de una operación. “A través del presidente de Boca, Alberto Armando, que tenía excelentes relaciones con Estudiantes. Yo tenía siempre grandes actuaciones contra Boca, le atajé en reserva un penal a Rojitas. Fue todo de palabra, entrenaba y jugaba amistosos hasta que se defina lo de Roma. Viví en La Candela (la Ciudad Deportiva, inaugurada en esos años en San Justo) y jugué amistosos.
-¿Recuerda algún partido en Boca?
-Con Colón, los noventa minutos en el Cementerio de los Elefantes, donde habían perdido Santos y Peñarol. Ganamos 1 a 0, gol del Tanque Rojas y saqué diez pelotas de gol.
Le pido permiso altécnico Alcides Silveira, le pido permiso que en vez de vover a Buenos Aires para irme en micro a Rosario, a saludar a Ignomiriello, Mateos, Bedogni y a Caito Romera… Fue la última vez que lo vi a Ignomiriello, la última vez que lo vi», dice conteniendo eso que no va a ser llanto pero es gozo. «El presidente Armando estaba admirado que con tanta contextura tuviera tanta elasticidad. Me contó Mangano que lo llamó Armando para decirle ‘¡este arquero es de los nuestros…!’
-¿Por qué?
-Como el pase no se hizo, la anécdota es que Armando me quiso regalar un Ford Falcon cero kilómetro, el auto del momento. Le dije que no, que del auto nunca se habló y que yo estaba ahí por un tema de palabra entre caballeros… ¡El tipo abrió los ojos! He sido feliz de haber estado en Boca, y ahora vuelvo a Estudiantes. Me despidieron con un asado y tomó la palabra Rattín.
Pasado el tiempo, confiesa que «yo era un bicho suburbabano, vivía en las nubes de Ubeda… Sabía de todos los bondis, andaba en los subtes», dice con nostalgia, en uno de esos altos que hace en el mar, a bordo de un crucero.
Jugó de titular en Primera B, para All Boys, en 1969, al mismo tiempo que actuaba en una telenovela de Rafael Heredia, “Gitano”. Y en un reportaje se defendía de las críticas por esa actividad paralela al fútbol. “Una cosa con la otra no está reñida, los horarios en que estudio no interrumpen mis entrenamientos”.
Encontró su próximo lugar en el mundo en Mar del Plata. El bañero que llegó a hacer 36 rescates en un día durante los carnavales de 1975. En el puesto de guardavidas nunca faltaba un hincha de Estudiantes, y hasta César Menotti se acercó a tomar unos mates.
El tipeo en la máquina de escribir me lleva a pensar en otro hincha albirrojo, de los que hoy asisten al estadio Nuevo UNO, el que fue periodista y no dudó en escribir en aquella nota, cuando «El Bebe» tenía 21 años recién cumplidos, que «su caso es claro ejemplo de lucha y gran optimismo. Se puede decir que es el jugador más original, el que individualmente presenta mayores matices para la nota periodística. Pero Horacio Espinosa se comporta sin saber que es nota periodística, sus actitudes son espontáneas, llenas de ese dinamismo que solo los hombres de personalidad poseen».
En la actualidad, con tres hijos y siete nietos, jubilado de guardavidas y de capitán de barco (profesiones en las que reconoce los valores que le inculcaron los años en Estudiantes), «Bebe» prepara algunas visitas y agradece a cada día. Como este amanecer que lo recibe con setenta y ocho. Radicado en Mar del Plata donde integra una de las Filiales del Club Estudiantes, mientras continúa como aliado pacífico del mar, sin aflojarle al trabajo.