Vistos de afuera, los últimos tres años de Dani Umpi han sido particularmente inspirados. Escribió y estrenó el disco Guazatumba (2023), un diálogo directo con el bellísimo Lechiguanas; salió a la luz su versión de “Azúcar amargo” para la película Arturo a los 30, de Max; estrenó un cover de “Tu señora”, de Tomasa del Real, junto con Mailen Pankonin & Salvamento. Hizo el cassette Una grabación encontrada con el artista argentino Sara, una performance en el Museo Nacional de Artes Visuales, la exposición Tarea de Duendes en la galería Xippas de Punta del Este durante los últimos dos meses.
También tocó. Compartió show con Anita Álvarez de Toledo, se fusionó con un faro del indie local como Silvia Meyer y se atrevió a apropiarse de “Balada para una mujer flaca”, de Eduardo Darnauchans, para la presentación en vivo del disco homenaje El no viento de la luna. En medio de todo eso, y mientras prepara la siguiente fase de su proyecto, se asoció con Julián Desbats para moldear una celebración de uno de los grandes amores de su vida: la discoteca.
Daniel Umpiérrez, 50 años recién cumplidos, cantante, compositor, escritor, artista visual, clasificador de canciones (tiene un talento especial para construir playlists), tacuaremboense, monstruo pop y un poco duende de algún bosque perdido en el Río de la Plata, hace cosas por amor.
De ahí nació ese volantazo que lo llevó a cambiar el ruido de Buenos Aires, la ciudad que lo albergó durante tanto tiempo, para instalarse en la calma costera.
Dani Umpi, eléctrico en sus inquietudes y en su sonido, nunca se imaginó viviendo en la playa. Pero su novio, el también artista Goro Gocher, siempre fue un beach boy, dice. Y un día decidió seguirlo.
“Estaba en Buenos Aires, me había pegado muy mal la pandemia y me vine acá, a algo totalmente distinto, y me fui reconfigurando”, dice, desde su casa de Maldonado, en videollamada con El País. “Hoy disfrutamos un montón, pero admito que yo me sumé a su mood. Yo siempre fui muy de la ciudad, pero me parece que hay cosas que pasan que tienen su tiempo”.
Del amor, de otro tipo de amor, también nació Bromance, un disco como un juego de amigos, que celebra algunas cosas esenciales y que presentará este sábado en la Sala Zavala Muniz. Será su regreso a ese espacio del Teatro Solís en el que vivió una noche consagratoria con el estreno de Guazatumba.

Foto: Gentileza Dani Umpi
Esta vez propondrá dos bloques: uno, el de Bromance, mano a mano con Desbats y con el frenesí de la pista de baile; el otro, una reversión de canciones propias junto con Sebastián Pina, integrante de las bandas Alucinaciones en Familia y Salvamento que, de a poco, se fue convirtiendo en su nuevo socio artístico. Habrá sorpresas y hay entradas a la venta a través de Tickantel.
“El disco tiene un espíritu muy de compinches, de salidas, porque con Juli nos conocimos en shows. Varias veces me invitaron a cantar con una de sus bandas, Los Rusos Hijo de Puta, y siempre tuvimos muy buena onda y eso de ir y juntarnos y hacer música de una manera muy espontánea, juguetona, y eso se traduce bastante en el disco, que tiene un espíritu muy de arengue”, dice sobre Bromance. “La nuestra es una de esas amistades que surgen a partir de la música”.
Con ese territorio en común, construyeron un disco fiel a la esencia de Dani Umpi —bailable, fresco, absurdo—, y a la vez más sucio, más corporal. El uruguayo se reconoce “estructurado” y eventualmente “muy pesado” a la hora de trabajar: se toma sus tiempos, insiste en sus ideas, quiere hacer las cosas de cierto modo. Julián Desbats rompió con esos esquemas.
“Me gusta mucho su impronta, su manera de ser. A veces con el productor tengo una relación más a distancia, más de nerd, y Juli es más corporal, de agarrar una guitarra, improvisar, tiene otra manera totalmente distinta, y eso está bueno porque vas encontrándote en diferentes registros. En este caso es bastante cercano, porque yo siempre estoy con un pie en la pista de baile y el otro en otros lados. Pero Bromance es una pista de baile muy de nosotros dos. Es muy juguetón todo”.
Ahora ese juego, lleno de guiños dosmileros y con tributos explícitos a Anamá Ferreira, Nacha Guevara y Alaska, se extenderá al público con el concierto de la Sala Zavala Muniz, allí donde Dani Umpi se estrenó en 2024 en una noche que fue, también, un reconocimiento.
“En los últimos años, eso del reconocimiento institucional es algo que estoy sintiendo bastante, y estoy muy agradecido también. Antes tenía otro mal humor y ahora me siento mucho más integrado a la escena y a las nuevas generaciones. Me siento parte. Siempre me vi en un lugar más al costado y han ocurrido cosas que me han emocionado mucho. Popo Romano me invitó a un show e hizo una versión hermosa de ‘Cleopatra entrando en Roma’ y eso, que figuras así me tengan en cuenta ahora, me emociona mucho. Creo que cuando era más chico estaba un poco enojado y esa cuestión de verme aparte también la generaba yo. Pero bueno, uno está más grande”, dice y se ríe con estridencia.
Hay otros cambios: los nichos musicales ya no son herméticos, la nueva generación musical ya no intenta matar a sus antecesores sino que intenta revalorizarlos, y el pop, dice, ya no está tan mal visto como antes. Pero aunque analiza el resto, los factores externos, Dani Umpi siempre vuelve a lo mismo: a un cambio propio, a una nueva forma de mirar, a estar “en otra vibra”.
En tierra fértil, lleno de inquietudes y en la calma blanca de su vida maldonadense, Dani Umpi mira para atrás y hace, como si fuera una maestra o el jefe de alguna oficina, “una evaluación positiva” de su propio momento.
Él, hijo de la discoteca, “novelero” como le decía su madre, no siente la sombra de la crisis de los 50. “Porque un lugar muy recurrente es llegar a esa edad y sentir que no hiciste lo que querías o que no estás en el lugar en que querías, que estás atrapado en una familia o en un tipo de angustia, y la gente que de alguna manera continúa haciendo un trabajo artístico, capaz que no tiene ese conflicto. No sé. Lo importante siempre es hacer, y yo siento que ahora estoy haciendo lo que quiero”.