Y un día se fue Daniel Divinsky, el de Ediciones de la Flor, el que creyó en Joaquín Lavado (Quino) y su Mafalda, el que tuvo a Roberto Fontanarrosa en su escudería, y a tantos otros. Inclusive a Rodolfo Walsh.
Sin embargo, casi nadie va a mencionar su relación con el triunfo de Raúl Alfonsín en 1983.
Pero vamos a remontarnos a 1977. En ese verano, el editor cayó preso, a disposición del Poder Ejecutivo, su calvario lo llevó a Coordinación Federal y la Cárcel de Caseros, en la ciudad de Buenos Aires. Finalmente, tras 127 días, fue liberado, y partió a la Venezuela de la ejemplaridad democrática que era un faro en la región. Pronto, se sumó a El Diario de Caracas que revolucionaba el mercado de la mano de otro argentino, Rodolfo Terragno.
En 1982, Alfonsín, en compañía de su amigo, Germán López, llegó a Caracas, y entabló varios encuentros con la numerosa colonia de exiliados. Empanadas, vino, música, largas noches, y charlas a fondo signaron esas reuniones de las que algunos salían más esperanzados que otros.
Allí nació una relación que creció políticamente a medida que avanzaba la campaña, cuando Divinsky se transformó en el factótum de una serie de solicitadas de intelectuales y personalidades de la cultura no radicales que llamaban a votar por Alfonsín.
Allí se podía encontrar al propio Quino, la directora teatral María Herminia Avellaneda y su colega, Cecilio Madanes; el cineasta Oscar Barney Finn, el inventor Ladislao Biró, las actrices Graciela Dufau y Perla Santalla, el cardiocirujano René Favaloro, el exrector de la UBA Hilario Fernández Long, los abogados José María Monner Sans (padre e hijo), la cantante Susana Rinaldi, la pintora Josefina Robirosa, y los escritores Juan José Sebreli y Héctor Tizón, entre otros.
Ese núcleo de intelectuales que, en su mayoría, habían pasado por el exilio, fueron silenciosos arquitectos en las últimas dos semanas de octubre para sumar votos de espacios tradicionalmente refractarios a la UCR. Grupo de Trabajo y Coordinación fue el nombre que adoptaron para presentar un último texto, bajo el título “Alfonsín con todos” (así, con minúsculas).
“Desde Yrigoyen y Perón, no había existido un fenómeno de atracción política como el de Raúl Alfonsín”, comenzaba señalando en uno de sus párrafos. Y luego arremetía, con una convocatoria al voto útil: “Votar por los candidatos presidenciales de un partido que, más allá de las fantasías de sus dirigentes, se sabe que tendrá menos del 3% de los sufragios significa renunciar al derecho de elegir”, en alusión a las listas que no iban a obtener el piso para llegar a tener un elector (aún se votaba en el Colegio Electoral).
Con la llegada de la democracia, y producto de la simbiosis que se construyó con ese grupo, el primer secretario de Información Pública, Emilio Gibaja, convocó al editor para hacerse cargo de la dirección de Radio Belgrano (uno de los tantos medios intervenidos por el peronismo en 1973 que la dictadura no privatizó, y la restauración democrática de 1983 recibió como herencia).
Si bien Divinsky no era un hombre de radio, la emisora pronto se transformó en un ámbito plural que pateó el avispero del éter metropolitano. Con libertad, mucha nueva camada, y el aroma fresco de la primavera alfonsinista, Radio Belgrado fue uno de los motes que le calzó la extrema derecha que no toleraba su programación donde se podía escuchar a Enrique Vázquez, Rogelio García Lupo, Ariel Delgado, Annamaría Muchnik, Eduardo Aliverti, y Martín Caparrós, entre muchos otros.
En abril pasado, se cumplieron cuarenta años del atentado que voló su planta transmisora. «La mano de obra desocupada» no se bancaba las ventas del Informe Nunca Más, el efectivo inicio del juicio a las Juntas, ni la continuidad democrática. Se les iba el país de las manos, y Ramón Camps prometía, desde la cárcel, que “cuando saliera” no le iba a temblar el pulso para firmar la orden de fusilamiento de Alfonsín.
«No podemos recuperar la democracia, haciendo macartismo», respondía Gibaja cuando lo criticaban por la programación. El funcionario había caído preso y sido torturado por su rol de dirigente reformista universitario en los duros años del primer peronismo, argumento de sobra para defender la pluralidad de voces.
«Es una radio joven, una radio distinta, de mucha opinión, donde se manifiestan con un lenguaje nuevo. Un país no habituado a ese lenguaje y a ese estilo. Por primera vez desde una radio se critica a otros medios, esto no es habitual. Había antes como un acuerdo tácito de no atacarse, de no intervenir. Por eso, Belgrano es tan vulnerable y tan atacada», subrayó en una incómoda entrevista con la revista Somos. Su defensa de la gestión Divinsky fue total.
Uruguay 1237 generaba originales clubes de oyentes, era un hervidero en la puerta, y crecía con muy buenos niveles de audiencia, y su gran artífice fue Daniel Divinsky.-