“Es todo un periplo”, dice Iván entre risas al hablar de su vida. Es que con 83 años vividos entre viajes, guerras, pinceles y montañas, el pintor húngaro encontró en el bosque patagónico su refugio definitivo. Desde hace más de cuatro décadas habita una cabaña a orillas del lago Lolog, en San Martín de los Andes. Allí observa, pinta y vive con lo justo, lejos del ruido del mundo del arte que alguna vez le ofreció anhelos de muchos, pero que prefirió cambiar por la calma de la cordillera y una vida sin apuros.
Iván Moricz Karl nació en Skefesfehervar, Hungría, pero la invasión soviética lo obligó a emigrar a Austria junto a su familia, donde permaneció hasta los nueve años. Llegaron a Buenos Aires a fines de los años cuarenta. Según cuenta, la adaptación no fue fácil: el idioma, la cultura, la distancia, sin embargo, fue en esas calles porteñas donde encontró su vocación.
Una enfermedad a los 13 años le mostró la vida que luego moldearía sus días: la pintura. “Estuve cuatro años enfermo en la cama y ¿qué hace un niño cuando está enfermo? Dibuja”, relata. Así descubrió su amor por el arte.
Luego, conoció a Axel Amuchástegui, maestro internacionalmente reconocido en la pintura naturalista. “Me pidió que le haga los fondos. No lo podía creer, él ya era mundialmente reconocido como el número uno de la pintura naturalista… y ahí es donde directamente me volqué exclusivamente a esta rama”, cuenta.

Iván expuso en galerías de arte en Londres y hasta fue invitado a exponer en Sudáfrica y Botswana, viajes que describe como “hermosos, instructivos y alentadores”. Sin embargo, sabía que su vida no estaba destinada a la excentricidad de la industria.
De vuelta en Argentina, se dio cuenta de que la ciudad lo alejaba del paisaje que tanto admiraba. “Mis amigos me decían ‘siempre estás pintando la naturaleza y estás en Buenos Aires, en medio del cemento. Vení con nosotros que vamos a ir de cacería’… ahí es donde conocí este esplendoroso lugar”, relata sobre el primer contacto con los paisajes de la provincia de Neuquén.
Vivió en San Martín de los Andes unos años, pero la urbanidad, por más pequeña que sea, lo alejaba de sus verdaderos deseos. Fue en los años 80 cuando, recorriendo el Parque Nacional Lanín, encontró una cabaña que había sido destinada a los guardaparques, pero estaba abandonada hace más de 15 años. “Estaba en medio de la nada”, dice. Ese lugar lo cautivó.

“A través de Turismo me presenté en Parques Nacionales y obtuve un comodato”, relata. El acuerdo era simple, pero fundamental: el Parque Nacional Lanín le permitiría vivir ahí, siempre y cuando él se comprometiera a pintar la vida silvestre. Iván no lo dudó un segundo.
La cabaña se llama El Boquete, es de madera y tiene lo justo y necesario para sobrevivir. Un anafe, cocina a leña y ventanales grandes destinados a la observación, decoran los aposentos. Hoy, además, incorporó Starlink a su vivienda y eso le permite contactarse con sus seres queridos. “Lo conecto durante el mediodía nomás”, dice. Le funciona también para solicitarle a sus amigos que le den una mano con los víveres y demás necesidades.
Desde que vive allí, su obra se vuelca casi exclusivamente a la flora y fauna andino-patagónica: “Mi obra en los 40 años que estoy acá, el 90% es totalmente referida al medioambiente en que vivo. Cada vez que hago un animal o un pájaro, siempre lo pongo en las ramas o en lugares típicos de acá del bosque”, explica.
La rutina diaria de Iván refleja su dedicación a la pintura y a la vida austera en el entorno. “Primero tengo que tener calentita la cabaña… y después al mediodía todos los días voy a pintar. Eso sí”, describe. La mayor parte de la producción la realiza observando directamente la naturaleza que lo rodea.

Su técnica ha evolucionado con los años. Comenzó usando tinta china, siguiendo la escuela de Amuchástegui, y luego incorporó acrílicos para preservar los colores y la rapidez de secado. “Lo esencial, además del dibujo que es la base, es el equilibrio, la composición”, detalla.
Al momento de hablar de preferencias para ilustrar, Iván se encuentra en una encrucijada. “No podría decidirme jamás”, asegura, aunque reconoce que a la vista lo que más atrae es “todo lo que se mueve”. “Dibujé muchos pájaros y todavía tengo alguno que otro en el tintero”, dice. “Tengo muchos dibujos del Churrín Grande. Las dos o tres Churretas que hay también las tengo abocetadas, pero no lo pasé en limpio”, agrega.

Muchas veces, cuando lo necesita, Iván lleva las flores y las hojas al atelier para dibujarlas con más precisión. “Muchas veces las flores de alta montaña las bajaba en una bolsa de plástico. Las dibujaba y las plantaba acá, al lado de la casa. Algunas flores se volvieron a dar, y después se perdían. Pero siempre dibujaba y pintaba lo que veía”, explica.
A pesar de tener la posibilidad de vivir del arte en París o en prestigiosas ciudades, Iván eligió la tranquilidad del bosque patagónico. “No me gusta el mundo del arte… Tenés que ser productor y eso a mí no me interesa… Yo quiero vivir mi vida, disfrutar la pintura”, explica. En su cabaña frente al lago Lolog, Iván encontró la libertad para trabajar a su ritmo y según su visión, sin las presiones del mercado artístico. Para Iván, pintar es más que una pasión, es un “modus vivendi” (modo de vida).
Hoy, a los 83 años, sigue activo y proyecta nuevas obras, libros y producciones para dejar un legado educativo y artístico. El pintor está trabajando en un libro que recopila su obra patagónica, un documento que considera clave para mostrar cómo cada animal y planta habita su entorno natural. “Lo hago para que quede claro que cumplí lo que me habían dicho en Parques Nacionales allá hace 40 años: pintar la naturaleza patagónica”.
Además, un público especial lo motiva día a día. “Quiero hacer pequeños videos con mis obras para que los chicos en el colegio conozcan flora y fauna andina a través de obras hechas por mí”, explica, recordando la atención que despertaban sus pinturas cuando visitaba escuelas.

El interés no solo llegó a los más pequeños. Su historia de vida es una inspiración para muchos y pronto se estrenará un cortometraje basado en él, llamado “El Pintor En El Bosque”, dirigido por el cineasta Nicolás Muñoz. Aparte, un documental sobre su vida de la mano de Luciana Gómez Frugoni está tomando forma y permitirá que su experiencia y su arte lleguen a un público más amplio.
Cuando se le pregunta qué le queda por delante, Iván responde con humor: “El cajón”. Sin embargo, su voz se vuelve más seria y agrega: “Después de tantos años y cirugías a corazón abierto, solo quiero terminar mis proyectos”.
Mientras rememora en esta entrevista las peripecias de una vida dedicada a la pintura en aquel recóndito lugar de la cordillera neuquina, expresa con emoción: “Definitivamente, este rincón es mi lugar en el mundo”.





