Un conejo escolar que se escapa y regresa distinto. Una madre que huye de su familia y vuelve después de algo de lo que no se regresa. Un caballo que irrumpe —o solo deja oír su galope— en medio de una llamada veinte años después. Un niño que traga una pila y escucha cómo la respiración de su padre se aleja.
Así avanza El buen mal, el último libro de Samanta Schweblin: de lo familiar a lo perturbador, de lo reconocible a la inquietud. Como en Carretera perdida de David Lynch, sus personajes parecen desdoblarse, dialogar con su reflejo o cruzar, como en el relato «Un animal fabuloso», esa ventana invisible que separa la vida de la muerte. Y, como decía Nietzsche, cuando te acercás al abismo, el abismo te devuelve la mirada: en estos cuentos, a veces con amabilidad… hasta que ya no.
Más que contar, los relatos escuchan: como en «El ojo en la garganta», captan voces y ecos que se filtran mientras la historia sucede. No extraña que el libro, uno de los más vendidos de la última Feria del Libro, siga firme en mesas y recomendaciones meses después.
Samanta Schweblin, de la novela a Netflix
Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) es una de las narradoras argentinas más leídas y traducidas de los últimos años. Ganadora del National Book Award y finalista del Premio Booker Internacional, muchos la conocieron por Distancia de rescate, llevada al cine por Netflix en 2021.

Después de la novela Kentukis, en El buen mal (2025) vuelve a su especialidad: cuentos breves. Hay algo clásico en El buen mal: como en “La pata de mono” de W. W. Jacobs, esos relatos donde el deseo se paga caro —volver a escuchar a alguien que ya no está, recuperar una mascota perdida— y cada concesión trae su precio. Bueno o malo. El buen mal…

Pero ahí se termina lo clásico: los diálogos y monólogos suenan tan cercanos que parecen hablarnos al oído. No hay monstruo saliendo del armario, sino el conejo del aula que se pierde y obliga a salir de noche con un desconocido, la llamada desde un teléfono conocido pero que de pronto se llena de silencio pesado o la poeta de culto que vive sola y alejada en el barrio. Mitos domésticos con llave para entrar.
3 relatos para entrar en la inquietud de uno de los libros más vendidos de la Feria
No son los únicos, pero «Bienvenida a la comunidad», «Un animal fabuloso» y «El ojo en la garganta» concentran lo mejor de este «realismo torcido» de Schweblin: historias que parecen normales, pero que se mueven como filmadas en un ángulo aberrante, ese plano inclinado que el cine usa para que algo cotidiano empiece a sentirse extraño. Como si el mundo se hubiera corrido unos grados.
Bienvenida a la comunidad
Una mujer vive —o sobrevive— con piedras atadas a la cintura. No lo comenta. Prefiere concentrarse en encontrar al conejo Tonel, que escapó del aula de su hijo. Y en sus hijas y su marido, casi ausente, raro (como los abuelos desnudos de «Mis padres y mis hijos» en Siete casas vacías). La búsqueda la lleva a un vecino cazador, una escopeta y un frío que no se va. No vivir también solo cuesta vida.
Un animal fabuloso
En medio de un diálogo para ponerse al día, aparece un caballo en una calle de Hurlingham. Sin metáforas: la memoria galopa, el duelo pierde las riendas. ¿Se puede recuperar la memoria a cualquier costo?
El ojo en la garganta
Un nene se traga una pila. Lo operan. La cicatriz queda pero no es lo que más duele. Es lo que se dice —y lo que se calla— que deja esa llamada abierta, como si cortar el teléfono fuera perder algo que no se recupera.

El buen mal: por qué el libro de Samanta Schweblin sigue atrapando meses después de la Feria
Schweblin escribe como quien acaricia algo que, de pronto, muerde. Esa forma de narrar funciona incluso para quienes nunca leyeron sus cuentos. Lo que empieza con un animal perdido, una poeta de culto o una llamada desde una estación de servicio, termina revelando una sorpresa que ya estaba ahí, esperando.
Además de su éxito de ventas tras la Feria del libro 2025, sigue estando entre los libros más venidos del mes y amplió su alcance: salió en audiolibro y fue tema central en varios podcasts literarios, reforzando su estatus de fenómeno que trasciende el papel.
El efecto Schweblin
En El buen mal, cada relato es como una versión íntima y doméstica de la película de terror y ciencia ficción La cosa de John Carpenter: lo extraño no llega desde afuera… siempre estuvo ahí, conviviendo con nosotros. Lo perturbador —“¡Tu hija come pájaros!”, grita un padre, en su ya clásico cuento «Pájaros en la boca»— cambia de forma y sin que nos demos cuenta, se desliza entre nosotros.
Por eso, meses después de la Feria del Libro, El buen mal acecha. Con su propia claridad oscura. Como quien día a día lleva un canario a casa para la cena con un ser querido, sus escenas regresan solas, incluso cuando el libro ya está cerrado.