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lunes, octubre 20, 2025

De bandoleros se habla mucho en Patagonia, pero ¿de bandoleras?

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Dicen que usaba ropas masculinas y poncho de castilla, aunque su sombrero dejaba escapar los rizos rubios de su pelo.

Imagen que se atribuye a Elena y uno de sus tres maridos.

Sobre bandidos que actuaron en Patagonia hay múltiples trabajos, libros y hasta películas que llegaron a plataformas digitales, pero para el caso de las bandidas valen las generales de la ley cuando se trata de hombres y mujeres: son prácticamente desconocidas o sus historias apenas si alcanzaron a circular a escala regional. A tal punto se las menoscabó que una de ellas fue ultimada por un efectivo policial sin que mediara disposición judicial alguna, es decir, sin juicio justo.

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La protagonista de este recorte de El Cordillerano había nacido en Yorkshire (Inglaterra) en 1875 y como buena parte de los inmigrantes que llegaron al noroeste de la región, primero pasó por Chile, adonde había arribado junto con su familia con sólo 15 años. Un lustro más tarde se casó con Manuel de la Cruz Astete, un comerciante que tenía el doble de edad, a quien se consideraba un hombre apuesto.

Como muchos otros en aquellos tiempos, el marido de Elena Geenhill Blaker se consagraba al comercio de ganado a través de la cordillera, cuando todavía la frontera entre la Argentina y Chile era más bien lábil y de reciente instalación. La joven inglesa tuvo dos hijos antes de que su marido fuera detenido cuando no pudo probar que efectivamente, era el propietario del arreo que conducía entre los cañadones cordilleranos.

Un buen día, el cadáver de su esposo apareció bajo un montón de piedras cerca de su casa y para la investigación, Elena era la única culpable. Sin embargo, evitó la cárcel gracias a la gestión del abogado Martín Coria, hijo de conocidos estancieros de la zona de Carmen de Patagones y con vínculos también en sectores políticos de la provincia de Buenos aires. Finalmente, en el expediente judicial se estableció que el culpable había sido un peón del que también se comentaba, era amante de “La inglesa”. A pesar de ese preocupante antecedente, Coria se transformó en el segundo esposo de la mujer.

“A pesar de la permanente hostilidad de ciertas autoridades judiciales y policiales, un nuevo matrimonio con Martín Coria agregó mayores enemigos a su agitada vida”, dice Gabriel Rafart, autor del artículo “Ley y bandolerismos en la Patagonia argentina, 1890-1940”. Su aporte se publicó en 2014 en la Revista Historia y Justicia, de carácter digital. El autor es magister en Historia por la Universidad Nacional del Comahue.

Según sus indagaciones, De la Cruz Astete “fue asesinado por motivos de negocios (irónicamente) y, a consecuencia de su desaparición, Greenhill tuvo problemas por los bienes en sucesión”, reconstruyó el historiador. No obstante, La Inglesa “logró fuertes redes de solidaridad, las que fueron montadas por astutos comerciantes de uno y otro lado de la cordillera. Greenhill conoció también la enemistad de funcionarios policiales que, por venganza y ofensas nunca aclaradas, decidieron poner fin a su vida”, dice el aporte de Rafart.

Complicidades y silencios

Más allá de la faceta delictiva, “su biografía muestra el complejo entramado de negocios desarrollado en la comunidad de británicos, creado por los primeros colonos y sostenido por sus descendientes, en esta parte del territorio argentino”, sostuvo el investigador. “Por otra parte, la historia de Greenhill señala el resto de las complicidades y silencios propios de estas redes, cuando no las traiciones protagonizadas por funcionarios de la Justicia”.

La bandolera inglesa.

Para el especialista de la UNCo, “con las andanzas de esta mujer también se conoce el otro lado social del bandolerismo, cuando involucra a los comerciantes y propietarios de ganado, quienes mantenían negocios eventualmente lícitos y otros que no lo fueron tanto. La inglesa fue ejecutada por las balas de un comisario de la policía en Gan Gan, territorio chubutense”. En efecto, no alcanzó a comparecer ante tribunal alguno.

También reparó en la historia de la mujer Elías Chucair, autor de decenas de libros sobre hechos de la Línea Sur y la Patagonia en general. De hecho, publicó “La inglesa bandolera” en 1985, con reediciones en 1996 y 2003. En sus páginas contó que cuando era un niño muy pequeño “llegaban accidentalmente a mis oídos […] cosas que tenían relación con aquella mujer” hasta que “un día me picó la idea de conocer episodios y personajes del ayer, especialmente de la época en que los pioneros dejaban jirones de su vida para subsistir en un medio inhóspito, lleno de privaciones y de peligros”.

El vecino de Jacobacci reunió material y según el relato que legó, su padre conoció a la inglesa que se convirtió en bandolera. Las descripciones dicen que Elena vestía ropa masculina, usaba pantalones de montar y botas altas, además de un sombrero que, de todas formas, dejaba ver sus cabellos rubios. “Nunca abandonaba un poncho Castilla, seguramente traído desde Chile”, estimaba Chucair.

Coria murió en 1914 en Buenos Aires, después de pasar una temporada a la sombra. Por entonces, Elena ya convivía con otro bandolero de nombre Martín Taboada. Según los relatos que llegaron hasta nuestros días, la dupla robaba ganado en Chubut para venderlo en Chile. Antes de emprender un nuevo raid delictivo, dejó todos sus papeles en orden para acreditar la propiedad de un rancho que poseía en un paraje de nombre Monton Niló, según las fuentes.

Según las averiguaciones del escritor de Jacobacci, la “bandolera inglesa” murió en 1915 en Gan Gan (Chubut). Aparentemente, Elena y sus compinches procuraban estafar a una viuda, pero la Policía supo de su presencia. Por entonces, eran tiempos de la así llamada Policía Territorial, porque aún faltaba para que se formalizaran las actuales provincias. “Sabían que la inglesa iba a pasar por Gan Gan. Entonces el comisario Félix Valenciano con otros, todos de civil, la esperaron en la Angostura del Chacay y cuando apareció no le dieron tiempo a nada”. Es más, “después le dieron unos tiros de gracia cuando estaba boca abajo en el suelo”.

Según otras versiones las intenciones de Greenhill y sus secuaces eran distintas, aunque igualmente delictivas. Al parecer, el certificado de defunción consta en un acta del Juzgado de Paz de Gan Gan, con la firma de Enrique Borman: “el día 31 de marzo de 1915, en el Paraje denominado Laguna Fría, falleció una mujer llamada Elena Greenhill, viuda de Coria, británica y de 42 años de edad, a consecuencia de heridas de arma de fuego, ignorándose los demás antecedentes de la extinta”, sintetizó el juez de Paz, sin mayores inquietudes. Pareciera que habría que echar nueva luz sobre el expediente.

Redacción

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