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sábado, octubre 11, 2025

David Bowie: por qué su legado final suena más vivo que nunca

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¿Y si lo mejor de David Bowie está al final? Entre 2002 y 2016, Bowie reescribió su despedida en tiempo real.

El nuevo box I Can’t Give Everything Away (2002–2016) recupera ese ciclo -de los discos Heathen a Blackstar y deja una pregunta abierta: ¿fue el tramo final de David Bowie un cierre o el comienzo de otra versión de sí mismo?

Las críticas -de Variety a Pitchfork Media– coincidieron en algo poco habitual: ese último período no funcionó como epílogo, sino como reinvención. En plena madurez, lejos de la ansiedad por “estar al día”, Bowie volvió a empezar. Justo antes de partir.

Bob Dylan -con el extraordinario Modern Times y sus discos reinterpretando a Sinatra-, Neil Young o Miles Davis integran esa lista brevísima de artistas que, en el tramo final, todavía publicaron obras mayores. Bowie también. Y este lanzamiento -disponible completo en plataformas- lo confirma.

Del “renacimiento” de fines de los 90 a Blackstar, Bowie convirtió su última etapa en un laboratorio personal. Como en la letra de su clásico Space Oddity, vale recorrer su discografía hacia atrás: el Duque Blanco, que siempre apostó al cambio (“ch-ch-ch-changes…”), estaría encantado.

César Aira, eterno candidato argentino al Nobel, dejó una brújula útil para entrarle a éste Bowie: “prefiero lo nuevo a lo bueno”.

Una constelación sonora: Bowie de Heathen a Blackstar

«Blackstar», el último disco de David Bowie en vida.

I Can’t Give Everything Away es más que un anexo para fanáticos: una constelación sonora, un mapa estelar de su última metamorfosis.

El reencuentro con Tony Visconti –su productor clave, hacedor de Heroes- marcó el punto de partida de una etapa en la que una banda afilada, la década de sigilo que antecedió a The Next Day y el salto final al lenguaje del jazz oscuro en Blackstar trazan una curva de riesgo y lucidez.

A contramano del manual del rock del jubilado, Bowie volvió a preguntarse qué podía hacer con su propio mito y eligió desarmarlo.

En esa línea, la caja reúne Heathen, Reality, A Reality Tour, The Next Day, The Next Day Extra, Blackstar, No Plan y Re:Call 6, disco triple de inéditos además de un show inédito en Montreux 2002. Incluye libros de 84 y 128 páginas -según formato, vinilo o CD-, con fotos, letras manuscritas y notas técnicas de Visconti. Es la sexta y última caja cronológica que completa el archivo que Bowie planificó en vida.

Para su impulso final, en Blackstar, Bowie convocó a un grupo de músicos de jazz neoyorquinos de vanguardia: Donny McCaslin (saxos), Ben Monder (guitarra), Jason Lindner (pianos y teclados), Tim Lefebvre (bajo) y Mark Guiliana (batería), bajo la dirección orquestal de Maria Schneider.

Juntos alcanzaron una libertad sonora poco común: una música que respira como el jazz y muerde como el rock, luminosa y terminal a la vez.

David Bowie, un artista que  vivió reinventándose. Foto: JOE SCHABER, APDavid Bowie, un artista que vivió reinventándose. Foto: JOE SCHABER, AP

Bowie: Picasso del rock

La caja muestra a un Bowie distinto: menos camaleónico hacia afuera y más introspectivo, pintando con los matices de su propia historia. Cada disco parece explorar un tono emocional nuevo, como si cada sonido fuera también un color.

Y si Bowie fuera, en el fondo, un Picasso del rock, tendría sentido esa secuencia de períodos y rupturas: un período rosa de ingenuidad y folk eléctrico en los 60; la paleta azul y quebrada de los 70 –de Ziggy a Berlín; una fase cubista en los ’80, pop y fragmentada; una torsión industrial y electrónica en los ’90; y, ya entre 2002 y 2016, un negro estelar que mezcla rock de cámara, memoria propia y un idioma nuevo con el jazz.

Como cantaba en Sound and Vision -“Blue, blue, electric blue / That’s the colour of my room / Where I will live”-, Bowie pintó su carrera con sonidos, no con pinceles. Ese arco permite leer su obra por épocas y colores, no por modas, y entender por qué el final suena, otra vez, al principio.

Bowie y David Gilmour: el último diálogo con los 60

David Bopwie, en su época de Aladdin Sane. Foto: EFE/EPA/V&A/Masayosi Sukita David Bopwie, en su época de Aladdin Sane. Foto: EFE/EPA/V&A/Masayosi Sukita

En el cierre de su historia, Bowie volvió a mirar hacia los orígenes.

Entre las rarezas del box aparecen versiones que reactivan la memoria británica: Waterloo Sunset de The Kinks y, sobre todo, una emotiva interpretación de Arnold Layne junto a David Gilmour, guitarrista de Pink Floyd.

El tema -escrito por Syd Barrett- fue un homenaje al héroe psicodélico que Bowie había idolatrado en su juventud.

Los últimos discos donde Bowie volvió a inventarse

En estos años Bowie encontró una manera nueva de ser moderno: no mirando hacia el futuro, sino hacia todos los tiempos a la vez. I Can’t Give Everything Away desplaza la idea del “clásico setentista” -con Ziggy Stardust and the Spiders from Mars como tótem- y propone otra lectura: la madurez como laboratorio de reinvención.

Entre curaduría feroz y riesgo artístico, Bowie no se miró en el espejo: lo rompió para seguir viéndose distinto.

David Bowie. La caja “I Can’t Give Everything Away” reabre el último tramo de su carrera, de David Bowie. La caja “I Can’t Give Everything Away” reabre el último tramo de su carrera, de «Heathen» a «Blackstar». Foto: Ralph Gatti/ AFP

Las canciones de este ciclo suenan inquietas y jóvenes: Love Is Lost, Where Are We Now, Valentine’s Day, Slow Burn, Everyone Says ‘Hi’, New Killer Star, (You Will) Set the World on Fire o Dollar Days.

En los covers I’ve Been Waiting for You (Neil Young), Cactus (Pixies) y Try Some, Buy Some (George Harrison) Bowie saluda a sus contemporáneos, rinde homenaje a los que admiró y tiende un puente hacia los que lo seguirán.

Y en Blackstar, su mirada se vuelve más enigmática que nunca. Irse sin desaparecer del todo: un artista que, incluso en el adiós, seguía buscando cómo sonar nuevo.

Bowie, más curador que nostálgico

I Can’t Give Everything Away deja esta conclusión: más que cerrar una etapa, ordena y edita un legado. El último Bowie -más editor que estrella, más curador que nostálgico- entendió que el futuro también podría estar en el pasado.

Y que los últimos discos podían sonar, hoy, más vivos que nunca.

Redacción

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