
El medio rural siempre ha ejercido un papel fundamental en el desarrollo social y económico de los países. Hasta el siglo XVIII, era el principal espacio de producción y organización de la vida. Con la Revolución Industrial, sin embargo, ocurrieron profundas transformaciones estructurales que redefinieron esta dinámica. La industria pasó a ocupar una posición central, vinculándose al medio urbano y dando origen a una visión dicotómica y jerarquizada entre rural y urbano, agricultura e industria. En este contexto, dos visiones opuestas ganaron destaque: una preveía la desaparición de lo rural ante la urbanización y el avance económico; la otra apostaba por su permanencia y renacimiento. Hoy sabemos claramente cuál de las hipótesis se ha vuelto verdadera.
Más que un renacimiento, estudiosos contemporáneos defienden el surgimiento de una nueva ruralidad — un abordaje que cobra fuerza especialmente a partir de los años 2000, cuando la ruralidad comienza a ocupar un lugar destacado en las agendas internacionales, asociada a temas como sostenibilidad, resiliencia y calidad de vida. De este debate, emerge, por lo tanto, la necesidad de nuevas concepciones y metodologías que no solo abandonen la percepción de lo rural como opción al urbano, como residuo de este, sino que también fortalezcan y conecten las comunidades rurales con modos de vida que reflejen sus creencias y valores. Y es precisamente en este punto que la arquitectura asume un papel central.

Se estima que cerca del 20% de la población de América Latina vive en áreas rurales, siendo que en algunos países como Bolivia, Ecuador y Panamá, la población rural llega a representar cerca de un tercio del total. En el caso de Brasil, el país más grande entre los latinoamericanos, se estima que alrededor de 25,6 millones de personas viven en el campo. Un país que, según estudiosos, está atravesando la tercera generación de políticas públicas orientadas hacia la agricultura familiar — un análisis complejo que se extiende a la mayoría de los países latinoamericanos y dice mucho sobre los desafíos arquitectónicos que están surgiendo en este medio. De acuerdo con los datos, la primera generación tuvo un enfoque agrícola y agrario; la segunda, en políticas sociales y asistenciales; y la tercera se orienta hacia la creación de nuevos mercados sustentados por la seguridad alimentaria y la sostenibilidad ambiental.
Dichas observaciones pretenden resaltar la relevancia de los esfuerzos, nada obvios, para desentrañar los rumbos y las posibilidades de un universo complejo como el medio rural, sus personas y la naturaleza con la cual mantienen estrecha relación. En este camino dudoso, se consolida la percepción de que los espacios rurales cargan un peso decisivo: el propio futuro del planeta. No solo en términos de sostenibilidad y conexión ambiental, sino también por su potencial como territorios de experimentación. En 2016, Rem Koolhaas ya alertaba sobre la urgencia de volver la mirada hacia el mundo rural y desarrollar «metodologías para un paisaje que tarde o temprano tendremos que asumir» — entendiendo «asumir» no como imponer transformaciones externas, sino como guiar, desde dentro, un desarrollo más sustentable, valorando saberes locales y, a través de ellos, fortalecer las comunidades en ambientes de real empoderamiento.

En el histórico cambio de paradigma en el que el medio rural transita de la extracción exacerbada a la regeneración, la arquitectura se alía a la sostenibilidad desde una perspectiva sistémica, integrando salud y resiliencia en múltiples escalas. Este conjunto de acciones y transformaciones exige herramientas que apoyen el diseño y la implementación de nuevos flujos y procesos, entre ellas, destaca el diseño regenerativo. Se trata de la búsqueda por la reconstrucción saludable de los ecosistemas locales, con énfasis en la participación activa de las comunidades, promoviendo culturas capaces de aprendizaje continuo y transformación, en respuesta y anticipación a los cambios inevitables.
En la práctica, algunos proyectos de este género deben ser destacados, uno de ellos es el Campus Rural para la Universidad del Medio Ambiente, en Acatitlán, México. La idea del proyecto es desencadenar un proceso de regeneración local, fortaleciendo comunidades de toda la región. Fue construido para la realidad local, autosuficiente en energía y agua, promoviendo la producción de alimentos en el lugar y utilizando materiales de bajo impacto ambiental para minimizar la huella ecológica, como estructuras de madera y tierra. Su notoriedad, sin embargo, va más allá de las decisiones proyectuales, al entender su papel como difusor de conocimiento en el medio rural, contribuyendo a un cambio de paradigma. No es de extrañar que el proyecto haya sido reconocido por la Holcim Foundation.


Destacar la importancia del conocimiento y de las prácticas y proyectos que lo diseminan es fundamental cuando se habla de empoderar a las comunidades rurales para que a partir de ellas renazca esta nueva ruralidad. En este sentido, algunos proyectos merecen ser mencionados, entre ellos está la Primera Escuela Rural Productiva construida en Tepetzintla, México. Construida con materiales de origen local, como piedra y bambú, donados por las familias, la escuela busca ofrecer espacios educativos apropiados para la región, partiendo del contexto cultural, social, ambiental y económico del lugar. Demuestra, además del proyecto, que, a través de la ayuda mutua y del trabajo colectivo, se pueden alcanzar grandes objetivos para el desarrollo autónomo y comunitario de los pueblos rurales.

Finalmente, en la secuencia de ejemplos, se destaca también el Centro de Desarrollo y Producción Rural La Panificadora, construido en Babahoyo, Ecuador, un espacio creado para promover la economía popular, fortalecer los saberes locales y generar redes educativas, enfocado en dinamizar las cadenas de valor locales a través de la elaboración de pan, alimento básico en la dieta ecuatoriana. Los módulos construidos en madera están apoyados sobre plataformas elevadas del suelo en respuesta a las condiciones inundables propias de la costa ecuatoriana. Un patio central conecta ambos módulos a través de un puente, en diálogo con los sistemas pasivos tradicionales utilizados en las localidades costeras del país.

Estos proyectos — pequeños, pero potentes ejemplos de un renacimiento rural complejo — han dado forma a iniciativas significativas en toda América Latina. Materializan el diseño regenerativo no solo como el esfuerzo de reducir impactos, sino como un compromiso profundo con la idea de que la arquitectura puede — y debe — actuar como una fuerza vital, capaz de restaurar, renovar y revitalizar. Un concepto inherente a la naturaleza que invita a repensar la forma en que habitamos el mundo, en la cual se devuelve mucho más de lo que se recibe.
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Cita: Ghisleni, Camilla. «De la extracción a la regeneración: cómo la arquitectura puede contribuir al cambio en el desarrollo rural de América Latina» [Da extração à regeneração: Como a arquitetura pode contribuir para a mudança no desenvolvimento rural da América Latina] 24 jul 2025. ArchDaily en Español. (Trad. Iñiguez, Agustina) Accedido el .